De chinas, botellas y terceras vías: Catalunya y Puerto Rico

Historia

altLa comparación de debates políticos, procesos históricos o dinámicas nacionales puede ser un ejercicio muy útil, amén de interesante. Siempre que se trate de análisis lo más precisos y contextualizados posibles, de esa manera se puede aportar luz, nuevas ideas y perspectivas a situaciones similares entre dos o más puntos del globo. Ahí tenemos un primer pero: si somos cuidadosos, no encontraremos dos casos exactamente iguales, pero no debemos renunciar a hallarlos comparables, es decir similares. Frecuentemente, la visión desde fuera posee mucho de simplificación, simpatía parcializada o apriorismos, de tal manera que se borran las diferencias profundas y se simplifican excesivamente las inevitables complejidades. Todo lo escrito viene a cuento de las alusiones de todo tipo que se han hecho al famoso “proceso soberanista” catalán y cómo éste puede servir de referente, comparación, advertencia o ejemplo a Puerto Rico.

Desde una perspectiva histórica de largo plazo, no es absurdo considerar cierta lógica compartida entre los debates nacionales de Puerto Rico y Catalunya. En efecto, los inicios de la reivindicación nacional, así como de los intentos de encaje (o secesión) se iniciaron en ambos territorios durante el siglo XIX y, en ambos casos, la efervescencia política y el debate ideológico se desarrollaron más intensamente en relación con el mismo Estado: la monarquía borbónica de la Restauración (ignoro aquí, para simplificar, ciertos precedentes y todo lo ocurrido durante el Sexenio Democrático). De algún modo, entonces ya se apuntaban tres posibles vías, aunque la independencia era, especialmente en el caso catalán, algo apenas considerado o, al menos expresado abiertamente. Esos tres posibles futuros eran la integración o asimilación (pueden o no ser, siquiera parcialmente, lo mismo, véase más abajo), la independencia o una relación intermedia, lo que ahora se denomina por algunos tercera vía, sea bajo la forma de una autonomía, una federación, una confederación o cualquier otra modalidad.

Sin embargo, en cuanto a las dinámicas internas, la situación político-social y las actitudes de los ciudadanos, actualmente Puerto Rico y Catalunya se encuentran a años luz. Que yo conozca, la población puertorriqueña no está ampliamente movilizada y organizada al margen de los partidos políticos, mucho menos para exigir decididamente un cambio de status político. En cambio, en Catalunya, de manera periódica pero sostenida, con puntas de manifestaciones masivas los onces de septiembre de cada año y en ciertas fechas señaladas, una parte importante de la sociedad, millones de personas enmarcadas y dirigidas por organizaciones de la sociedad civil y relativamente al margen de los partidos, han llevado a cabo actos reivindicativos exigiendo la independencia. Si en Puerto Rico, las encuestas, las elecciones y los plebiscitos nos muestran un apoyo a la independencia en torno al cinco por cierto como máximo, en Catalunya el voto directo a los diferentes partidos que defienden explícitamente ese proyecto político multiplica por mucho esa proporción. En cuanto a las encuestas, en una consulta independencia sí o no, supuestamente la independencia gana y esa es además ya, algo histórico, la primera opción ante una pregunta abierta (“Qué debería ser Catalunya”), por encima de menor autonomía, igual que la actual o una relación federal con España (la opción que fue mayoritaria por bastante tiempo durante el actual periodo autonomista). No solo los independentistas parecen ser más, sino que aparentan estar más movilizados, organizados e ilusionados, frente al resto (“unionistas” y defensores de las “terceras vías”) que parece solo reaccionar frente a las iniciativas que van en el sentido de organizar una votación para preguntar a la ciudadanía catalana acerca de si quiere o no la independencia.

Por lo que respecta a la caracterización de la situación política en ambos lugares, existe cierta coincidencia, aunque para nada unanimidad, en utilizar el término colonia. La justificación sería el hecho de la conquista y la relación desigual. En Puerto Rico, utilizan las expresiones “colonia” y “relación colonial” aquellos grupos que se oponen a la situación político-institucional actual, al Estado Libre Asociado, y prefieren o la anexión como Estado o, por el contrario, la independencia. En Catalunya, sin embargo, no ha sido tan común la utilización de ese tipo de vocabulario, aún por aquellos que piensan que la relación con España es negativa, injusta o discriminatoria. Miquel de Pedrolo publicó durante los años ochenta del siglo XX unas “crónicas coloniales” en las cuales sostenía que Catalunya estaba ocupada por España y que, en todo caso, el hecho de no existir igualdad ni reciprocidad en el trato de las lenguas castellana y catalana ya implicaba un “estado de colonización”. Siguiendo su misma lógica y parcialmente su estela, ha sido casi exclusivamente la izquierda independentista (en Catalunya, en Puerto Rico supuestamente no, hay independentistas de derecha también) la que ha utilizado un vocabulario de ese tipo e incluso se ha mirado en el espejo de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo para, en contrapartida, criticar los imperios y el imperialismo, el cercano español y el lejano estadounidense.

