Joaquín “El Chapo” Guzmán, el Jefe de la sierra capturado por la playa

Caribe Hoy

Llegué a México en enero del 2012. Eran los tiempos de la guerra contra la delincuencia organizada que lideraba el en ese entonces presidente mexicano Felipe Calderón. Cuando terminé los procesos migratorios de rigor en el aeropuerto y luego de recoger mi equipaje, pisé por fin tierra mexicana en las afueras del aeropuerto de Guadalajara. Recuerdo, nítidamente, el impacto que me causó ver, a la entrada del aeropuerto, haciendo fila con taxis y autobuses, dos camionetas blindadas del ejército nacional mexicano. En la parte trasera de éstas había militares portando potentes armas largas y cubiertos con chalecos antibalas y cascos verdes. Era un día normal en aquella puerta de entrada y salida de la principal ciudad jalisciense.

La gente iba y venía. Tomé un taxi rumbo a mi destino. Como a 400 metros de la entrada del lugar volví a toparme con otras camionetas militares blindadas. Le pregunté al taxista si aquello era normal. Me dijo, después de examinarme con la vista, que sí. “Así es aquí señor”, sentenció el hombre. Era la guerra del presidente y los organismos de la seguridad pública contra los capos de la droga. El más grande de todos esos capos es conocido, entre otros motes, como el “Señorón de La Tuna”.

Hablamos de Joaquín Guzmán Loera, el notorio Chapo Guzmán. Narra un narcocorrido –son éstos canciones cantadas por bandas del norte de México en las que se ensalza y cuenta la vida, pasiones, guerras, ostentaciones y gestas de epopeya de los grandes capos de la droga- de los Tucanes de Tijuana que El Chapo, hombre inteligente y valiente, vive en la sierra de Sinaloa, acompañado de un potente comando de hombres armados que disponen de aviones, vehículos todoterreno y gente, mucha gente, por lo cual al capo, según el narcocorrido en cuestión, “nunca más lo volverán a ver” las autoridades. Otros narcocorridos –al capo le han dedicado más de cien canciones de este tipo- hablan del Chapo como hombre noble que solo mata enemigos, militares y traicioneros. En otras canciones el delincuente es retratado como una especie de semidiós que dispone de múltiples poderes que le permiten estar en todas partes. Los narcocorridos son parte integral del día a día de entidades norteñas mexicanas como Sinaloa, Sonora, Obregón, Chihuahua, Tijuana y Tamaulipas. Estas canciones, generalmente breves, cuentan las historias de narcotraficantes de origen muy humilde que a fuerza de metralla, astucia y bravura logran erigirse mandamases cuyo poder e influencia rivaliza con las autoridades públicas estatales y federales y con el mismo gobierno norteamericano.

Los capos de los narcocorridos son individuos rudimentarios de muy escasa educación formal, que no obstante ello se gradúan con honores de la universidad de la calle, en los recintos del tejemaneje en que los “verdaderos” varones se juegan la vida. Allí no cuentan los libros ni títulos universitarios –a veces los apellidos sí- en tanto lo que importa es el no tenerle miedo a la muerte, saber usar las armas, los contactos con Colombia y Estados Unidos y la “lana de a costales”. Los kilos de cocaína, las toneladas de mariguana y las fincas sembradas de amapola –que es la base de la heroína- en las alturas del Triángulo Dorado (región compuesta por Sinaloa, Obregón y Chihuahua donde se siembra y almacena gran parte de la droga que finalmente termina en las venas y narices de los adictos y usuarios en Estados Unidos) son la clave del inmenso éxito económico que logran alcanzar los señores de la droga en México. Señores que, como ya vimos, en la mayoría de los casos, nacen muy pobres. Como es el caso del Chapo.

