Fortunata y sus amigas: entrevista a líderes afro-bolivianas

Historia

altMi padre Emiliano, tenía un cuento muy curioso de sus primeros días en la ciudad de Nueva York, junto a mi madre, Nela, en la década de 1950. Resulta que iban al parque, en Brooklyn, y se sentaban en un banco a conversar. En aquel momento, polarizada dicha ciudad entre viejas comunidades judías y emergentes comunidades latinas y afro-americanas, me cuenta mi padre que llegaban personas miembros de la comunidad judía y se sentaban en el banco con ellos, y comenzaban a poblarlo de más personas, hasta que los echaban del asiento.

Esta historia es común para gente que también vive de forma común una experiencia: ser víctima de alguna forma de racismo, por lo cual son excluidos y humillados socialmente. La historia se repite, tanto en Africa del Sur, como en Puerto Rico o en Bolivia. Se trata de la misma experiencia que personas afro-descendientes o por otras razones discriminables, expresan a lo largo de mi trayecto por la vida. Se trata de historias comunes de racismo.

Es así que transitando por Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, me encuentro en el contexto de la jornada de la constitución del Comité del departamento de Santa Cruz (equivalente a una provincia o estado) contra el racismo y toda forma de discrimen y xenofobia, con Fortunata Medina y sus amigas: María Estela Barra y Melfis Sánchez. Nos encontramos y decidimos conversar para compartir notas y experiencias de ser racialmente discriminados y experimentar distintas manifestaciones de racismo. A fin de cuentas, como bien apunta Fortunata Medina, la experiencia de ser afro-descendiente priva a uno, debido al discrimen, de sentirse igual en todo momento.

Según Fortunata Medina, líder del Consejo Afro-Boliviano (CONAFRO) en el departamento de Santa Cruz, “la esclavitud nunca se abolió formalmente en Bolivia”. Según ella explica, la misma duró hasta el 1952, cuando se dieron ciertas reformas constitucionales que dieron paso a la re-distribución de la tierra y se les entregó tierra a los afro-descendientes de Bolivia.

Aunque el dato no es correcto, la esclavitud en Bolivia se inicia en la primera mitad el Siglo 16, como en toda América, producto de las ideas racistas de la Iglesia Católica en torno a las poblaciones “salvajes” y no cristianizables. Ante esto, la trata de esclavo fue un castigo a los pueblos del continente hoy conocido como Africa. Por otro lado, la esclavitud aquí duró hasta el 1826, cuando fue abolida por la primera constitución de la República de Bolivia. Aunque, no es hasta la década de 1950, que el régimen feudal que se impuso sobre la tierra, el cual dejó a los esclavos libertos trabajando como jornaleros forzados, fue transformado por la reforma agraria la cual le dio título de propiedad a los que necesitaban de la tierra y la podían trabajar.

“Hasta la década de 1950, nadie quería expresar su identidad negra, pues los dueños de la tierra, los blancos, le prohibían a uno desarrollar sus costumbres”, según nos expresó Fortunata Medina. “Los hombres negros, como le llamábamos en aquel entonces, eran discriminados, pero peor eran las mujeres a las cuales no se les permitía estudiar”, añade de forma preocupante Fortunata mientras platicaba conmigo y sus amigas de forma tranquila y llevadera.

En la década de 1980, se dio una pequeña apertura escolar, y los jóvenes del pueblo de los Yungas, región del norte y el sur del occidente de Bolivia (cercano a la ciudad capital de la Paz), donde se concentró la esclavitud, lograron abrir otros debates en la escuela que le dieron visibilidad. Esto se hiso a través de la música, nos recuerda Fortunata Medina, y “gracias al maestro de la escuela que tomó a los cinco negros que habíamos allí, y nos forzó a bailar saya, el baile históricamente vinculado a los negros”, puntualiza Fortunata Medina con mucha alegría. “A partir de ahí, continuamos evolucionando y nos tornamos en una apuesta cultural del pueblo Yunga, y recorrimos el país, bailando con la ropa típica de los esclavos y al ritmo de la saya”, nos afirma Fortunata Medina con la alegría de ser la fundadora de este renacer cultural de la memoria afro-descendiente de Bolivia.

En un país que tiene una población afro-descendiente de sólo 3% del total de la población (cerca de 10 millones de habitantes) ser negro, aparte de ser un lujo, es también ser víctima de múltiples niveles de discrimen y racismo. María Estela Barra, colega de Fortunata Medina en la CONAFRO, nos recuerda como fue su niñez y los efectos que tuvo en ella. “Yo crecí en un hogar de gente blanca, pues mi madre me regaló a ellos. Mientras esta familia me crio, en la década de 1970, todo estuvo bien, hasta que murieron. Sus familiares me adoptaron, y desde pequeña me trataron como esclava, hasta que pude salir de ahí a temprana edad adulta”, nos cuenta esta historia de terror María Estela Barra, quien aún no se repone en su vida adulta de lo que fue un tipo de esclavitud de vida, tan reciente como en las postrimerías del Siglo XX.

Donde Fortunata Medina, María Estela Barra, y Melfis Sánchez coinciden, es en el hecho de que en los últimos años, desde que llego al poder el gobierno de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS), las cosas han cambiado. Como indica Melfis Sánchez, “ahora nos tratan con más respeto, y de forma igual que otras personas”. Esto lo afirman también Fortunata Medina como María Estela Barra, quienes apuntan que la experiencias de discrímenes han sido modificadas.

Aunque, nos aclara Fortunata Medina, no todo ha sido fácil. En el año 2011, se dio un acto de brutalidad policiaca, por el cual policía de la ciudad de Santa Cruz, agredió casi de muerte a un joven afro-boliviano. La población afro, cerca de 100 personas, marcharon por el centro de la ciudad exigiendo reunirse con la comandante de la policía en aquel entonces, llamada Lilí Cortes. Luego de la reunión, según indica Fortunata Medina “la policía comenzó a cambiar su actitud. Hasta ese momento, nos detenían continuamente en la calle y nos pedía papeles aduciendo que éramos cubanos, pero luego de este incidente, la situación ha mejorado mucho”.

Según Fortunata Medina, “ya no somos negros. Ahora somos afro-bolivianos, en respuesta al rescate de nuestros ancestros como parte de una diáspora africana forzada aquí en Bolivia”. El clima que se vive es uno mucho mejor que el pasado, y sobre todo en un momento de apertura donde el gobierno organiza eventos para continuar erradicando toda forma de racismo, lo cual incluye no solo el discrimen a las poblaciones indígenas, sino también a las afro-bolivianas.

Al final de la entrevista, Fortunata Medina me cuenta una historia que los negros del mundo conocen bien. La historia me recordó a otra similar que me hiciera mi padre, Emiliano, cuando junto a mi madre, Nela, se fueron a vivir a Montreal, Canadá en el 1954. Se trata de historias similares, en tiempos y lugares distintos.

Me cuenta Fortunata Medina, que todo ya comienza a cambiar. Sobre todo que los tiempos duros del racismo, ya comienzan a transformarse y desaparecer. Me dice ella que los tiempos del discrimen brutal, han cambiado. Recuerda, sin ninguna nostalgia, cuando en la década de 1980, mientras bailaban saya por los distintos lugares del país, los niños se le acercaban y le decían, luego de tocarlos, “Mamá, mira, no se despintan, son de verdad”.

De eso trata el racismo, de un terrible gesto de ignorancia y desigualdad de una población étnica y racialmente definible, contra otra población también étnica y racialmente definible. Fortunata y sus amigas son simplemente voces de que otro mundo sin racismo, sí es posible.