Integración, en ocasiones se prefiere asimilación, sería la “primera vía” en los dos casos, pero es imprescindible esclarecer a qué nos referimos. La asimilación puede ser de carácter jurídico, político, económico o cultural, por ejemplo, y tal proceso se puede dar sin una completa integración político-jurídica, como sería la desaparición de la autonomía en Catalunya o la estadidad en el caso de Puerto Rico. Ya en el siglo XIX existieron puertorriqueños defensores de la asimilación, en aquel entonces respecto a España, pues pensaban que implicaría una igualdad legal y política que permitiría una mejora de las libertades y derechos individuales. La ciudadanía norteamericana en Puerto Rico, la española en Catalunya, se adquieren por nacimiento y en ambos casos implican ya cierta integración (y el problema añadido de qué pasaría con ella en el caso de una secesión). Con sus matices y condicionantes (Ley de Cabotaje, entre otros elementos a considerar), ya existe una integración económica, de mercado, aunque no completamente fiscal entre Puerto Rico y Estados Unidos. En el caso ibérico, Catalunya forma parte del mercado español y, en consecuencia, también del mercado europeo, pero posee menor capacidad de gestionar sus recursos o imponer impuestos propios que Puerto Rico. En lo lingüístico-cultural, la lengua castellana es conocida y usada masivamente en Catalunya, más todavía en Puerto Rico, pero las formas de vida norteamericanas (organización del trabajo y del ocio, patrones de consumo y urbanismo, festividades, tradiciones y celebraciones, cultura popular, etc.) han penetrado en muchos países del Mundo (la famosa globalización), aunque por supuesto con mayor intensidad en Puerto Rico que en Europa (y en Catalunya). La integración total no equivale necesariamente a la desaparición de los rasgos culturales específicos (asimilación cultural), como la no integración tampoco previene completamente su desaparición.

La independencia o secesión aparenta no necesitar de demasiadas explicaciones, si acaso se necesita saber cómo llegar a ella y si existe un mecanismo mediante el cual los ciudadanos, en caso de apoyarla mayoritariamente, puedan decidir acceder a ella. Sin embargo, es lógico suponer que una independencia no se da de la noche a la mañana y que muchas cuestiones deberán ser negociadas entre las partes involucradas, incluso con terceros en discordia. Asimismo, si bien en el caso catalán existe la particularidad de qué pasaría con la Unión Europea, el euro, los derechos de los catalanes como ciudadanos europeos, etc., lo que sí es cierto es que, en mayor o menor medida, y para bien o para mal, las hipotéticas independencias de Puerto Rico y Catalunya no serían como las de hace cien años, pues los poderes del Estado, la integración económica, la legislación internacional y la importancia de las grandes multinacionales, por mencionar algunos factores, han minado sobremanera la autonomía real de los Estados. Aquí aparece otra cuestión importante, ligada a su vez a la función del Estado y a la participación de los ciudadanos en la gestión de lo común, que es qué tipo de Estado, con qué modelo económico, cultural y social, y con qué tipo de relación con el Mundo, serían un Puerto Rico o una Catalunya independiente. Pero esa pregunta está ligada a los proyectos de futuro, al modelo de país que los ciudadanos decidan en su momento, algo ahora todavía lejano.

Más allá de las profundas diferencias de momento político y proyecto en los dos países, algunas apuntadas, otras que dejaremos para otra ocasión, sí existe una similitud de hecho muy importante. Se trata de la precariedad de la situación actual, constitucional e institucional especialmente en el caso puertorriqueño, “blindada constitucionalmente” pero de facto tanto o más frágil en Catalunya. En efecto, a diferencia de Puerto Rico y su Estado Libre Asociado, que no poseen cobertura constitucional estadounidense ni, por tanto, garantía de continuidad ante una decisión contraria del Congreso, los estatutos de autonomía españoles aparecen expresamente mencionados en la Constitución Española actualmente vigente, de 1978. Igual que las nacionalidades y regiones, o los derechos históricos, que además no aparecen especificados claramente, el problema es que, en la práctica, tanto las instituciones europeas como, sobre todo, el gobierno español pueden, y llevan tiempo haciéndolo, invadir las prerrogativas de las autonomías, interferir en su margen de maniobra propio y, sobre todo, cortar el flujo de impuestos y, por lo tanto, impedir las políticas propias por falta de dinero. En ambos casos es una relación entre desiguales, de tal modo que, con cobertura legal y teórica más o menos firme, el resultado es, de hecho, una precariedad y debilidad de las instituciones propias de Catalunya y Puerto Rico, pues acaban dependiendo de la permisividad o buena voluntad del otro. Precisamente la relación entre desiguales es la que explica la falta de sentido, de garantías o de perspectivas de futuro de las famosas terceras vías, ya inventadas (y fracasadas) o por inventar.

El estatuto de autonomía de Catalunya, el primero, aprobado tras la Transición española, pero también el vigente (tras ser alterado y recortado, otra demostración de la desigualdad y la supeditación) es una tercera vía entre la integración plena y la independencia. ¿Qué es sino una tercera vía el Estado Libre Asociado? Si se propone una futura estructura federal para España, ¿eso no es una vía intermedia también entre la independencia y la asimilación plena? Y, salvando las distancias, un ELA soberano es algo así como una tercera vía mejorada. La situación actual es fruto del desarrollo de terceras vías y algunos proyectos de futuro imaginan también nuevas terceras vías. Sin embargo, no existe ninguna posibilidad de acuerdos, federaciones o pactos entre desiguales, entre aquellos que no se reconocen al mismo nivel y como iguales. Por el contrario, toda concesión, todo beneficio otorgado, puede ser finalmente (de hecho o legalmente) limitado, coartado o eliminado. Ese es el gran problema de las terceras vías, que difícilmente pueden ser definitivas y dependen siempre de la voluntad de una de las partes, que es la que puede, cuando así lo decida, suprimir la relación de excepcionalidad. Finalmente, si podemos coincidir que las “terceras vías” nos han llevado a donde estamos, ¿cómo podemos pensar que será la solución otra “tercera vía”?