Del 22 al 24 de agosto se llevó a cabo en Johannesburgo, Sudáfrica, la XV Cumbre del grupo BRICS. El lema del encuentro fue “Los BRICS y África: asociación para el crecimiento mutuamente acelerado, el desarrollo sostenible y el multilateralismo inclusivo.” Se trató de la primera cumbre presencial de éste bloque desde la pandemia de la COVID-19

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Los ciberataques en Puerto Rico a instituciones privadas y al gobierno no cesan. Recientemente se supo de extracción de información privilegiada de abonados de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA). Se supo que hackearon nombres, seguro social e información de cuentas bancarias de abonados.

Ahora, lo más reciente ha sido un ciberataque a un proveedor de servicio de auditoría y contabilidad del Banco Popular de Puerto Rico: la firma Pricewaterhouse Coopers (PwC). Este ciberataque impactó información personal que se extrajo de clientes a quienes se brinda financiamiento hipotecario.

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Los hábitos de vida que se han convertido en sistémicos mundialmente tienen que cambiar y transformarse. El 20% de la población mundial consume el 80% de todos los recursos del planeta. Los gastos militares en el mundo son doce veces mayores que todas las ayudas a los países en vías de desarrollo.

Tal sistema de vida en el mundo ha tenido como consecuencia que cinco mil personas mueran diariamente por beber agua contaminada. Y mil millones de seres humanos no tienen acceso al agua potable.

Más del cincuenta por ciento de todos los cereales comercializados mundialmente son utilizados para pienso o biocombustible, mientras cerca de mil millones de personas padecen hambre en el mundo. El 40% de las tierras cultivables está degradado. Cada año desaparecen 13 millones de hectáreas de bosque.

Nuestra fauna no escapa a la depredación del ser humano en detrimento del ecosistema. Un mamífero de cada cuatro, un ave de cada ocho, un anfibio de cada tres está en peligro de extinción. Las especies se extinguen a un ritmo mil veces superior al que fue históricamente el natural en el pasado.

Las tres cuartas partes de los recursos pesqueros están agotadas, en declive o al borde de estarlo. La temperatura media de los últimos años ha sido la más elevada que jamás se haya registrado en el planeta. La banquisa ha perdido 40% de su espesor en las últimas cuatro décadas.

Antes del 2050 podría haber 200 millones de refugiados a causa del cambio climático. Empero, no todo es pesimismo. Hay atisbos de esperanza, a pesar de todo. Los primeros parques de reservas naturales tienen más de un siglo; cubren más del 30% del territorio de los continentes. Crean espacios donde la actividad humana va en sintonía con la preservación de las especies, el suelo y la naturaleza. Esta armonía entre el ser humano y la naturaleza puede convertirse en la regla y no en la excepción. Así podremos comenzar a darle un poco de futuro al planeta Tierra

Se crea cada vez más conciencia en el mundo de la necesidad de sustituir la quema de combustibles fósiles con propósitos energéticos por las alternativas de energía renovable y reducir las emisiones de dióxido de carbono y de otros gases de efectos invernadero a la atmósfera. Hay verdaderos compromisos de países por sustituir totalmente los combustibles fósiles por energías renovables en los próximos años.

Los gobiernos de Nueva Zelanda, Islandia, Austria, Suecia y otras naciones han decidido que el desarrollo de energía renovable se convierta en una verdadera prioridad. En Dinamarca hay un prototipo de central de electrificación por quema de carbón que expulsa la contaminación de carbono bajo la superficie de la tierra y no al aire, que ya es algo positivo antes de la eliminación absoluta de la quema de todo combustible fósil.

En Islandia hay una central de generación de electricidad que se alimenta con el calor que proviene de las profundidades de la tierra: la geotermia. Existen ya las denominadas serpientes marinas energéticas que aprovechan la energía del movimiento de las olas para producir electricidad. Se han construido parques eólicos en las costas de Dinamarca que producen el 20% de la electricidad del país.

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Hoy 30 de junio se cumplen 114 años del nacimiento de un querido amigo dominicano, el escritor y expresidente de la República Dominicana, Juan Bosch, con cuya amistad me honré en el tiempo que vivió en Puerto Rico. Estoy leyendo su documentado libro El Caribe, frontera imperial/De Cristóbal Colón a Fidel Castro, que es lo mejor que se ha escrito sobre la historia del Caribe y sus islas.

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Puerto Rico necesita transformarse. Esa transformación tiene que ser absoluta, total. Su marcha acelerada en retroceso requiere determinaciones drásticas para detener esa retrogradación de su curso y procurar poner al País en marcha hacia adelante.

