Tito Rodríguez: apología de unos azules y una memoria

Historia


“Hubo un adiós que no derrotó al corazón

Igual que una raíz, mi presencia quedó,

Sé que en tu vida un día mandó la razón

Pero no se escapó, del ayer, tu corazón”.

-Tiemblas

Escrita por Tite Curet Alonso

Interpreta Tito Rodríguez

A Carlos Canales, desde luego

Ojos de Perro Azul. Luego del relato de Gabriel García Márquez, Rubén Blades echaba el encanto de su soneo en cada mirador que voceaba la historia ahora en clave de timbal y percusión, iluminando la diferencia. Todo en lenguaje de salsa, todo en cadencia primogénita del alma y todas las herencias de una cultura ya leyenda, ya mundo. Un pueblo Cuba, un pueblo Santo Domingo, un pueblo Puerto Rico, en cuerpo de letras aradas en cristal de la imaginación, en el sabor de la memoria. Recuerdo a un Daniel Santos en el plató cascabelero de la Cuba de Prío Socarrás, cantando Déjame el sofá al ritmo de la Sonora Matancera de Caíto, Rogelio, y Celia Cruz de vocalista. Daniel, hombre fatal y divino, castigador, magnánimo de notas y matices de voz, punteaba su sombra al son y a la melena de una música escrita para sitiar los cuerpos y pervertirlos al sudor de un baile encendido sobre cualquier terrazo. Beny Moré, Dámaso Pérez Prado, elástico y zumbador, en su mambo que puso a bailar al mismísimo Fred Astaire bajo la brújula de Ginger Rogers-Gene Kelly lo bailó en una tarde de solaz al crisol de una de esas mansiones de Bel Air, California, ante la mirada de un Cary Grant que fracasó en imitarlo-Dámaso Pérez Prado el amuleto de las rubias, allí al lance de la gran orquesta de Xavier Cugat y a medio plano, la mirada de Zsa-Zsa Gabor y su nuevo millonario, y un poco más al este de ese salón del Waldorf Astoria, un joven senador de Massachusetts John  “Jack” F. Kennedy y su futura esposa Jacqueline Bouvier, después Jacqueline Kennedy, y después Jacqueline Kennedy Onassis. Era música, era un sueño perfecto de música, era el célebre caderamen de la música, nido de nuevos dioses, y sensualidades. Así de grande es el abolengo de nuestra música caribeña.

Pablo Rodríguez Lozada, Tito Rodríguez, con 16 años de edad, llegó a Nueva York esperanzado en trabajar como cantante y trazar su propia ruta musical. En un principio hizo apariciones en la orquesta de su hermano Johnny Rodríguez y poco después logró cantar con el Cuarteto Marcano, con el cual grabó sus primeros discos en Nueva York, aunque nunca formó parte de esta agrupación. Luego, integró la agrupación musical cubana Cuarteto Caney y tras una pasantía breve por las orquestas de Enric Madriguera y Xavier Cugat.  Poco tiempo después el pianista y compositor cubano José Curbelo reclutó a Rodríguez como cantante y músico para su orquesta. Es considerado uno de los grandes baladistas de América, y  cabe el mundo en el trayecto de su nombre. Caben también las letras, su cosecha y su inmanencia. Verlo cantar esas canciones raptadas de cualquier luz original, creaba el deseo de escribir, de ponernos en su visión y en el palacio de su voz, solo por acercarnos hacia algún lugar del atardecer, cuando el mar se ve sin color, y conforma la alquimia de la nocturnidad. Eso, lo cantaba en su bolero Un atardecer donde relataba el encuentro amoroso que ofician las palmeras tranquilas, la costa suave, las areniscas cuyo influjo en los pies descalzos no es otra cosa que caricia. Escuchar su música es ver el alma en otro tiempo, sacada de los días oficiales de la rutina. Hay una manera de rendirse a esos alisios mapas de la imaginación en su voz, algo nos sucede, que lleva a la poesía; habrá siempre una comunión que, aunque imperfecta, se hace seguidora de unas divinas palabras.

Su presencia pacífica, estoica, arrulladora al paneo de la cámara, los claroscuros del escenario, la orquesta abrazada a un vaivén sin otra definición que no sea a lo magnífico, el tiempo detenido, el cantarse cada letra como vivida por él, hombre y circunstancia, le hacían un artista auténtico, en salud de inmortal, de hecho, es inmortal. Fue el Tito Rodríguez de las generaciones de puertorriqueños exiliados en Nueva York, de penas y mentiras, fue el Tito Rodríguez que imitaba un vuelo pequeño de la isla que no se podía tener en las manos o caminar por ella. Fue, el Tito Rodríguez que trató de establecerse con una revista musical de Las Vegas lo cual le ocasionó una gran pérdida económica. Volvió a ser el Tito Rodríguez que en 1963 graba junto a su orquesta un nuevo disco en vivo esta vez dedicado al Jazz Latino en el club neoyorquino Birdland. Este álbum, titulado Live at Birdland incluyó la colaboración de los músicos de jazz Bob Brookmeyer, Al Cohen, Bernie Leighton, Zoot Sims y Clark Terry. En ese mismo año se sucede,  un veto artístico que le impedía actuar con sus músicos, Tito Rodríguez asumió el reto de cambiar radicalmente de estilo, al menos por ese momento, al interpretar boleros con acompañamiento de una orquesta de cuerdas, cuando los boleristas tradicionales no estaban en su mejor momento. La disquera, puso el talento de Rodríguez en manos del músico, compositor y director estadounidense Leroy Holmes quien había tenido algún acercamiento con la música romántica latinoamericana.