Joaquín Guzmán Loera nació, se presume, el 4 de abril de 1957 en el poblado de La Tuna, Badiraguato, Sinaloa en el seno de una familia muy pobre. Su madre era una campesina analfabeta y su padre un brasero agrícola que pasaba más tiempo alcoholizado en las cantinas del pueblo con que sus hijos y esposa. De niño El Chapo, para matar el hambre y vestir, tuvo que abandonar la escuela para dedicarse a trabajar vendiendo naranjas por el pueblo. Siendo un adolescente incursionó, a petición de amigos y un tío, en el recogido de hojas de mariguana y amapola en la sierra. Pasaba días completos recogiendo grandes cantidades de mariguana y amapola acompañado de muchos campesinos. Por las tardes llegaban a la sierra grandes camionetas de las cuales bajaban hombres con armas largas que ostentaban prendas y ropa cara. Aquellos eran los narcos dueños de los plantíos de enervantes. Encargados de introducir la droga a Estados Unidos. Cuentan, quienes le conocieron desde aquella época, que El Chapo quedaba maravillado, imantado, con la autoridad que imponían esos hombres. Así vivió su adolescencia en la sierra: recogiendo droga y soñando con ser narco para tener camionetas, armas, mujeres y contactos en Colombia y Estados Unidos.

Cuando se hizo hombre Guzmán Loera fue convidado por un tío narcotraficante, conocido por su bravura como “El León de la Sierra”, a entrar de lleno en el negocio de la droga. Esta vez en la fase de almacenaje y traslado de kilos a la frontera de Sonora con Arizona. Pronto el tío y demás narcos envueltos en el negocio notaron que Guzmán Loera disponía de unas habilidades y mente especiales, por lo cual rápidamente pudo escalar niveles en las estructuras del negocio. Logró hacer nombre en la zona. Consiguió, por fin, el tan anhelado dinero para comprar camionetas, armas, ropa cara y hacerse de buenas hembras. No tenía miedo a nada el joven narco. Por esos tiempos mató por primera vez. Si había que matar lo hacía. De igual modo no temía a andar por la frontera con Estados Unidos a bordo de camionetas repletas de kilos de droga. Ni los policías mexicanos ni los americanos lo amedrentaban en sus faenas. De los enemigos apenas se preocupaba, para ese “problemita” tenía sus rifles y pistolas en la cajuela. Estamos hablando de mediados de los 70.

Pero en 1975 todo cambió dramáticamente para El Chapo. El tío narco, su héroe y mentor en los trabajos delictivos de la droga, encontró la muerte en una balacera. Guzmán Loera quedó solo. Con mucha droga a su cargo e, igualmente, muchos enemigos detrás suyo ahora. Heredó todos los problemas del tío. Pero su nombre había llegado hasta oídos de los grandes patrones. Un hombre inteligente, bravo y que tronaba metralla adonde quiera sin pensarlo mucho, era una verdadera joya en el negocio. Miguel Ángel Félix Gallardo, el máximo narcotraficante de la época, conocido como el “Jefe de Jefes”, líder fundador del Cártel de Guadalajara, mandó a buscar al Chapo. En una breve conversación lo puso a cargo de parte de sus dominios en tierra sinaloense. Asimismo, lo designó jefe de su seguridad personal en el estado norteño de marras y tierras limítrofes. El Chapo comenzó a nadar en aguas profundas y jugar con los grandes del negocio.

Para entonces la empresa delictiva de Félix Gallardo era el grupo criminal más poderoso de México. A su vez, tras un acuerdo con Pablo Escobar Gaviria y el narcotraficante hondureño Juan Ramón Matta-Ballesteros, se convirtió en la organización encargada de introducir la cocaína de los carteles colombianos en suelo estadounidense. Al Cártel de Guadalajara lo lideraban hombres de Sinaloa. Sus máximos jefes eran Ernesto Fonseca Carrillo alias “Don Neto”, Rafael Caro Quintero y el ya mencionado “Jefe de Jefes”. Por su parte, los líderes medios de la estructura criminal eran Ismael Zambada alias “El Mayo”, Amado Carrillo Fuentes y Juan José Esparragoza alias “El azul”. Los jefes de seguridad, de sicarios y de los encargados de la recolección de la droga eran El Chapo Guzmán, Héctor “el Güero” Palma, los hermanos Marcos Arturo y Alfredo Beltrán Leyva, Ignacio “Nacho” Coronel y los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix. Estos hombres, todos oriundos de poblados sinaloenses –menos el Güero Palma nativo de Nayarit-, controlaban en todos sus estamentos el cártel más grande y poderoso del momento. Sus enemigos eran realmente pocos. Había pocas maneras de competir contra este cártel.

