Se para frente al podio
con la confianza acumulada
por la conversión de ilusos en adeptos,
de aspirantes en compinches,
de conspiraciones en cofradías.
Mira la multitud con la satisfacción
de los que han triunfado a corto plazo.
Las miradas de admiración le provocan
esa contradictoria sensación
de inflamación y desprecio.
Las miradas de suspicacia
pasan a la bitácora de potenciales
reclusos o adversarios.
Las miradas de desconfianza
se convierten en blanco
de íntimos menosprecios
proporcionales a la amenaza
que no prescribe,
al terror de que se descifre
la combinación de la caja fuerte
de anodizado humo;
que se le corra el velo a
las frases pre construidas,
los conceptos fotocopiados,
las amenazas veladas pronunciadas
con la solemnidad de los decretos.
El inventario de logros
revela la porosidad de los corales
bajo el cristal convexo del escrutinio.
El catálogo de promesas
irradia la solemnidad de los mandamientos
que invitan a la mansedumbre del redil,
que invocan el evangelio de sus designios,
al catecismo de los pre-acuerdos,
a la unción del procerato
que se inmola ante el honor
de cambiar la historia.
Solo si seguimos sus pasos
al calzado de su letra
- la epístola de san espejo
a los candidenses –
nos guiará su luz cual faro de Alejandría,
heredero de manto sagrado
que enjuga el sudor de la patria.