Puerto Rico literario, año 1930. El siglo veinte nos iba dejando en el mirador un manifiesto ulterior de la modernidad que se había iniciado en pleno siglo diecinueve. Las invenciones, que asombraron al mundo, comienzan a incidir sobre el arte y la literatura; basta mencionar al menos los postulados del futurismo de Marinetti y en Rusia el malogrado Vladimir Mayakovski antes de la bala del jamás, que nunca cegó su voz. El efecto que sobre la juventud europea de entonces causa una Primera Guerra Mundial, se vuelca en flamantes expresiones artísticas que nos traerán un movimiento como lo fue el dadaísmo con Tristán Tzara y un André Breton bellamente primario, en una esencial reacción de protesta adolescente en el mejor sentido de la palabra, que, con gesto iconoclasta, irá vislumbrando los pesares y aquelarres de la guerra y de cómo el arte se pierde en el imposible de prevenir la muerte, el estrago, o esa soledad tan agria que solo brinda el estupor.