Para esta época, bajo los sexenios de los presidentes mexicanos José López Portillo y Miguel de la Madrid, existía un acuerdo tácito entre este grupo criminal y las autoridades públicas de los más altos niveles, por virtud del cual los narcotraficantes tenían el paso libre para cultivar, almacenar y enviar sus cargamentos de droga a Estados Unidos. El gobierno federal y estatal cobraba impuestos a los jefes del cártel por cada cargamento que partía rumbo a tierras del norte. De este modo la operación del Cártel de Guadalajara era tan eficaz como lucrativa. El PRI de esos tiempos usaba este método para, primero, obtener dinero para las contiendas electorales que invariablemente ganaba, y segundo, para hacer millonarios a sus principales líderes y figuras. De igual modo, la clase empresarial mexicana de entonces también sacaba sus cuantiosos dividendos del negocio-acuerdo. Se encargaban los grandes empresarios de lavar el dinero del cártel e introducir miles de millones de dólares de la droga a la economía nacional y sus bancos. La ciudad de Guadalajara, sede y lugar de vivienda de los jefes del cártel, se convirtió desde entonces en una de las principales urbes de México y América Latina. Los grandes proyectos de construcción de urbanizaciones, edificios y centro comerciales adornaban el mapa de la ciudad tapatía. Muchas grandes fortunas de empresarios y familias ricas mexicanas que hoy día ocupan los primeros puestos entre los más acaudalados del país, se hicieron durante aquellos años gracias a las bondades del dinero del narcotráfico.

Según investigaciones e información provista por narcotraficantes interrogados, Félix Gallardo hacía llamadas directas a la casa presidencial mexicana. Allí atendían sus comunicaciones telefónicas diciéndole señor y “diga usted patrón”…Durante los 80 el Cártel de Guadalajara reinó en todo México. Pero tan brillante época tuvo su final. El 9 de febrero de 1985 el agente encubierto de la DEA Enrique “Kiki” Camarena fue secuestrado, torturado y brutalmente asesinado en Guadalajara. El gobierno de Estados Unidos no toleró tal exceso de los capos mexicanos. En poco tiempo uno por uno fueron cayendo los máximos líderes de la organización. Rafael Caro Quintero fue puesto bajo arresto en Costa Rica y con más de 60 millones de dólares en efectivo consigo, el 4 de abril de 1985. Ernesto Fonseca Carrillo fue aprehendido en su rancho privado en Puerto Vallarta apenas tres días después. Miguel Ángel Félix Gallardo, el máximo líder del grupo, corrió la misma suerte varios años después en su mansión en Guadalajara el 8 de abril de 1989. Según se dice, los capos torturaron y mataron personalmente al agente de la DEA. La causa de dicha ejecución fue el decomiso de varias toneladas de mariguana en un rancho de Chihuahua perteneciente a Rafael Caro Quintero. Kiki Camarena, supieron los capos, dirigió el decomiso.

