Nuestra sociedad porno

Historia

El exceso y la seducción, el éxtasis de la imagen, el cuerpo mercantilizado y consumido son parte de nuestro supermercado de deseos. Fantasías reprimidas, fetichismos inaceptables y tentaciones que ocultamos bajo el manto de la apariencia civilizada del control. Los cuartos oscuros, la luz apagada y los secretos a voces. Las curiosidades exploradas, los deseos hechos necesidad. Excitante y masturbatoria, la pornografía ha sido un género que por excelencia ha desobedecido el ordenamiento cultural y ha transgredido las conductas sociales.

Para algunos, es algo luciferino; para otros es una vía como otra para la satisfacción de una de las necesidades primarias del ser humano. Aunque resulte difícil de entender, la sexualidad que se mercantiliza, se consume y se trafica, puede ser para muchos un consumo cultural.

Como fenómeno de la posmodernidad o señal inocultable del “fin del mundo”, la pornografía es otro fenómeno del espectáculo y el entretenimiento moderno. ¿La pedimos o nos la ofrecen? Con su presencia multimediática, simbolizada por la icónica revista Playboy, la exhibición corporal es una industria con gran impacto económico. Con sus signos, para algunos escandalosos, el porno ha repercutido tanto en causas como en efectos. El crítico cultural argentino, Néstor García Canclini, ya señaló que no hay oposición intrínseca entre consumo y ciudadanía. A su vez, ha sido crítico de cómo las grandes industrias culturales, así como el papel que desempeñan los medios de comunicación en este proceso, han establecido las formas de producción y desplazamiento de la cultura. Sin lugar a dudas, el poder de estas imágenes sexuales han transgredido los límites de aquello culturalmente aceptable.

La pornografía -y los medios de comunicación- dieron lugar al estado pornocultural que vivimos hoy. El porno se ha impregnado en la cultura en términos de ropa, de actitudes y en otros aspectos. Ya no hay que buscar imágenes porno únicamente en la pornografía. En la era del internet, se ha traducido en la masificación de los clichés, iconos, modas y estilos pornográficos. La sexualidad se utiliza para promover productos, espectáculos y personas.

Es común ver actitudes exhibicionistas en el ciberespacio, y las redes sociales dan fe de ello. Las fotos sin ropa, seductoras o en situaciones sexuales se han vuelto emblemas de la pornocultura del siglo XXI. El crítico cultural, y autor del libro Pornocultura, Naief Yehya (2013) indica que “no hay duda de que la pornografía orienta las actitudes sexuales de sus consumidores e incluso cambia los patrones de conducta de las sociedades al erradicar tabúes, poner de moda prácticas, establecer estándares de belleza y comportamiento”.

El cine pornográfico ha sido duramente criticado, y no solo por los sectores conservadores, por el establecimiento de relaciones de poder y dominio, así como órdenes jerárquicos. Es imposible no recordar la relación jefe-secretaria. También ha sido acusado por su complicidad de la violencia sexualizada, así como la fijación de las pautas de feminidad y masculinidad.

La sustancia de la narrativa fílmica pornográfica radica en “hacernos creer”, en pretender que lo que se muestra es real, indica Yehya. Lo hipersexual es aquello más sexual que el sexo. Es la sustitución del sexo con narraciones, imágenes y representaciones sexuales. Es la sociedad de la simulación y el simulacro de la que nos habla el sociólogo Jean Baudrillard. “El porno es la síntesis artificial, es el festival y no la fiesta”, nos indica. El porno hace aparecer la sexualidad como innecesaria, y ahí –dice Baudrillard- es que radica lo obsceno: no que haya demasiado sexo, sino que finalmente el sexo sea superfluo. Aunque también aclara que en la histeria, la seducción, se podrá volver obscena, pero en ciertas formas de pornografía la obscenidad vuelve a ser seductora.

Como el Disneylandia del sexo, el porno ha penetrado el dominio de la vida común. Sus valores están presentes en el cine convencional, las series y comedias televisivas. La búsqueda de identidad y aceptación, o del control de la propia imagen han sido otras de las resonancias de la industria porno. Así como cualquier otra obra literaria o cinematográfica de ficción, el porno cumple sus objetivos. Como el melodrama o el horror, el porno es otro género de las secreciones, unos nos hacen llorar o segregar adrenalina, mientras otros simplemente son orgásmicos.