“Soy viuda», le contesté al reparador de pisos que pretendía saber si podía contar con fuerza masculina para sacar los muebles de una habitación, teniendo él otros empleados a su cargo. No sé por qué le mentí. Tal vez, sentí miedo por su pregunta, pues vivo sola, soy mujer. Tal vez, lo sentí como una intromisión a mi privacidad. No lo sé bien.  En cuanto a la viudez, reflexiono. Es un concepto de dolorosa soledad, de pérdida de un compañero de viaje que nunca he tenido, por lo que no volvería a decir algo semejante por respeto a las viudas que he conocido. Pero si me encontrara con el reparador de pisos y me preguntara por él, por el difunto, creo que como escritora tendría que continuar mi historia. 

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Tras el inmensurable dolor de sus heridas, una calma de luz anaranjada iba cubriéndole el rostro y luego las extremidades y luego el torso. Veía como sus dedos se despegaban de sus manos con ese mismo color de incendio mientras escuchaba decir a las cuidadoras que se había muerto. – Estoy vivo aún. Entonces, un rostro conocido con cara barbuda de ángel se le acerca y le dice que la lucha terrenal se había acabado. De repente, aquella sensación de bienestar general desaparecía y Pedro lloraba desconsoladamente como si el dolor se concentrara en un solo instante… Patria, Patria, Patria…

Pablo pasaba horas a solas recordando su activismo tronchado por el amor que le dio sus buenos frutos. Quería desfilar con los cadetes, pero se lo llevaron de Ponce con todo e hijos. Vivía con un vacío y casi con ganas de morirse por la vida que no vivió. Eso sucedería poco tiempo después de la muerte de Pedro debido a la falta de descanso y a las extrañas pesadillas en las que oía a Pedro hablar.

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El cielo estaba repleto de nubes de distintas formas y colores.  Toda una nueva cepa de niños se agrupaba en el batey en espera de la cacica para escuchar las historias de los dioses, cercana su temporada de castigo a la isla; mientras, algunos naborias, les servían bocaditos de casabe a los niños. La variedad de nubes en el cielo era perfecta para la clase que les daría a los pequeños; entre los que se encontraban los inquietos Urayoán y Yolacaona.

Arrrggg, trummmm, traaaaas, yo soy Guataubá, el dios de las centellas y los truenos, decía Urayoán. Mientras, Yolacaona afirmaba ser la temible Juracán.

-Sálvese el que pueda de mis largos brazos furiosos, gritaba Yolacaona.

-Cállense, que ya viene la cacica con una cesta de arena y una vara de guayabo. No se muevan. Quédense quietos ya.

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El viejo y obeso doctor llegaba siempre a la oficina a la misma hora con su maletín en la mano derecha y en la izquierda el periódico. Todos los días, se levantaba a las cinco de la mañana, y tomaba una ducha fría que hacía que la somnolencia desapareciera. Luego, el ritual consistía en prender la cafetera para prepararse un rico café colombiano. A esa hora no podía desayunar porque cualquier alimento que ingiriera le iba a caer mal. Mientras esperaba que su espeso café negro estuviera listo, se vestía para salir a trabajar. Echaba la bebida caliente en un recipiente para llevar; apagaba las luces, cerraba la puerta, abría el portón eléctrico con el control, se montaba en su auto y se dirigía tranquilamente, a escuchar los secretos que sus pacientes en confesión le narraban. Cada vez que llegaba a la oficina había más pacientes, la mayoría de ellos con depresión porque ahora todos están deprimidos.

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Estos son los primeros rayitos de sol tomados desde mi balcón esta mañana como a las 7:30 am. Llevo semanas tratando de capturar un amanecer puro y las nubes no me lo permiten. Es el invierno veraneado de mi Puerto Rico que hace que nos despertemos más tarde y que muchas personas asocien las celebraciones navideñas con un estado anímico particular y algunos hasta se depriman.

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A Mónica Puig

Una memoria lejana regresa
a mi isla
en forma de olimpo y amazona
no es una chapa, no se menosprecia
es la señal que de luz
nos inunda la mirada que se eleva
en estima férrea de Yunque.
Es un GUANÍN,

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háblame, dime cómo se pierde la voz y el epicentro de la fruta en la máxima expresión de los gusanos.

Los gusanos del verso compartido, el gusano de los adolescentes placeres del clítoris: agrio y blando; armonizado con el libro y el cigarro agraz de tu indolencia.

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