Arrestados los principales líderes del cártel, las figuras de la jefatura media tomaron control de la organización. Pero los líderes de más abajo también, entendían, podían mandar. Se desató el descontrol. Pronto desapareció el legendario Cártel de Guadalajara. Los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix erigieron su feudo en Baja California. Allí fundaron el Cártel de Tijuana. El Mayo Zambada, El azul, El Chapo, El Güero Palma, Nacho Coronel y el resto de jefes de menor nivel, bajo el liderato indiscutido de Amado Carrillo Fuentes, crearon su propia estructura. Carrillo Fuentes nombró como el Cártel de Juárez la nueva organización. En poco tiempo, gracias a la amistad que Carrillo Fuentes trabó con los hermanos Rodríguez Orejuela, líderes del Cártel de Cali de Colombia, el grupo de Juárez superó, incluso, en términos de cantidades de droga introducida a territorio norteamericano y dinero obtenido con dichas operaciones, el poder y riqueza del extinto Cártel de Guadalajara.

Este cártel controló casi por completo el negocio de la droga en México de principios hasta finales de los 90. Amado Carrillo Fuentes, el seductor, brillante y enigmático jefe de la organización, se convirtió desde entonces en el legendario y temido “Señor de los cielos”. Adquirió este mote a resultas del esquema de operación que desarrolló para introducir toneladas de cocaína, heroína y mariguana a Estados Unidos: el uso de aviones 747 y una flota de cientos de avionetas, que despagan repletos de estupefacientes de aeropuertos clandestinos en Sinaloa, Obregón, Sonora y Chihuahua, para transportar la droga a puntos específicos en los estados fronterizos con México de la nación estadounidense. “El señor de los cielos” era el hombre más respetado y venerado por los cárteles colombianos. Un capo de palabra cuyos cargamentos llegaban con una efectividad de casi el 100% a Estados Unidos. Según expertos, en sus mejores tiempos Carrillo Fuentes generaba hasta 300 millones de dólares en una semana. Fue, para mediados de los noventa, de largo, el hombre más rico de México y uno de los primeros diez del mundo. Hasta su muerte el 3 de julio de 1997, “el Señor de los cielos’’ fue rey de la droga en el mundo.

Parte de ese tiempo El Chapo lo pasó preso. El 9 de junio de 1993 fue aprehendido en Guatemala y transportado en una camioneta hasta la frontera con México. Según información confidencial dada por algunos de los pocos hombres que participaron en la entrega del Chapo por parte de las autoridades guatemaltecas, la manera en que fue puesto en manos mexicanas dejaba entrever que, en ese momento, Guzmán Loera era un narco de mediana estatura poco importante. Pero, sospechosamente, el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari lo presentó como un “capo poderoso” cuyo arresto constituía un golpe “contundente” a las estructuras del narcotráfico en México. La famosa fotografía del Chapo vestido de marrón con un abrigo grande y gorra color crema posando esposado con una pared gris detrás, data de aquel arresto. Fue encarcelado en el penal del Altiplano en el Estado de México bajo una condena de 20 años y nueve meses de prisión. Allí estuvo preso hasta el 8 de noviembre de 1995 cuando fue trasladado al penal de Puente Grande en Jalisco.

El Chapo llevaba una vida de excesos en la cárcel. Recibía vistas a todas horas, bebía alcohol, dormía con prostitutas, embarazó una oficial de custodia, apostaba en juegos de cartas y daba órdenes a los guardianes del penal. Él y su amigo el Güero Palma, que fue su compañero de prisión, controlaban la cárcel a gusto y ganas. De acuerdo a serias investigaciones periodísticas y entrevistas a reclusos que compartieron celda con El Chapo, desde el año 2000 en adelante, cuando cambiaron casi toda la jefatura del penal de Puente Grande, todo daba a entender que algo iba a ocurrir. Asimismo, cuentan los reclusos, El Chapo, para esos años, hablaba usando términos que dejaban entrever como que estaba consciente de que pronto saldría del penal. Con regularidad, se refería a cosas que pensaba hacer fuera de la cárcel. También para esas fechas, reclutaba guardias penales y reclusos bajo la promesa de que los emplearía muy pronto…Un día, ya en 2001, el responsable de las prisiones de México visitó el penal de Puente Grande para, supuestamente, atender unas quejas sobre “violaciones a los derechos humanos de algunos reclusos” acaecidas en el penal. Un fuerte operativo de seguridad fue desplegado para proteger la visita de la alta autoridad. Entró por la tarde y salió de noche del penal. Al otro día, sorpresivamente, según el relato oficial, escondido en un carrito de cargar ropa sucia, El Chapo Guzmán se escapó de Puente Grande. La periodista mexicana Anabelle Hernández, autora del conspicuo libro “Los señores del narco”, una de las máximas expertas en el tema del narcotráfico en México, cuenta que la salida del Chapo del penal fue muy distinta a lo ventilado oficialmente. Según la investigadora, Guzmán Loera salió caminando del penal sin esconderse de nadie. El jefe de prisiones no fue a atender quejas al penal, cuenta la autora, fue a decirle al Chapo: “adelante señor, es usted libre, como acordamos”. Por ello El Mayo Zambada y El Chapo pagaron, dice Anabelle, unos 10 millones de dólares en efectivo. Narra un famoso narcocorrido de los Tucanes de Tijuana, titulado “el regreso del Chapo”, que Guzmán Loera “salió de Puente Grande porque iba pa’ Culiacán” y “que se gastó su dinerito, pero ya anda en libertad”…