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El 1 de agosto de 2023 el ex presidente de los Estados Unidos, Donald Trump fue acusado en un Tribunal en Washington con cuatro cargos criminales por delitos relacionados con los sucesos ocurridos en la capital federal el 6 de enero de 2021. En aquella ocasión manifestantes en apoyo a Trump irrumpieron por la fuerza en el Capitolio de los Estados Unidos con el propósito de impedir la certificación de Joseph Biden como presidente de dicho país.

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Nuestro amigo el arquitecto Miguel Rodríguez-Casellas escribió este maravilloso relato en el 2010. Hoy en día tiene una absoluta vigencia… 

Santurce se parece a Puerto Rico. Mientras más lo miro más encuentro los pedazos de urbanidad quincallera que lo confirman, el desmadre caribeño de iniciativas inconclusas y las permanencias que nacieron de soluciones provisionales cuyo problema nadie recuerda. A Santurce, como nadie lo mandó a hacer, nadie sabe como acabarlo. Santurce es lo que queda de él; lo que fue o quiso ser importa poco. Sobran ejemplos para demostrarlo. El antiguo National City Bank, hoy raído y abandonado en medio de la Parada 18, fue la apuesta a un crecimiento a lo largo de la avenida Kennedy que nunca apareció; allí queda el Puente de la Constitución para dar fe de ello con más nombre que contenido formal. Las plazoletas sin salida de Minillas y el Centro de Bellas Artes son reductos de las grandes visiones de redesarrollo urbano de los sesentas y setentas que se quedaron a mitad, a Dios gracias. En tiempos más recientes Centro Europa intentó ser modelo de un nuevo urbanismo posmoderno que convenía en simular urbanidad frente a su incapacidad para producirla. Ejecutaron ese único proyecto y nada pasó, hasta que una década y media más tarde volviéramos a ser testigos del embate posmoderno con sus fetiches de ciudad y facsímiles instantáneos. Así denominamos a la última gran conspiración de la Banca -quien dice ser hoy filántropa y coleccionista de Arte —sobre la Tábula Rasa que se inventaron en la Parada 22 de Santurce. 

Ciudadela, nombre dado al nuevo desarrollo de la parada 22 por algún mago del mercadeo con un grado en semiótica, destaca la intención excluyente con las claves de una ciudad que existe protegiéndose de si misma. Se alude en Ciudadela al enclave y a la excepcionalidad de ser urbano en un lugar, Santurce, que ha resistido la disciplina urbanizadora a lo largo de más de un siglo. Allí quedan todos los cadáveres de ciudad y los zombies del revisionismo urbano como signos mudos de una capacidad para soñar frustrada por la inconstancia. Eso es Santurce, eso es Puerto Rico y eso eres tú: rizada cinta de blanca espuma. Al rizo vuelvo después.

En Puerto Rico encaminamos iniciativas de urbanismo con entusiasmo adolescente. Luego las despreciamos como si urbanizar fuera un experimento sexual de promiscuidad desenfrenada y ética de hit and run. Santurce es el nido de amor de un urbanismo picaflor. Sus episodios inconexos, analizados individualmente, muestran un virtual vacío de significado, la de un vertedero intrascendente de metropolitaneidad trunca. Pienso en romances furtivos, en series de one night stands sin finalidad ulterior. Pienso en una noche de copas y en urbanistas borrachos improvisando ciudad con la amnesia de la resaca próxima. Pienso en todo eso que dicen que no edifica porque no hace bebés, familia, comunidad, país, como si todo cupiera ahí, en ese registro que de la “a” a la “z”, deja afuera a las eñes. Eso son los pedazos de Santurce. El conjunto es otra cosa. 

Desenfocado por la ocasional nube de polvo del Sahara, el conjunto de Santurce seduce al pensamiento. Uno hasta puede apreciar la belleza de este monumento a nuestro talento improvisador. Los saltos de escala, la estridencia de color y materiales, la lucha de Miramar por mantener su frontera vecinal frente a una parada 15 bullanguera, el merengue que se cuela, el solar baldío que es inner city sin el city, todo eso pone a prueba la poesía de una Medalla en la mano.

Pero Santurce es más que postal de townscape pintoresco, es también calle de vitalidad insospechada, animada por una mezcla que tiene a sus tasadores buscando comparadas entre el cielo y el infierno, descifrando la titularidad de un inmueble que es downtown y arrabal a la vez. 

Santurce confunde a todo el mundo. El Estado cree saber lo que hace con él pero en el fondo no tiene la más prostituta idea. Lo vende sin saber lo que vende. Santurce es una melena ensortijada que enfrenta la incomprensión de intentos alisadores, de nuevas aceras, redadas policiales, farolas de importación europea y árboles producto de alteración genética. Santurce vive un marañal de accidentes y rupturas del cual no puede, no debe y no tiene que escapar.

