En memoria de Domingo Ernesto
(Piro) Mantilla
y Roberto Rohena
“Nunca se supo quien fue su madre
porque la ingrata la abandonó
una viejita lo vio en la calle
y con cariño lo recogió.”
(Canción “El escapulario”, Roberto Roena y su Apollo Sound)
Crecí escuchando y bailando salsa. Con apenas doce años, me colaba en los bailes, porque acompañaba a mis hermanas y sus amigas, a las fiestas patronales de todos los pueblos sureños, para ver tocar a nuestras orquestas preferidas. Apenas era una preadolescente y junto a ellas, no dejábamos recoveco sin recorrer, para escuchar a los mejores exponentes de la salsa gorda. En la década de los ’80, no me perdía ni un baile de muñecas. Eso sí, Mamy Naty me dejaba ir, siempre y cuando cumpliera con unas reglas: “no puedes maquillarte, no puedes bailar boleros y mucho menos, bailar con quienes usaran tenis.” A mis cincuenta y siete años, no comprendo lo de los tenis. No obstante, ella hacía una excepción con dos buenos amigos, que siempre llevaban puestos sus tenis converse blancos. Con ellos dos sí podía bailar porque visitaban nuestra casa y ella los conocía.