De esta colaboración, nace el álbum Tito Rodríguez with Love un auténtico éxito de ventas, que incluyó la canción "Inolvidable" del músico cubano Julio Gutiérrez. Una canción propia del alma, poder del alma, solicitud del alma. Desde niño la escuchaba en la radiola de mi padre, y siempre había un silencio de los dos, al influjo de la canción donde hay amores que nunca pueden olvidarse. Estando en Guadalajara, acudía a un bar muy íntimo que se llamaba “La Enredadera” luego de un día entre clases y estudios sobre Juan José Arreola y su Confabulario. Una tarde acompañado del excelente amigo y poeta Felipe Ponce, alguien, a quien solo vi de espaldas, echo en la “rokola” -a buen decir tapatío-una canción, “Llanto de Luna” en una voz que era habitante desde hace mucho tiempo de mi alma y memoria. Era Tito Rodríguez. Perdí la dura coyuntura del tiempo, o fue que el tiempo se alejó de mí, por un momento, y se quedaba en aquel hombre de estatura mediana, cantando en el “Club House” del antiguo Hipódromo El Comandante de Carolina y yo, muy niño, no descifraba ni el evento, ni la trascendencia. Solo la voz, esa voz, llevando suave ese bolero, “te quise con alma de niño, y tan grande fue mi cariño”. Era él, pero no lo recuerdo; fue él, pero nunca estuve cerca.

Su influencia, no es indebida. Gilberto Santa Rosa, cantante de cantantes, “Caballero de la Salsa” soneador legítimo, bolerista por herencia, es un paradigmade la presencia de Tito Rodríguez, como ícono insuperable. Ver cantar a Gilberto, en esa esencia rica de matices, también sereno, libre, y a su vez poseído en las voluntades del ritmo es un memorial de lo que pudo ser Tito Rodríguez en los andares del Siglo XXI. Claro está, cada uno en su estilo, su virtuosismo, su evolución. Tito, tocaba el timbal, el piano, Gilberto las maracas, el piano, ambos se dejan navegar por la fuerza de la orquesta, ambos se visten de decires y soneos, que los hacen genuinos hombres de música. De hecho en 1993, al cumplirse 20 años de su desaparición, Gilberto Santa Rosa realizó otro álbum titulado A dos tiempos de un tiempo con interpretaciones de boleros y salsa realizadas años atrás por Rodríguez, además de un tema especial dedicado a aquel y otro a dúo con el fallecido intérprete. Finalmente, en el año 2003 la disquera puertorriqueña Disco Hit retoma la idea de grabar la voz de Tito Rodríguez con guitarras y edita el álbum El Inolvidable: boleros, voces y guitarras.

Ojos de Perro Azul. Ahora vuelve la mano soledosa del bolero. Llega primero a los hombros, al oído, y después ocurre el seguimiento, sin soledad o estupor, sólo ir disfrutando cada letra. Tito Rodríguez cantó una canción Nuestro Balance que una vez, derrotado el corazón por el estrago de un amor me llevó a un poema que no olvido, de hecho, es el único poema que he podido recordar de todos los poemas escritos o mis libros publicados.

Cuando la soledad despierta fue un poema escrito por mí abrazado a un adiós, y a ese bolero cantado a la ruptura.  Yo 22 años, ella 30, la vida, los vuelcos… De alguna manera Tito Rodríguez me visitaba entre sombras, cantaba, y se marchaba. Ojos de Perro Azul. Rubén, Tito, Gilberto, Vicentico Valdés,  Cheo Feliciano,…ellos y mi triste poema, el único que he podido recordar.

Más bien, mejor lo dejo aquí, recordando una gran voz de la salsa, y el bolero, un alma tan de veras, una leyenda. Mejor estrujar ese poema solitario que me invoca, y en otro atardecer escuchar que ella, la de la letra S, mayúscula, indomable, de todos mis espejos, se pasee y la escuche. No, mejor callar y que Tito Rodríguez la cante, con el pianista cubano José Delis, en cualquier vellonera del tiempo, con un vaso lleno de cerveza, y algo de mi alma:


Sentémonos un rato en este bar

a conversar... serenamente.

Echemos un vistazo desde aquí

a todo aquello que pudimos rescatar.

Hagamos un balance del pasado

como socios arruinados

sin rencor.

Hablemos sin culparnos a los dos

porque al final salvamos lo mejor.


Ha pasado solo un año

y el adiós abrió su herida;

un año nada mas,

un año gris

que en nuestro amor duro una vida.

Lentamente fue creciendo

la visión de la caída.

La sombra del ayer

nos envolvió

y no atinamos a luchar...


¡No ves!

Estoy gritando sin querer

porque no puedo contener,

esta amargura que me ahoga.

Perdona, no lo puedo remediar...

Mi corazón se abrió de par en par...


(Bolero Nuestro Balance)