La conflictiva identidad de los Borgia: algunas perspectivas antiguas y (post)modernas (I)

Historia

altLos Borgia son famosos por sus (reales o supuestos) escándalos y crueldades. No es tan conocido que su nombre tiene al menos tres variantes y aproximadamente como mínimo dos pronunciaciones diferentes. Conocidos universalmente sobre todo mediante la versión italiana o italianizada del apellido, éste se escribía originalmente Borja, pronunciado con una jota sonora en castellano, con el sonido de la jota francesa en el catalán, o si se prefiere valenciano, que era la lengua propia de los miembros más notorios de la dinastía.

Un análisis preliminar de los Borgia, así como de las discusiones acerca de cómo actuaban, se identificaban, se organizaban y tomaban sus decisiones, demuestra una multitud de niveles de pertenencia, ciertas opciones personales y familiares en el ámbito lingüístico y cultural, decisiones políticas también, que claramente se alejan de la noción de identidad moderna, especialmente de la nacional y/o estatal tal y como todavía tendemos a considerarla. En efecto, en ciertos aspectos parecería que esta familia, e incluso quizás otras muchas familias reales o importantes de carácter transnacional de su tiempo, actuaban esencialmente como tales o según los intereses e inclinaciones de su miembro más prominente. Y todo ello independientemente del territorio de origen, la lengua materna o los intereses del Estado con el que se les supondría identificados. En el caso particular de los Borja o Borgia, se detectan con cierta facilidad diversos, múltiples y contradictorios niveles y procesos de identificación, objetivos y subjetivos, elegidos por ellos mismos e impuestos por la percepción ajena. Y, en cuanto a las acciones llevadas a cabo por el clan, se detecta cierta tendencia a actuar al unísono, como familia, al margen de la supuesta identidad "nacional", aunque incluso entre los más "coordinados", Alejandro VI y sus hijos César y Lucrezia Borgia, en ocasiones no hubo una única voluntad.

Las paradojas y contradicciones en el seno de la familia se reflejan de manera superlativa en el caso de Francisco Borja, canonizado tras su muerte, y que representa una evolución, un cambio profundo hacia nuevas dinámicas sociales, económicas, culturales y políticas, pero que también recupera la conexión con el pasado genealógico, con la memoria familiar. Todo lo descrito y apuntado, situado cronológicamente en los inicios de la Modernidad europea, parecería cuestionar ciertos aspectos que ligamos a ésta, así como, en cierto modo, anunciar o prefigurar nuestro tiempo posmoderno de identidades múltiples, contradictorias, elegidas y subjetivas. En esta ocasión, el foco estará sobre todo en Rodrigo Borja y sus hijos, a finales del siglo XV e inicios del XVI, aunque se incorporará una breve discusión, en la segunda parte de este texto, acerca de Francisco Borja, posteriormente canonizado, quien vivió en el siglo XVI avanzado y que representa claramente un cambio significativo dentro de cierta continuidad.

El origen

Además de la leyenda negra que los envuelve como niebla espesa, los Borja se han visto afectados por perspectivas excesivamente estrechas o territorializadas, especialmente al considerarlos como lo que podríamos denominar un fenómeno excepcional y puramente italiano. Paralelamente, abundan las atribuciones y afirmaciones simplistas o simplemente erróneas o anacrónicas desde un punto de vista institucional o cultural. Los Borja que nos ocupan no eran exactamente "españoles" ni nacieron los papas Alfonso y Rodrigo en el Reino de Aragón. Por el contrario, los Borja que nos interesan eran originarios del reino de Valencia, perteneciente éste al conglomerado dinástico de la Casa de Aragón, cuyo monarca fue reiteradamente rey de Aragón, del reino de Valencia, máxima autoridad monárquica en Catalunya bajo el título de Conde de Barcelona y, entre los siglos XIV y XV, también gobernó u ostentó títulos oficiales respecto a Sicilia, Cerdeña y Nápoles. Fue precisamente la capital homónima de ese último reino la sede habitual de la corte de uno de los reyes del siglo XV, Alfonso el Magnánimo, de la mano y al servicio del cual llegó a Italia el primer papa Borja. También legó Alfonso un problema a Italia, a sus sucesores en lo que se denomina en la historiografía la Corona de Aragón y, por extensión y herencia, a los que con demasiado simplismo se han llamado "reyes de España": una dinastía bastarda reinando en Nápoles.

