En la actualidad, aparte de la corrupción, entre los principales males que aquejan la sociedad española destacan el del desempleo y el de los desahucios. Y este es una consecuencia directa de aquel. En efecto, aunque ha  experimentado una decaída leve últimamente, hace un par de años el número de parados españoles traspasó la barrera psicológica de los seis millones.

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A Emilio Díaz Valcárcel y a mi abuelo

Fuimos con ansias de vivir un romance más cercano a los libros. Fuimos con esa sed en nuestro inconsciente de solo tomarnos de las manos, porque ya nos habíamos tomado completamente, el uno al otro, en tantas otras noches. Fuimos para ver a Emilio Díaz Valcárcel. Yo había encontrado Figuraciones en el Mes de Marzo entre los libros viejos de mi abuelo, una tarde de verano soleada y fresca, gracias a la cercanía del mar, cuando aún no terminaba la secundaria. Era una edición de Seix Barral que aún conservo en una gaveta, a pesar de que en esta velada universitaria que rememoro nos compramos la nueva recién lanzada por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico.

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Tras el inmensurable dolor de sus heridas, una calma de luz anaranjada iba cubriéndole el rostro y luego las extremidades y luego el torso. Veía como sus dedos se despegaban de sus manos con ese mismo color de incendio mientras escuchaba decir a las cuidadoras que se había muerto. – Estoy vivo aún.

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Ten cuidado, dijo el Hombre amigo, tus paseos se han convertido en historias de los deambulantes de la calle más rica de San Juan. Escribo mientras me como un chocolate blanco. Estoy esperando que lleguen las palabras adecuadas entremezcladas con incertidumbres, juicios y demás extrañezas.

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La acompaño al recital dedicado a excelsos poetas organizado por el sindicato pro rescate del patrimonio literario. Ella leerá poemas de su autoría, de López Suria y hasta de Julia de Burgos. Llegamos a la actividad no encontramos tantos escritores como esperábamos, sino siluetas que frotan sus propias voces entre las palabras. Me pesan sus silencios sin silencio. Respiro con dificultad y ella me dice que no me apure. Noto que nadie en el lugar tiene ojos. El rostro de ella frente al micrófono llueve sílabas, devora versos, absorbe la sangre de aquellos comunes fácilmente reconocibles en los manuscritos deshojados de cualquier editorial pretenciosamente desconocida. Llueve muerte sobre la muerte. Ellos no reconocen poemas ni autoras, no entienden las palabras, pero uno grita qué bella es esa nena, otro cuchuchea y es amiga de… y palmean borrachos de hormonas e ignorancia. Su voz se agolpa en mis entrañas. Hiede a muerte. Ella me mira, la miro. Nos damos cuenta de que duermen. Ella vuelve al micrófono y lee el segundo. No despiertan, solo aplauden una y otra vez, aunque el despertador les desgarre la sangre. Allí no hay poetas, solo pinceladas de nombres y apellidos. Nos vamos del lugar bajo la lluvia de silencios reciclados. Al volver la vista, los fantasmas siguen aplaudiendo.

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Cuentos para Dormir a Julia

Paseaba altivo y orgulloso, con plumajes negro y amarillo en el pescuezo, naranja, amarillo y gris en las alas y blanco en su cuerpo. Una cola con varias largas espadas blancas adornaba su rabo. Era un gallo giro abulicado, rey de la casa de mi suegra. En las madrugadas y atardeceres retumbaba su cantío demarcador del territorio.

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altHay una gama de personajes entremezclados con nuestros paseos. No es la primera vez que siento que camino como metida dentro de un cuento, que a mi alrededor los personajes surgen como salidos de una ficción. Hace algunos años me di cuenta que en la esquina a una cuadra de mi casa y por los últimos veinticinco años, saludo al que barre la acera, quien no envejece, ni se cambia de ropa y responde a mi saludo con la misma sonrisa emocionada. Un buen día comencé a dudar si este hombre que barre la acera no será una alucinación psicótica de mi pobre mente envejecida.

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