El rizo de Santurce no es uniforme. La humedad del manglar original aún circula por esta cabellera de calles desalineadas y trazados incongruentes, frustrando la desesperada intervención del blower urbanizante. No hay dubidubi que pueda con esta maranta de edificación. Y tampoco hace falta. La melena rubia de seis tonos que lucen los que hoy deciden que hacer con Santurce nada tiene que ver con el misterio de una cabellera urbana que es todo menos uniforme, ni en textura ni en color. Son seis tonos de separación los que encabezan el decision making urbano que hoy pretende dirigir a Santurce. Los nuevos desarrolladores de este beauty parlor de experimentación urbana promueven en estos días una infusión de capital proteínico. Este racionalismorubio no entiende. El peroxido nubla su entendimiento. 

Hasta el urbanista venido a menos, Leon Krier, entendió la naturaleza fragmentaria e incoherente de este proyecto de ciudad inconcluso. Y es que el pobre vivía en los ochentas con su propio enjambre de irresolución. La metáfora para descifrar a Santurce la llevaba sobre su cabeza— literalmente—en la forma de una ensortijada melena heredada de la también europea novia de Frankenstein. Nunca se le ha escuchado tan lúcido como cuando estuvo de visita por Santurce, a Krier no a Frankenstein. Eran los años en que el urbanismo se había establecido como franquicia fija en el Estado, existía una Oficina de Asuntos Urbanos en La Fortaleza y los urbanistas no estaban enfrascados en las pendejísimas pugnas generacionales que hoy les ocupan. Era la época en que los abogados no ejercían su vocación closetera para la arquitectura desde un frustrado juego de poder ni usaban el teléfono celular para influenciar las decisiones del gremio de los arquitectos.

Si algo hay que aprender del afro de Krier es que nadie tenía toda la razón, ni entonces ni ahora. El tipo que protagonizaba una campaña de vuelta al origen en las ciudades europeas, (defendiendo la invención de un urbanismo atrincherado con los precedentes de una Europa mayormente pre-industrial y tiránica), en Puerto Rico dijo que esto había que aceptarlo en pedazos y estimular su inevitable diversificación. Lo cual nada tiene que ver con los esfuerzos urbanizantes que hoy invocan la continuidad de Barcelona en Santurce con la esperanza de borrar la bachata de sus calles (y el pretexto de mantener uniformidad en las rasantes). 

Hay cabelleras que es mejor dejarles hacer lo que quieran hacer; liberarlas y entregarlas a una voluntad meteorológica y apostar a que sol y viento las regulen sinfónicamente. Un poco de proteína aquí, calor por allá, es todo lo que puede hacerse para resaltar su belleza, como dicen las etiquetas de shampoos y acondicionadores de pelos malos y buenos. Eso en materia de ciudad requiere desprogramar las décadas de aprendizaje de nuestros urbanistas que, aferrados a la herencia positivista del Ancien Régime, van y vienen de Harvard con la autoridad que brinda una cabellera lacia, con tonos de miel y ceniza. Los arquitectos tienen que buscar la manera de pensar como si no lo fueran. Quizás es momento de modelarnos a partir de la lógica del beautician, ese ser que junto al decorador acecha la integridad gremial y el género de los arquitectos al compartir un mismo interés desviante y desviado por el placer y la belleza. Si un sincero examen de nuestras prácticas gremiales en materia de hacer ciudad no bastara para que procuremos emular los métodos del estilista, es posible que la posibilidad de influenciar el juicio de alguna clienta poderosa —tijera en mano— nos convenza.

La premisa del estilista es la capacidad de inventar naturaleza a partir del hecho pueril de una melena sucia y maltratada. Es la capacidad de administrar el sucio y el maltrato, más que borrarlo en un acto de negación y estafa— lo que quisiera destacar de estos héroes anónimos que actúan sobre la belleza sin las ventajas del Photoshop ni las visualizaciones computarizadas que engañan a los arquitectos que son sus propios autores. El beautician de mi imaginación actúa sobre el cráneo en tiempo real, sin desviar la atención a otra cosa que no sea la cara. Puede tapar ciertos rasgos, incluso minimizarlos al punto de que no existan, pero en lo que verdaderamente muestra un derroche de talento es en hacer del instante grotesco y disonante un complemento de apoyo a una trama estética elaborada con el rostro, no sobre-impuesta a él. En las manos del estilista no existen cabelleras buenas o malas, existe un rostro que preexiste al producto químico, y existe la voluntad de eliminar o añadir, desde el punto de vista de la ilusión, sin la alternativa amputante del cirujano ni la temporalidad del Botox. A Santurce le quieren hacer una cirugía plástica cuando todo lo que necesita es un estilista que comprenda su melena y acepte la ilusión como estrategia.