Los orígenes de los Borja que nos interesan son, por lo tanto, valencianos, pero, como la gran mayoría de los repobladores de esa sociedad colonial que se construyó a expensas de los musulmanes conquistados o expulsados, sus orígenes estaban más al Norte. En efecto, el origen y el propio nombre Borja parece estar asociado a una localidad homónima, sita en el Valle del Ebro, en el Reino de Aragón, en lo que es ahora la Comunidad Autónoma del mismo nombre. Como muchos otros, los Borja de Xàtiva, recibieron tierras y autoridad sobre musulmanes en reconocimiento a sus supuestos servicios militares en el momento de la conquista. Y, como la gran mayoría de la población de origen y habla aragonesa, excepción hecha de ciertas zonas de interior que ahora son todavía castellanohablantes, los Borja establecidos en esa zona del Sur del Reino de Valencia se transformaron culturalmente y asimilaron muchos de los rasgos del otro gran grupo colonizador, probablemente mayoritario, seguramente preeminente: los catalanes. En consecuencia, los Borja, como la mayoría de sus coterráneos del siglo XV, se consideraban valencianos y hablaban naturalmente una lengua que denominaban de la misma manera, valenciana, que sabían era una variante del catalán que se hablaba más al Norte. El nombre

No está demasiado claro cómo Borja se transforma en Borgia. Es posible que exista un paso previo, intermedio, a través de documentos oficiales en latín, pero, en cualquier caso, existe una equivalencia fonética casi exacta entre la pronunciación en italiano de "Borgia" y cómo suena la grafía original en lengua catalana o, si se prefiere, valenciana. En ocasiones, en textos catalanes y valencianos aparecen también las grafías "Borge" o "Borga", a veces con el "de" inicial, pero no está claro que esas diferencias implicaran una pronunciación diferente, probablemente no y era únicamente una variante ortográfica. No obstante, no deja de ser altamente significativo que la grafía italiana sea la más popular para referirse a la familia, incluso en la Península Ibérica. Quizás sea lógico teniendo en cuenta que los miembros más poderosos y famosos de la familia fueron papas con sede en Roma (Alfonso, denominado Calixto III, y su sobrino Rodrigo o Roderic, el papa Alejandro VI) o nacieron y desarrollaron la mayor parte de su vida en Italia (César y Lucrezia), pero la imagen no puede estar completa si no consideramos la cuestión lingüística.

Las lenguas

La Historia es la ciencia de lo desaparecido presente, del anacronismo y la pervivencia, de la huella y el rastro, de la memoria, pero también del olvido, es la actualización del pasado ausente, el choque dialéctico entre dos momentos. Aunque nos sintamos diferentes y especiales en éste, nuestro tiempo de multiculturalismo y globalización, quizás no sea exagerado afirmar que la coexistencia de diversas lenguas en una sociedad ha sido más regla que excepción. En los siglos finales de la Edad Media e inicios de la Modernidad, incluyendo el siglo XV y el XVI que son los más nos interesan, en Europa Occidental convivían diferentes lenguas y tipos de usos de éstas. Las lenguas antes denominadas vulgares (italiano, francés, castellano, catalán, occitano o provenzal, etc.) ya habían adquirido un nivel literario importante e inclusive se habían utilizado en el campo de la historiografía oficial. El latín se seguía empleando para ciertos documentos oficiales y era todavía la lengua de la Iglesia (y la liturgia), la enseñanza culta y, por supuesto, la universidad. Entre lo desaparecido, lo ausente, está por supuesto la oralidad, la palabra hablada, apenas entrevista a partir de los documentos escritos, aquellos que el azar, la previsión o la importancia aparente nos ha conservado.

