Pedro Lopez Adorno, hacia el poema invisible
buscando las huellas de tu aroma
escuchando tus cabellos
A Emilio Díaz Valcárcel y a mi abuelo
Fuimos con ansias de vivir un romance más cercano a los libros. Fuimos con esa sed en nuestro inconsciente de solo tomarnos de las manos, porque ya nos habíamos tomado completamente, el uno al otro, en tantas otras noches. Fuimos para ver a Emilio Díaz Valcárcel. Yo había encontrado Figuraciones en el Mes de Marzo entre los libros viejos de mi abuelo, una tarde de verano soleada y fresca, gracias a la cercanía del mar, cuando aún no terminaba la secundaria. Era una edición de Seix Barral que aún conservo en una gaveta, a pesar de que en esta velada universitaria que rememoro nos compramos la nueva recién lanzada por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico.
La acompaño al recital dedicado a excelsos poetas organizado por el sindicato pro rescate del patrimonio literario. Ella leerá poemas de su autoría, de López Suria y hasta de Julia de Burgos. Llegamos a la actividad no encontramos tantos escritores como esperábamos, sino siluetas que frotan sus propias voces entre las palabras. Me pesan sus silencios sin silencio. Respiro con dificultad y ella me dice que no me apure. Noto que nadie en el lugar tiene ojos. El rostro de ella frente al micrófono llueve sílabas, devora versos, absorbe la sangre de aquellos comunes fácilmente reconocibles en los manuscritos deshojados de cualquier editorial pretenciosamente desconocida. Llueve muerte sobre la muerte. Ellos no reconocen poemas ni autoras, no entienden las palabras, pero uno grita qué bella es esa nena, otro cuchuchea y es amiga de… y palmean borrachos de hormonas e ignorancia. Su voz se agolpa en mis entrañas. Hiede a muerte. Ella me mira, la miro. Nos damos cuenta de que duermen. Ella vuelve al micrófono y lee el segundo. No despiertan, solo aplauden una y otra vez, aunque el despertador les desgarre la sangre. Allí no hay poetas, solo pinceladas de nombres y apellidos. Nos vamos del lugar bajo la lluvia de silencios reciclados. Al volver la vista, los fantasmas siguen aplaudiendo.
Cuentos para Dormir a Julia
Paseaba altivo y orgulloso, con plumajes negro y amarillo en el pescuezo, naranja, amarillo y gris en las alas y blanco en su cuerpo. Una cola con varias largas espadas blancas adornaba su rabo. Era un gallo giro abulicado, rey de la casa de mi suegra. En las madrugadas y atardeceres retumbaba su cantío demarcador del territorio.Hay una gama de personajes entremezclados con nuestros paseos. No es la primera vez que siento que camino como metida dentro de un cuento, que a mi alrededor los personajes surgen como salidos de una ficción. Hace algunos años me di cuenta que en la esquina a una cuadra de mi casa y por los últimos veinticinco años, saludo al que barre la acera, quien no envejece, ni se cambia de ropa y responde a mi saludo con la misma sonrisa emocionada. Un buen día comencé a dudar si este hombre que barre la acera no será una alucinación psicótica de mi pobre mente envejecida.