“…Aprenderé el idioma de los ojos
e inventaremos palabras fuertes, muchas, poderosas…”
-Jesús Manuel Santiago
Antonio Vicente Mendes Maciel, llamado también Conselheiro, profeta y alquimista itinerante, recorre el estado de Bahía predicando la palabra de Dios, reconstruyendo iglesias y profetizando la llegada inminente del Anticristo. Ambas manos funden su crucifijo. Él, ensimismado, visita ese silencio en guerra que reviste a los ascetas de una luz rebelde y sin tipificar. Abierta la muchedumbre, millares de seguidores ven en las palabras del profeta la salvación de sus almas y la posibilidad de vivir en permanente santidad. Tupido escenario de rezos, de visiones arrugadas de mirador en mirador, destrozos del espíritu se reúnen con sus falsos pájaros. Arrastrados por el fulgor milenarista de sus ojos y por su lacónico verbo mesiánico, una cohorte de magníficos personajes le siguen, cada uno con una terrible historia detrás, convirtiéndose a la verdad del Buen Jesús predicada por el santón y dando de paso un giro radical a todas sus vidas. El mensaje apocalíptico del Consejero termina por identificar al Can, al verdadero Anticristo, con lo que no es sino la joven República del Brasil, la cual pretende la permanente separación de la iglesia y del estado; que decreta el matrimonio civil; que obliga a todas las personas a inscribirse en el censo; y que, además, impone el sistema métrico decimal. Su ruptura, sangrienta, con el Anticristo, es decir con la República, no pasa desapercibida por los dos antagónicos partidos políticos mayoritarios de Bahía: el Partido Reformista Republicano, de corte jacobino y burgués.