Entre dos mundos

Historia


Esa Catedral se construyó sobre un cementerio inca. Y es soberbia, sin duda alguna. Se caracteriza por su estilo barroco; por ende, domina el exceso y la complejidad. Impresiona la cantidad de plata, oro, obras de arte y esculturas que adornan la estructura y el diseño. Recibe diariamente cientos de turistas, quienes pagan una tarifa por entrar.

Sin embargo, la visita a la Catedral funciona como una especie de tregua porque antes de entrar y después de salir de ella, el asunto es muy distinto. Nada de exuberancia. Nada de opulencia. Bueno, exceso de niños, menores de 14 años, que trabajan en las calles para sobrevivir; como Sebastián, Antonio, Jimena, Paul y todos los cientos, quizás miles, que me quedan por mencionar. Estos niños, a quienes conocí en la calle, trabajan durante el día y estudian de seis a nueve de la noche. Me hablaron de sus vidas y de sus rutinas como cosa normal, como si me estuviesen diciendo: “esto es lo que hay”, “esto fue lo que nos tocó”, “así es la vida”.

Además de ellos, había un sinnúmero de niños solos, sucios, desnutridos, faltos de cuidado y de higiene. Otros pedían limosna en las puertas, negociaban, regateaban, atendían puestos o cuidaban a sus hermanitos. Indudablemente, eso fue lo que les tocó; pero el hecho de que sus vidas sean así, no significa que deba ser de esa manera. Si bien es cierto que la necesidad los obliga, también es cierto que Sebastián, Antonio, Jimena y Paul; al igual que todos los niños, tienen derecho a jugar, a recibir educación, a reír, a preguntar, a descubrir, a divertirse, a comer, a leer, a escribir, a decidir lo que quieren ser, a ser felices y a no tener preocupaciones que le corresponderían a un adulto. Deben tener derecho a ser niños. Deber tener posibilidades y opciones.

Creo saber el discurso que promueven los que están detrás de ese lugar que contiene la figura del Cristo más antiguo de América y que, de hecho, tenía un altar para nativos y otro para los europeos. Por lo tanto, creo saber también la historia que carga ese espacio. Sin embargo, tanto su discurso como su historia me decepcionan. Por allí me movía yo; en espacios fronterizos entre exceso y miseria que se traspasan en un abrir y cerrar de ojos. Unos que viven de caridad; otros que consumimos y pagamos por ver una gran obra de arte.

Dos mundos que no se mezclan si se entrecruzan.

Bienaventurados.