Kafka perdido en el paraíso y sin horóscopo

Creativo

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Algo amargo, crujiente, pero sabroso… Almorzar solo no es tan malo, puedes disfrutar bajo la sombra un árbol, ver a todos ir y venir, tampoco hay cacheteros a la vista esos de dame una probaíta… Bueno, quizás echo de menos las conversaciones, ahora nadie me escucha, ni las tres chicas que se reían con mis historias en aquel banquito, es curioso ahora me ignoran o huyen. ¿Por qué? Será que he cambiado un poco desde el día que conocí los demonios del paraíso…

Todo sucedió tan rápido, hasta el momento cuando comencé a asfixiarme. Tres whiskeys en las rocas, luego a la cama y la rubia estaba tan mojada, que comencé a cabalgarla sin riendas, ni lubricante, tan fuerte que hubiese ganado en el hipódromo, desgraciada cuando comenzaba a venirme sentí que me ahorcaban.

Tres demonios apretaban mi cuello, sentí miedo, también tenía que liberar mi leche, pues comenzaban a dolerme los huevos. Tenía que salir de allí, debí suponer que esa mujer me traería problemas, al menos logré escapar de esa cama antes de que uno de los demonios se transformara en Lorena Bobbit, otro en espíritu chocarrero, o en el Chemo y mi pana ese sí es tan feo como el Chupacabras, o peor, ¿y si me la mete?

Ese día se equivocaron los astros y hasta la trayectoria de la luna en cuarto menguante. Y mi sombra ya no lo es, pero el maldito horóscopo se equivocó, decía que las estrellas proyectaban momentos íntimos y tranquilos para disfrutar de la compañía y el amor de un ser querido. Ese día ni Walter Mercado (ahora Shanti Ananda), mucho menos Rukmini, maestros de la astrología caribeña, podían predecir lo que sucedería; pero no me hubiera salvado ni con agua de Florida, ni con tres condones. Hasta mi cuerpo ha cambiado… ¡quién lo diría, ella, que era una mami linda, sandunguera, que culipandeaba mi corazoncito desde que comencé a trabajar en el tribunal, aquella abogada era una Barbie alta, con cinturita de agarrar lengua de camaleón, su pelo tan largo, está como pa´que me preñe el alma, y yo flaco, jincho y tan sólo oficinista I, en fin, se me dio y sí que estaba buena la condená, pero como macho portorricensis no me di cuenta de que era sospechoso que esa rubita de mirada de gringa y con pedigrí social se fijara en mí, ¿y por qué no? Obvia contestación: me jodería.

Si estudiamos con calma y ecuanimidad el comienzo de nuestra relación, antes de la escena de erotismo satánico, parecía todo ingenuamente amistoso, una cosa llevó a la otra, la carne es débil y me dejé llevar. Luego de meditarlo, quizás todo fue un plan para el control ambiental, también tenemos que tomar en cuenta que fui un maldito morón, y que pequé por una simple bellaquera clandestina. Debí sospecharlo desde que comenzaron a procrearse iguanas gigantes en el estacionamiento, o hasta el instante en que pude huir de las sábanas de la rubia soñada, a ella también le gustaban las iguanas; me habló de ellas hasta cuando me servía el segundo trago y después cuando tomó unas pastillas antes de lamer suavemente mis atributos, pero si es que ya estaba claro desde que el carrito de su hijo comenzó a moverse solito y chocar contra mis zapatos, papo, mueve el culo del sillón y pies pa que los quiero… Soy un macho humildemente clásico, hasta que vi sus encajes rojos y sólo pensé en desencajarlos y es que las hormonas son más fuertes que la prudencia…

En fin, todo iba predestinado hacia mi muerte o a la posesión demoníaca, o quién sabe qué otro capricho del amor, de los espíritus o de esa mujer que me había contado que su exmarido le había echado un fufú y yo tan pendiente a quien sabe qué, aseguré que eran pendejaditas. Aquí estoy contándoles mis desgracias justo un mes después de huir de esos tres demonios… Al menos estoy vivo, pero mi vida cambió.

Ese es mi problema ahora que nadie me escucha y he comenzado a sentir un placer casi orgiástico por los insectos y cualquier otro hierbajo, quizás fueron los tres demonios que casi me ahorcan el día que me tiré a la puta aquella, tan chulita que era, tan amiguita de chismes, tan sandunguera de bailes. Ese polvo íncubo me costó la mujer, el trabajo, las amistades, al menos mejoró mi alimentación.

Esto está rico y crujiente, es saludable y natural, sin trans fats, solo me fastidia que aquellas tres chicas, que eran mis panitas, digan la palabra iguana cada vez que me ven y me ignoren, acelerando el paso. Ellas se lo pierden, los insectos están sabrosos.


Ana María Fuster Lavín

©2007