Se atribuye a Pietro Bembo la célebre frase "oh Dio, la Chiesa en mano dei catalani" ("Oh Dios, la Iglesia en manos de los catalanes"), frase que habría pronunciado al conocer el ascenso al papado de Alejandro VI. Es algo sobremanera interesante por múltiples razones. En primer lugar, la familia del poeta, veneciana, pudiera haber tenido alguna relación con esos "catalanes" o, en todo caso, eran vistos como aliados potenciales frente al tradicional enemigo común genovés, aunque de nuevo no es sencillo saber qué quiere decir con "catalani" (especialmente si engloba a los aragoneses, esos sí de lengua no catalana, pero seguro que se estaba refiriendo a valencianos como los Borgia, probablemente también a otros individuos de lengua catalana). El erudito, obispo, y luego cardenal estuvo relacionado con los Borja, especialmente com Lucrezia, con quien sostuvo además una prolongada relación epistolar y a quien dedicó un importante texto en italiano: Asolani. En otro texto esencial, que pretende defender el uso de la lengua vulgar, Bembo menciona la lengua catalana como diferenciada del "provenzal" (occitano) y también recoge una cita de Bocaccio en la que se menciona a un comerciante catalán que comercia en Oriente. Debiera conocer también el veneciano las alusiones de Dante, que aunque alaba al caballeroso rey Pedro III de Aragón ("de todo valor ciñó corona", Purgatorio, VIII), describe (Paraíso, VIII) lo que se ha querido interpretar como pobreza avara de Catalunya (y/o los catalanes), aunque quizás, como señala Joan Mira, esa interpretación o traducción puede ser, como mínimo, cuestionable. Curiosamente, pareciera que, como recoge Marco Santagata, al menos hasta el año 1305, Dante no conoce la lengua castellana y cree que los "Yspani" hablan la lengua d'Oc, un occitano que debe estar designando en realidad la lengua catalana. Tanto la Divina Comedia como la experiencia directa del contacto con comerciantes, mercenarios, soldados y administradores de lengua catalana pueden haber contribuido al dicho famoso, pues parece que existió una "leyenda negra" específica "dei catalani" (y diferente de la "española", debiéramos decir castellana) que los calificaba de ladrones o avaros. Significativamente, parece que no se conservan textos en catalán de Bembo, pero sí intercambiaron él y Lucrezia algunos versos en castellano, aunque mucho menos numerosos que aquellos escritos en la lengua de Dante.

 Los Borgia que nos interesan gozaron de una educación importante, cuidada y predominantemente funcional (derecho, especialmente canónico, y teología), que se impartía y presuponía un conocimiento suficiente del latín. Los estudios de los miembros más prominentes de la familia en los siglos XV y XVI se desarrollaron en las universidades de Lleida, en Catalunya, en el área lingüística catalana (los dos papas) y Bolonia, en Italia (de nuevo Rodrigo y César). No fueron los Borgia "italianos" grandes intelectuales, aunque sí mecenas o próximos a algunas figuras prominentes de la época - curiosamente, quizás la más leída, refinada y, casi seguro, la más interesada en la literatura del momento fue Lucrezia, como demuestran sus amistades y su labor de matronazgo como duquesa de Ferrara.

 El italiano fue evidentemente utilizado por los Borja una vez estos se establecen en Italia. Probablemente no fue ni siquiera una decisión meditada, sino un proceso natural, el aprendizaje y uso de la lengua de Dante por parte de la familia que nos ocupa. Nacidos en Italia y de madre italiana, aunque en contacto constante e íntimo también con parientes de lengua catalana, los hijos de Rodrigo Borja debieron aprender y utilizar la lengua italiana con total naturalidad, como hablantes nativos, no en vano era propiamente su lengua materna.

