El colapso de un proyecto económico y la crisis actual

Historia

La idea de que el  proyecto económico que fundó el “Puerto Rico moderno” después de la Segunda Guerra Mundial colapsó se ha convertido en un lugar común. La “industrialización por invitación”, estimulada mediante exenciones contributivas, un diferencial salarial a los inversionistas y relativa paz social y política, es cosa del pasado. El neoliberalismo y el nuevo orden global que emergió durante las décadas de 1980 y 1990 los liquidaron. El marco jurídico en que aquel proyecto pudo reclamar algún éxito,  el Estado Libre Asociado diseñado entre 1950 y 1954 a la medida de la “industrialización por invitación”, sigue allí a pesar de todo.

El estatuto, creado para mediar con las vicisitudes de la Guerra Fría y con la miseria que caracterizaba a Puerto Rico desde antes de la Gran Depresión de 1929, ha sido cuestionado intensamente desde sus orígenes. Desde 1953 se reconocía que el ELA no había cambiado sino simbólicamente la relación de dependencia colonial instituida en 1900. Los esfuerzos para revisar el ELA en la década de 1950, el Proyecto Fernós-Murray de 1959 y STACOM en 1961, no condujeron a ninguna parte. La paradoja más visible de Puerto Rico hoy es esa: cómo es posible que, desaparecidas las condiciones de mercado y los contenciosos de la Guerra Fría, el ELA siga en pie intocado como en el primer día. Las estructuras jurídicas suelen resistir mejor los cambios que las del mercado, pero en Puerto Rico se ha llegado a un extremo. En efecto, la historia contemporánea de Puerto Rico se reduce a un gran oxímoron.

La degradación de los bonos del ELA a chatarra es solamente un episodio de esa odisea pero no deja de ser un hecho emblemático. Para los que miramos el asunto desde un “afuera” que siempre es un “adentro”, el acontecimiento  era predecible. En mi caso, la incomodidad fue mayor que la sorpresa. Cualquier fracaso económico de Puerto Rico es un fracaso del ELA colonial. El potencial político de esta situación es enorme. La incomodidad con la relación colonial debería ser la orden del día en el país.  Pero ello no implica que luchar “contra el ELA”, o a “favor de la Independencia y/o la Estadidad”, o por “culminar la autonomía”, aun lográndolo, resuelva la situación. El estatus, como la degradación crediticia, es sólo una parte del problema de Puerto Rico. Su solución no puede considerarse la panacea.

Establecer la responsabilidad por la crisis no es complicado. La clase política desde 1968 a esta parte, se ha visto involucrada en una carrera por sostener una ficción de “crecimiento” y “solvencia” que, desde la década de 1970, se ha apoyado en el crédito. Se trata de la metáfora del “consumidor compulsivo” asiduo de la megatienda, que va camino a convertirse en un “window shopper”. La economía apoyada en el paradigma “la última la paga el diablo”, funcional en alguna medida durante el neoliberalismo de primera fase, hoy colapsa. No las paga el diablo, las paga el país.

Dos crisis marcaron el periodo del 1968 al presente: la de 1971 y 1973, y la que inició entre 2004 y 2006. En el ínterin hubo años económicamente desastrosos que hoy pocos recuerdan: el 1982 y 1983 fueron dos de ellos. En otros repuntaba la economía y florecía un engañoso optimismo: 1988 y 1999 son el mejor ejemplo. Pero a la altura de 2014 resulta evidente que el ELA nunca se recuperó del todo de la primera crisis petrolera del siglo pasado. Es como si se hubiese vivido un fastidioso proceso de derrumbe con algunos oasis de esperanza inútil en el camino.

Ese es el contexto de la colección de artículos Crónicas del colapso: economía, política y sociedad de Puerto Rico en el siglo veintiuno de Emilio Pantojas García. El volumen representa el diálogo de  un académico con un país cuyos cimientos se desmoronan. La imagen que imprime el autor del Puerto Rico del siglo 21, es la de una comunidad que se engaña con su propia imagen: consumidores ilusorios de primer mundo subsisten en un país de cuarto mundo, “marginado de los circuitos de inversión, producción y consumo globales” (21).

La imagen del Estado responsable del Bien Común y modelo de ciudadanos probos y de vida recta que animó a los arquitectos de la modernidad, se ha reducido a una vulgar “kakistocracia” o gobierno de los peores. Entre la ilegalidad y la inmoralidad, medra una clase política que con el apoyo popular sin duda, ha convertido el “servicio público” en “su fuente de riqueza”. La devaluación de la condición ciudadana parece ser la orden del día. La desconfianza en las instituciones de la democracia liberal y representativa, aumentan.

