Buscando un significado espiritual, un proceso

Cultura

altNací católico de padres que de religiosos tenían muy poco. Lo que es más, siempre consideré que mi padre nunca creyó en la idea del Cielo que predica el Catolicismo. Quizás por eso, siempre me fue difícil desarrollar creencias religiosas, y veía lo espiritual como algo impenetrable.

Creo que fue mi desencanto con la humanidad y las barbaridades de las que es posible que me llevó, en algún momento, a buscar en la prédica de distintas religiones un significado para la existencia. Mi proceso de búsqueda de ningún modo ha terminado, pero me atrae la figura de Cristo y su prédica de amor. Jesucristo tenía la idea correcta, y si bien todavía se me hace difícil creer que existiré en el más allá, la idea de amarnos unos a los otros me atrae poderosamente. Ante las religiones que predican un cielo, me tengo que preguntar si sería capaz o feliz teniéndome que soportar por los siglos de los siglos, Amen. En los años en que viví en el Norte, fui a presenciar varios tipos de ceremonias religiosas. Visité varias denominaciones de iglesias cristianas y a varios templos, incluyendo los hebreos y budistas. Fue una época interesante, especialmente el encontrarme con gente muy afincada en su fe espiritual.

Conceptos del catolicismo como la Virgen (inmaculada) y el Papa (infalible) no los puedo digerir, aunque reconozco lo importante que son los símbolos para la humanidad. Siento una mezcla de tranquilidad y emoción cuando contemplo un crucifijo. Pero me sigo preguntando por qué ser monja o cura significa no poder casarse y por qué las monjas no pueden dar misa. Las actitudes sociales de la Iglesia parecen resistir cualquier adaptabilidad. Su áspera visión hacia las prácticas afectivas han llevado a la iglesia (hipócritamente) ha condenar a las personas que aman aquellas de su mismo sexo. Los divorciados no merecen el cuerpo simbólico de Cristo (a menos que tengan el dinero para anular el anterior matrimonio). Y los contraceptivos pueden muy bien garantizar que no venga una criatura no deseada al mundo. ¿No es eso lo importante?

Por tanto tiempo lo que he escuchado es una Iglesia que se opone a todo tipo de cambio. Cero aborto, cero relaciones entre parejas del mismo sexo, cero uso de contraceptivos. Me recuerdo de un cura en el sector santurcino de Miramar, que se concentraba en sus sermones en hablar del Diablo y el pecado. El Diablo existe, decía, y demasiada gente sucumbe ante él. Regañaba a su rebaño por su afición por las cosas de Lucifer. Nunca lo escuché hablar del amor de Cristo.

Lo que me lleva a escribir este pequeño artículo es una entrevista del nuevo líder de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, quién se refiere a sí mismo como un simple pecador en la entrevista de la publicación Civilista Católica. Mi impresión es que a pesar de que no habrá dramáticos cambios en la prédica de la Iglesia, si habrá un cambio de actitud. Dice Francisco que su iglesia no puede limitarse cada vez que se expresa a hablar de su oposición al aborto, el matrimonio gay y el uso de métodos contraceptivos. Para mí, esa es la iglesia que se limita a hablar del Diablo, conforme a prácticas que no condona. Añade: “…tratemos de ser una iglesia que encuentra nuevos caminos”, que da importancia a atraer “los que no van a Misa, a aquellos que han dejado de ir o son indiferentes”. El suyo es un discurso de apertura, no de coraje. ¿Acaso Jesucristo se opondría a un mensaje que emana amor y tolerancia?