Una especie de histeria colectiva se esparce en estos días entre las huestes colonialistas de Puerto Rico. El detonante es la participación de varios patriotas puertorriqueños en la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). El miedo se desata ante la posibilidad real de que América Latina clame con una sola voz por la descolonización de la Isla. Casi nada. La menor de las Antillas mayores, y sus tantos otros millones de hijos en la diáspora, son ahora un tema relevante en la agenda diplomática mundial. Los artículos 38, 39 y 40 de la Declaración de La Habana de 2014, conciernen a Puerto Rico directamente. No es de extrañar que cunda el pánico. "Esto nunca había ocurrido en nuestra historia”, apuntó con acierto, el líder independentista Rubén Berríos Martínez. Ahora comienza un proceso de presión en un foro político distinto al Congreso de Estados Unidos o las Naciones Unidas. Naturalmente, este cambio en las reglas del juego no es del agrado de los amigos del status quo. Preguntan, con cierto encono, de donde surge la legitimidad representativa de los actores políticos que acudieron a esa reunión. Qué les da derecho a acudir a esa Cumbre a reivindicar el derecho a la libertad bajo el pendón nacional. No se trata de una pregunta ociosa. Después de todo, la independencia es votada en contra por la inmensa mayoría de los boricuas. Pero este dato, no es más que otra evidencia del delito cometido. Porque el colonialismo, es precisamente eso, un crimen contra la humanidad. Sin embargo, parece prudente explicar que justifica la reciente entrada de nuevas piezas en este tablero del poder internacional. La primera razón es económica.