La situación no es nueva. A fines del siglo 19 y en el periodo entreguerras del siglo 20, encuentro condiciones análogas. En ambos casos, grandes crisis del mercado capitalista internacional animaron el pesimismo y la suspicacia colectiva. Las cicatrices de cada colapso están por todas partes. Las ruinas de las haciendas azucareras y cafetaleras del siglo 19, y las de las centrales, las zonas industriales y las petroquímicas del siglo 20, representan una llamada de atención sobre el carácter episódico de los mercados.

Las observaciones de Pantojas García sobre la política apuntan en la dirección de que el “estatus no es el issue” (155): la relación colonial es parte del problema pero no es la más determinante. En un país en que el estatus es el motor de la discusión pública, el comentario plantea una gran contradicción. El estancamiento de la discusión de estatus es un asunto de larga duración: desde 1959 a esta parte nada se ha hecho para revisarlo. La crisis actual, que madura entre el 2004 y el 2006, tampoco es el mejor escenario para resolver el dilema. Todos parecen estar de acuerdo en que la transición hacia un  Puerto Rico estado o independiente, resultaría costosa para el tesoro federal, pero el informe del GAO de marzo de 2014 solo informa sobre la contabilidad de la estadidad.

El estancamiento de estatus no puede disociarse del comportamiento electoral que domina desde 1968. El “sistema de turnos” que Pantojas García comenta se ha profundizado desde el 2000, pero posee diversos rostros. Si bien muchos ven en el “electorado flotante” un signo de “madurez” ciudadana, la actitud no deja de parecer “errática” dado que siempre se elige entre los dos signos mayores de la “kakistocracia”. El “ganador” y el “casi ganador” siempre son los mismos. Mientras los partidos políticos emergentes, que tanto llamaron la atención durante las elecciones de 2008 y 2012, sólo han servido para debilitar al más frágil de los tradicionales: el Partido Independentista Puertorriqueño, el “casi casi ganador”

Por último, Pantojas García mira someramente la cuestión de la identidad en tiempos de crisis. Un país “marginado de los circuitos de inversión, producción y consumo globales”, vive una postmodernidad periférica. La “identidad fluida”, “mediática”, “transitoria” o de “mercado”, que se sostiene sobre el triunfo personal de un boxeador o un cantante, recuerda la “modernidad líquida” que Alan Touraine y Zygmunt Bauman comentaron en alguna ocasión. Ser puertorriqueño performativo o gestual se ha convertido en una regla y una mercancía. Pero lo cierto es que Puerto Rico caminaba en esa dirección desde antes de que Luis Muñoz Marín dictara su ponencia “Brecha para librarnos del Nacionalismo” en las Conferencias Godkin de 1959 en la Universidad de Harvard. El “nacionalismo cultural” y “bueno” animado por el Estado entre 1950 y 1960 era una forma de la “identidad fluida”.

La postmodernidad periférica no ha impedido personalizar estos tránsitos. La cultura “macdonalizada” de George Ritzer en la cual el cálculo, la eficacia, la uniformidad y la automatización minan la individualidad, se convierte en la “mc condización” criolla. De un modo u otro, Pantojas García afirma con ironía que, incluso en medio del colapso, seguimos siendo latinoamericanos. El híbrido cultural de los “Mc Donald” y “Macondo”, inventado por la escritora Mayra Santos Febres, es un concepto patético que no tiene precio. Todo parece indicar que en el presente la identidad no está en crisis sino que la identidad es la crisis.

¿Qué papel juega un sociólogo o un historiador en la discusión pública hoy? Allí están los analistas y los politólogos cada mañana. Algunos historiólogos boricuas-extremos son muy populares en los medios de comunicación tanto tradicionales o digitales como en las comunidades virtuales. Esos apasionados del “logos” no difieren mucho de los ufólogos, chismólogos o missiólogos, por cierto. Su praxis transforma el análisis en entretenimiento y mucha gente de la academia lo resiente. Resentir no es la solución: esa situación no tiene remedio. Insertarse en esos medios, como lo ha hecho Pantojas García, es la expresión de una responsabilidad y un compromiso. Lo felicito por ese esfuerzo.

 

Nota: Comentario sobre el libro de Emilio Pantojas García, Crónicas del colapso: economía, política y sociedad en el Puerto Rico del siglo veintiuno (2014) San Juan: Ediciones Callejón leído en el recinto Universitario de Mayagüez el 9 de abril de 2014.