A partir de su salida de la cárcel, El Chapo, a fuerza de astucia, plomo y buena suerte, se convirtió en poco tiempo en el narcotraficante más rico y poderoso del mundo. A los meses de su salida de Puente Grande creó, junto a su compadre y socio Ismael “El Mayo” Zambada, el Cártel del Pacífico, organización delictiva precursora del Cártel de Sinaloa. El Chapo y El Mayo se asociaron con Nacho Coronel, los hermanos Marcos Arturo y Alfredo Beltrán Leyva y con el reducto aún en operaciones del Cártel de Juárez –la legendaria empresa criminal del mito Amado carrillo Fuentes- liderada por Vicente Carrillo Fuentes, hermano del “Señor de los cielos, alias el Viceroy. De dichos acuerdos nace La Federación, una mancuerna criminal a través de la cual los grandes capos de la droga de Sinaloa, muchos de los cuales estaban emparentados por lazos familiares y casamientos entre hijos e hijas, acordaron repartirse el territorio mexicano, fijar modos de operación, cantidades de drogas a exportar a Estados Unidos por cada jefe, los contactos con Colombia a establecer, los líderes políticos y militares que se debía sobornar y, tal vez lo más importante, los grupos insurrectos que había que combatir. Los enemigos eran, por un lado, el Cártel de Tijuana de los hermanos Arrellano Félix y, por el otro, el Cártel del Golfo de los hermanos Osiel y Antonio Cárdenas Guillén alias “Tony Tormenta”.

La organización de Tijuana fue debilitada por el gobierno mediante arrestos y el asesinato de sus principales líderes. De su parte, el grupo del Golfo sufrió una escisión entre la jefatura alta y sus sicarios, de la cual nacieron Los Zetas liderados por Heriberto Lazcano Lazcano y Migue Ángel Treviño. De este modo la organización en cuestión se envolvió en una guerra brutal contra sus antiguos jefes de sicarios en los territorios de Tamaulipas, Nuevo León y Veracruz. En esta parte de México, a través de dicha guerra, se inauguró la macabra estrategia de combate en la cual los grupos criminales se mandan mensajes con descuartizamientos, decapitaciones y ejecuciones masivas grabadas en video. Mientras los rivales de La Federación se debilitaban con guerras internas y arrestos, la estructura de los capos sinaloenses también entró en un proceso de rompimiento irremediable. Fundamentalmente a resultas de que los hermanos Beltrán Leyva se negaban a seguir las órdenes del Chapo. Por lo cual, para mediados de 2008, sin necesariamente declararse la guerra, cada capo se fue de su lado. Solamente siguieron unidos El Chapo y El Mayo. Pero como demostró el tiempo, esta ruptura lo que hizo fue acrecentar aún más el poder de Guzmán Loera.

