Julia de Burgos íntima, como fue su ruta

Historia

“Julia de Burgos fue encontrada inconsciente en la calle 105 y la Quinta Avenida y al ser trasladada al Hospital Harlem, falleció casi de seguido. El cadáver, desprovisto de toda identificación, fue conducido al depósito funerario de la ciudad, fracasando todas las tentativas de la policía por identificarla… Julia de Burgos fue enterrada en un tumba anónima en la Isla de Potters, donde se inhuman los cuerpos de los indigentes de la ciudad”.

(Del informe oficial según lee el Periódico El Mundo, 4 de agosto de 1953.) Siempre he recordado más la muerte de mis poetas que sus nacimientos. Por eso, el pasado 17 de febrero, día del natalicio de Julia, recordé cómo murió: su suicidio. Creo que el mejor homenaje que se le puede hacer a Julia no es enterrar su tragedia como enterraríamos un ramo de bellas palabras frente a su tumba, sino tratar de penetrar sus misterios sin miedo a ninguna verdad.

Dejaron sola a la poeta. La poeta se sintió sola. La poeta se despidió en otra lengua: “It has to be from here, forgotten but unshaken, among comrades of silence, deep in the Welfare Island, my farewell to the world.” (Farewell in Welfare Island, febrero 1953). Julia de Burgos murió el 6 de Julio de 1953, a los 39 años. El certificado de defunción indica que muere de pulmonía lobular. Sabemos que otros fantasmas la perseguían.

En un homenaje a Alfonsina Storni por el diputado argentino Alfredo Palacios, poco después del suicidio de la poeta, el mensaje dice: “En dos años han desertado de la existencia tres de nuestros grandes espíritus: Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Alfonsina Storni. Algo anda mal en la vida de una nación cuando, en vez de cantarla, los poetas parten voluntariamente, con un gesto de amargura y de desdén, en medio de una glacial indiferencia del Estado”. El poeta no es una persona ordinaria, su dolor es muy grande. Está dotado de una sensibilidad a la que debemos temer, ve cosas donde los demás no ven nada. Se caracteriza por la extrema finura de su piel, que se cuaja fácilmente abriéndose en fisuras profundas que no paran de sangrar. Lo sé.

Muy temprano en mi vida conocí a Julia de la manera en que se conocen las personas que duermen juntas, íntimamente. La leía siempre de noche, en el extranjero, en una habitación 9X10 donde viví tres años. Una mañana, apenas amanecía, yo tenía 17 años, cuando recibí una llamada telefónica obscena, con voz jadeante. Escribí: “Julia de Burgos, esta mañana me levanto para robarte un verso, /este país es escandalosamente vacío / la soledad se pasea de esquina a esquina, / los ojos de los seres se ven moribundos, / no hay alma ni vida. / El teléfono suena y una voz lenta, agonizante, me suplica compañía. / Julia de Burgos, este mundo te congeló el deseo de vivir, / petrificó tu anhelo de crear nuevas rutas”.

Como ensayista, uno de mis quehaceres es transcribir la vida de personas que son importantes para mí.

Una vez quise escribir sobre un poeta que abusaba del alcohol. Para conocerlo, tuve que caminar callejones oscuros y malolientes, dejarme crecer la barba, hacer que mi piel se tornara oscura, mi piel ahora sudorosa y arabesca, y pude entonces escribir sobre aquel, quien me hablaba de tía Julita (porque era sobrino de Julia) y me contó cosas secretas sobre ella que no diré aquí.

Más reciente tuve que transcribir la vida de un importante ingeniero que superó su destino, había nacido en El Fanguito, más fue él quien construyó bajo el gobierno de don Luis Muñoz Marín, el Puerto Rico que vemos hoy. Para conocerlo tuve que irme a su campo de trabajo, ver cómo hacía las maquetas, calzarme con botas amarillas y llenas de fango, usar un casco. Entonces entendí.

Pocas cosas me llevé a mis 16 años para la ciudad de Nueva Orleans, donde fui a estudiar a la universidad. Un afiche con el rostro en sepia de Julia y su poema Yo misma fui mi ruta. Para ese entonces esbozaba en mis libretas apenas suspiros de las cosas que veía. Todos los días Julia me acompañaba en la primera gran soledad de mi vida. Y aquel poema. Para entender a Julia, quien había muerto exactamente una década antes de mi nacimiento prematuro, tuve que vivir largas soledades, profundos abandonos, ser poeta.

Un día, muchos años después, junto a la poeta venezolana Astrid Lander, quise ir a la esquina justa donde Julia de Burgos tropezó. Quise saber el espesor de la acera, los edificios que la circundaban, respirar ese aire, caminar un bloque más hacia la derecha, un bloque más hacia la izquierda, comprar un aceite en la botánica boricua de aquella esquina, ser ella por un rato, entenderla. Preguntamos varias veces, hombres bebiendo cerveza parecieron titubear. Es por allá, vas a ver un mural con su cara. Nos acercamos a esa esquina de la calle 105 y la Quinta Avenida, vimos el mural descascarado. Fue en ese instante que me percaté que tenía mis manos vacías. Qué darle a Julia. Entonces saqué la llave de mi casa, aquí te la dejo, Julia, por si regresas no vuelvas a sentirte sola, y tengas una casa donde llegar. Coloqué suavemente la llave por la alcantarilla, la dejé deslizar por donde imagino Julia dejaría atascado su tacón, y ahí cayó: enferma, pobre, desolada, desamada. Julia de Burgos, Julia de América, Nuestra Julia.

A Julia hoy le rinden homenajes, la inscriben en un inmenso mausoleo, hay fotos y afiches de ella por doquier. De ese tamaño es la culpa que tenemos nosotros por aquel abandono hace 60 años. Y digo nosotros, porque fuimos nosotros 60 años atrás quienes la abandonamos. Como siglos hace que un pueblo gritaba “crucifíquenle…”

Les invito hoy a renunciar a la fanfarria de tales homenajes. A llevarla íntima, Julia, íntima, como fue su ruta.  A pensar en aquellos poetas que hoy abandonamos, que son hijos e hijas de Julia. Esos poetas underground, o los que no salen de su casa o de su calle. A los que escriben sin usar las palabras como metáforas del escondite, si no directo, cómo va la bala, o la espada de dos filos. Porque Yo no soy Julia, pero todos somos Julia.

Es pues este mi homenaje In memoriam a la autora de:

Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes;
cuando ya los heraldos me anunciaban
en el regio desfile de los troncos viejos,
se me torció el deseo de seguir a los hombres,
y el homenaje se quedó esperándome.

*Dedicatoria a Julia de Burgos para El Grito de Mujer 2014, leído en la Universidad del Sagrado Corazón el 8 de marzo del 2014, Día Internacional de la Mujer.