Santurce tiene el pelo malo aunque pase la inspección de la abuela racista en Miramar, que dicho sea de paso, anda contentísima en estos días con la Nueva Zona Histórica que legaliza la autonomía blanca de su vecindario. El requinte en Santurce es apoteósico y pocos quieren reconocer la gloriosa impureza de este rincón de ciudad que habla más de la cuenta de lo que somos. La verdadera abuela de todos nosotros no vive en Miramar. Vive encerrada en una cocina de Santurce. Nuestra Malinche es de Santurce. No es blanca ni viene de Europa, ni siquiera de la calle Europa en la Veintidós. 

Condado es otra cosa. El desmadre cuenta allí con varias capas de fijador y teasing vigorizante de ilusión cosmopólita que delata al turista y a los que viven como si lo fueran. Cada inflexión odiosa del Condado sensorial encuentra acomodo en el spray urbanizador que mantiene el peinado en su sitio. Pero el teasing, fiel a su artificioso origen en el ideal estético de la década de los cincuenta que ni a los senos dejó colgar con naturalidad, no es otra cosa que crear la ilusión de volumen mediante el engaño de una peinilla y dos potes de laca. Condado no es tan citadino como aparenta; ni siquiera ha podido disponer de sus propios excrementos que regresan a la calle de cuando en cuando en una improvisada secuencia de fuentes urbanas de inconfunible hedor.

A Santurce, por el contrario, le sobra volumen, le sobra ciudad, tanta que los urbanistas alisadores no pueden bregar con su enmarañado rizo. Sueltan la peinilla antes de meterle mano a un pelo que pide que entiendan sus excesos antes de actuar sobre él. Igual creen atender lo que perciben como patología urbana, imponiendo una peluca de Pedrín from Miami, con el auspicio del mollero desarrollador, que también suele ser from Miami.

La cosa se complica en alguna medida cuando el salon de belleza lo administra el Gobierno con su agenda complaciente e ignorancia pericial. Pero hasta la estupidez gubernamental puede ser mitigada con urbanistas transmutados en beauticians y capacidad para darle estilo a la ciudad, reconociendo su fibra y función. El gran problema continúa siendo el cliente y la clienta testaruda, esos que acuden al peluquero con la foto del yo quiero verme así. Y es que el país entero anda cargando una foto del yo quiero verme así. La trajeron de Orlando, de Fort Lauderdale, o de algún campus estadounidense a donde fueron a estudiar y desde donde se imaginan a Puerto Rico y al resto del mundo. Y cuando el país no se ve así, el político receloso le recuerda a su urbanista-beautician que el cliente siempre tiene la razón y que todos tienen derecho a verse en su propio espejo, particularmente cuando las elecciones están a la vuelta de la esquina y el espejismo se vuelve la norma. Es esa supuesta infalibilidade del cliente, y su desfase perceptual entre hecho e ideal, lo que mantiene la melena de nuestras ciudades en perpetuo estado de emergencias. Esa es la verdadera crisis que hay que enfrentar contra el engendro neoliberal que se han inventado los nuevos mercaderes del trauma desde nuestro parvulario político.

La realidad de Santurce (y Puerto Rico) es que no entendemos ni aceptamos los matices de su belleza mucho menos sabemos traducirla en un discurso de posibilidad. Al país lo tenemos escondido debajo de una peluca de pretensiones primer mundistas que tapa el químico corrosivo de un alisado casero mal hecho. Jamás podremos encontrar el corte que mejor le queda a nuestras ciudades si no enfrentamos sus fisionomías y voluntades. Existen profesionales para eso. Y existe el Estado para implanter controles al capital que paga las cuentas de campaña.

El desaliñe de nuestro país require que nos miremos detenidamente en el espejo. Se busca una mirada fresca, ajena a la frustración que inculcan los medios de comunicación procurando cambiar todo lo que revela el espejo desde un baño convertido en beauty supply, vomitorio y arsenal de esperanza vana. Vamos a soltarle el pelo a nuestras ciudades. Vamos a nutrirlas para que puedan rapearse al viento. Vamos a peinarlas ligeramente, con ciudado descuidado, asumiendo de una vez por todas que nuestro alegado caos engendra momentos de gran belleza y que el orden no siempre está en la erradicación de lo excepcional sino en el reconocimiento del accidente y de una diversidad que, retocada artísticamente, puede convertir la vida cotidiana en una experiencia lírica. Para ejemplo, vete a ver la remodelada Plaza del Mercado de Santurce, mira lo que un buen corte puede hacer por la ciudad, con todo y que hace tiempo no le lavan la cabeza.

Recién descubro que EEUU, en el 1898, envió junto a las tropas norteamericanas, a un reconocido geólogo llamado Thomas Hill, para que hiciera un informe sobre el estado de nuestros suelos y agricultura. En el informe describió Hill con entusiasmo que Puerto Rico estaba dotado de unas magníficas tierras agrícolas definiéndonos “como una sociedad agrícola floreciente” . Cito un fragmento del informe:

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