 Las lenguas castellana y aragonesa tuvieron cierta presencia en la Valencia de los Borja, hasta que finalmente la primera acabó por suplantar totalmente a la segunda. Asimismo, las instituciones de la Corona de Aragón utilizaban diversas lenguas, aquellas que podríamos denominar "oficiales" en cada uno de los reinos, incluyendo el aragonés en el Reino de Aragón. Se debe considerar además que, tras el denominado Compromiso de Caspe (1412), la familia reinante en Valencia, Aragón y Catalunya tenía como lengua habitual el castellano. En efecto, la dinastía de los Trastámara, de la cual eran parte ambos Reyes Católicos, tanto Isabel como Fernando, primos entre sí, era originaria de Castilla y conservó, tras ser entronizados en la Corona de Aragón, propiedades e intereses en ese reino. Debemos por tanto considerar lógico que Alfonso Borja, quien trabajó estrechamente a favor de la monarquía y de su mano llegó a Italia y al cardenalato, tuviera conocimientos suficientes no solo de su lengua materna (el valenciano o catalán), el latín o el italiano, sino del castellano. Lo mismo se puede afirmar respecto a su sobrino Rodrigo, pues, aunque su carrera se desarrolló sobre todo en Italia y al margen de los monarcas hispanos, poseemos evidencia directa de su capacidad para escribir algunos vocablos en castellano.

En tiempos de los Borgia se detecta un fenómeno que ahora nos puede parecer extraño: personas de lengua castellana aprendiendo y utilizando el catalán en el entorno borgiano de Roma. En la misma lógica, una carta de César Borgia en lengua catalana a un interlocutor castellanohablante indica que se asumía la normalidad del uso escrito del catalán con los no nativos, que lo entenderían o buscarían ayuda para hacerlo, a la vez que muestra conocimiento del castellano por parte de su padre, el papa, que añadió, quizás como aclaración o deferencia al destinatario, una nota manuscrita a la misma misiva en la lengua de Cervantes. Si Antoni Ferrando estuviera en lo cierto, y existen ciertos indicios en ese sentido, podría muy bien ser que la corte papal, su entorno y sus apéndices hispánicos, especialmente en Valencia, hubieran funcionado como una especie de centro literario-lingüístico, como un foco de intelectuales y escritores que discutían y definían la lengua bella, correcta, apropiada y literaria. En ese sentido, de ser cierta esa hipótesis, se habrían exportado y adaptado a la Península Ibérica las discusiones y la definición de la lengua literaria romance de Italia. Y, en este proceso, habría tenido un papel fundamental un entorno papal que ejercería de hecho ciertas funciones que habrían correspondido en condiciones normales a la corte real (ahora ausente) y que previamente había llevado a cabo la cancillería real, forjadora según los estudiosos del estándar culto de la lengua catalana.

Sin embargo, lo más sorprendente fue el uso común y natural del catalán o valenciano por parte de Juan, César y Lucrezia Borgia, todos ellos nacidos en Italia y que, salvo Juan, parece que nunca viajaron a los territorios donde se hablaba catalán. No sólo eso, con la posible excepción de la hija del papa, pareciera que su lengua "materna" y familiar fue siempre el catalán. No se trata de una heroicidad lingüística, como algunos lo han querido ver, sino todo lo contrario: una muestra de la vitalidad y naturalidad de la lengua valenciana en ese momento, segunda mitad del siglo XV. Asimismo, las redes de parentesco y clientela, en parte formadas por los "catalani" inmigrados a Roma en busca de fortuna, quizás convertían en lógica y práctica la continuidad de la lengua familiar. A pesar de que hasta hace poco se consideraba toda la época moderna como un periodo de decadencia literaria del catalán, esa concepción está ahora en entredicho y los mismos documentos borgianos demuestran un nivel correcto y todavía comprensible, en todo asimilable a la norma cortesana que entonces hacía las veces de estándar y academia de facto. En todo caso, se asume que el catalán fue de hecho la lengua de la corte papal bajo Calixto y Alejandro, lo que indicaría indirectamente la cantidad e importancia de los "catalani", muchos, pero no todos, clientes, parientes o amigos valencianos de los Borja. Es posible incluso suponer que el comunicarse en esa lengua entre ellos fue, por un lado, una ventaja, pues podían no ser entendidos por la mayoría italiana, por el otro quizás, por la misma razón, contribuyó a la animadversión y las teorías conspiratorias que tanto debieron contribuir a la leyenda negra.