Igualmente, las políticas de seguridad de los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón (2000-2012), ambas dirigidas por el inefable y muy cuestionado Genaro García Luna, claramente beneficiaron al Chapo, toda vez que sus principales enemigos, durante dichos sexenios, fueron siendo arrestados y asesinados. Primero cayeron los hermanos Arellano Félix, bestiales y corajudos narcos que desde principios de los noventas mantenían una guerra sin cuartel contra Guzmán Loera y su gente. Les siguieron a los líderes de la organizacional de Tijuana los hermanos Beltrán Leyva. El 20 de enero de 2008 Alfredo Beltrán Leyva fue aprehendido en Culiacán, Sinaloa. El 16 de diciembre de 2009 Marcos Arturo Beltrán Leyva, alias el “el barbas” y “el Jefe”, resultó muerto en medio de una balacera contra elementos de la Marina de Guerra mexicana. En tanto, el 29 de julio de 2010 fue matado Nacho Coronel en Guadalajara. Edgar Valdez Villareal, un sanguinario capo que en su momento fungió como jefe de sicarios del Cártel de los Beltrán Leyva, fue capturado el 30 de agosto de 2010. El 14 de marzo de 2003 elementos de la PGR (Procuraduría General de la República) arrestaron a Osiel Cárdenas, legendario capo fundador del poderoso y violento Cártel del Golfo. Ya en las postrimerías del sexenio calderonista, fue ejecutado, el 7 de octubre de 2012, Heriberto Lazcano Lazcano, fundador de Los Zetas, el grupo criminal más sangriento y sádico de la historia delictiva de América Latina.

Queda claro que, uno por uno, no se sabe si por concepto de un acuerdo y previo pago de fuertes sumas de dólares, los enemigos del Chapo fueron sacados del tablero de juego. A partir de entonces Guzmán Loera adquirió la fama y estatura que le permitieron situarse como el capo de la droga más rico y poderoso del planeta. Cuyas operaciones llegaban a 36 países. Que amasó una fortuna, según la revista Forbes, de sobre 3 mil millones de dólares. Que tenía más de seis mil sicarios y operadores desplegados por todo México, América Central y ciudades de Estados Unidos. Que era una leyenda, suerte de entidad sobrenatural, que podía estar en todas partes: se decía que vivía en Argentina, que estaba en California viviendo tranquilo en una mansión, que tenía su casa en Honduras –dicho por el mismo presidente de este país-, que se paseaba por Europa en aviones privados y yates de lujo, en fin, eran cientos los escondrijos que se le atribuían al capo.

No obstante tales cotos de poder y riquezas, El Chapo sufrió varios golpes en sus años de gloria. El 10 de mayo de 2008, Édgar Guzmán López, de 22 años, hijo del Chapo, fue asesinado por múltiples disparos de armas largas en el estacionamiento de un cine en Culiacán. Según informes, la muerte del muchacho la ordenó Marcos Arturo Beltrán Leyva como consecuencia del arresto de su hermano Alfredo, quien según el primero fue entregado a las autoridades por Guzmán Loera. También han sido asesinados dos de sus hermanos, un tío, varios primos y decenas de colaboradores muy cercanos. Desde la muerte de su hijo en 2008, la violencia entre cárteles mexicanos adquirió niveles espeluznantes. Dicen investigadores que tras ese hecho violento, los máximos jefes de la droga enfrentados decidieron que no respetarían familias en la lucha. Por lo cual, desde entonces, los capos decidieron sacar sus familias de Sinaloa para ubicarlas en ciudades distantes como Guadalajara. De igual modo, afirman los que saben de este tema, que la tranquilidad que se respira en Guadalajara es consecuencia de que allí viven en lujosas mansiones y estudian en caros colegios y universidades, los hijos y familias de los capos. Sin acordarlo, convirtieron esta ciudad en zona neutral donde no suenan sus metrallas.

Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera es un mito que ya forma parte de la historia moderna de México. No se puede hablar de este país sin que, en cualquier momento, surja el nombre del notorio criminal de Badiraguato, Sinaloa. Se han escrito decenas de libros y miles de artículos de prensa sobre este hombre realmente excepcional. Si bien resultan, desde luego, vomitivos los actos criminales en los cuales participaba este cruento personaje, lo cierto es que es un individuo de unas cualidades de liderazgo, mentalidad estratégica, habilidad empresarial y astucia realmente descollantes. Haciendo uso de tales habilidades es que logró superar con creces, en términos de poder, dinero e influencia, a todos sus enemigos. Igualmente, pudo establecer lazos de colaboración con las más altas esferas de los gobiernos mexicanos desde Vicente Fox hasta Felipe Calderón. Supo, entonces, cual avezado hombre de negocios, poner sus millones de dólares en las manos indicadas a los fines de recibir sus debidas retribuciones y favores.

Dueño y señor de la sierra. Solamente El Mayo Zambada, suerte de efigie sagrada del narco mexicano, que desde los 70 anda mandando y traficando drogas a Estados Unidos, podía hablarle de igual a igual al Chapo. Nadie más. Bajaba, Guzmán Loera, se rumoraba, pocas veces de la sierra. Allí era su feudo. Su imperio. Su mundo aparte donde él y solo él, con sus metrallas, millones de dólares, joyas, camionetas blindadas, comandos de hombres armados a su mando y terrenos interminables sembrados de droga, mandaba y determinaba la vida, muerte y suerte de todos los mortales allí viviendo. Según informes todo mundo en la sierra sabía del Chapo: conocían donde dormía, donde hacía sus fiestas, donde se acostaba con sus mujeres, donde daba órdenes y, sobre todo, sabían que todas las semanas, al menos una vez, iba a la casita humilde donde aún vive su madre, la campesina analfabeta que apenas conseguía para darle de comer en su infancia.

Era demasiado poderoso. De hecho, según Forbes, incluso más poderoso que el presidente de Francia y el mismo primer ejecutivo mexicano. El lugar 37 ocupaba entre los cien más poderosos del mundo de acuerdo con Forbes. Tanto poder no entiende de límites. Por ello, intuyo, tuvo a bien bajar de la sierra. De ahí las catorce mansiones que tenía por la ciudad de Culiacán que recientemente fueron descubiertas, casi todas interconectadas por un complejo sistema de túneles (en dichas mansiones fueron encontrados relojes exclusivos valorados en más de cien mil dólares cada uno, 42 vehículos -16 de lujo-, 53 ametralladoras, tres lanza cohetes, cientos de granadas y equipos de modernos sistemas de comunicación satelital). El asunto es que, al parecer, muy pocas veces usó los túneles. Nadie se atrevía a perseguirlo. Hasta hace unos días, cuando llegaron operativos a Culiacán. Militares mexicanos y agentes de la DEA y el FBI fueron tras sus pasos. Casa por casa. Cerrado el paso de la sierra, tuvo que huir a Mazatlán, paraíso portuario a cuatro horas de Culiacán donde también era un rey. Allí llegó hace pocos días. Siguió su vida de bacanal en bacanal y mandando, como siempre. Pero el 22 de febrero de 2014 a las 6:40 de la mañana hora local, un comando de militares mexicanos dirigidos por efectivos de la DEA dio con su paradero. Lo encontraron durmiendo en la habitación de un edificio de lujo cerca de la playa. Si un disparo fue capturado.

En su apartamento, el 401, había dos pantalones Levis, tres polos Calvin Klein, una camisa blanca, unos zapatos rojos, medicamentos, botellas de agua, un sartén con frijoles, artículos de vestimenta femeninos y una ametralladora AK 47 que no pudo usar. Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, el Señorón de la Tuna, el Jefe de la sierra, unos de los hombres más ricos y poderosos del mundo según Forbes, pasó sus últimos días de libertad por la playa. Ya nunca más volverá a la sierra.