Poemas [de Hugo Margenat] llenos de fuerza en muchos de los
cuales se funden patria y mujer para construir
un motivo poético y estético de primera
importancia en la producción del poeta.
Alma I. Acosta Cartagena
 
Y no hay poder como la carne
política de Dios.
Yván Silén
 
[…] y recuerdo el espeso y lento almíbar
del dulce de papaya que confeccionaba mi madre.
Edgardo Nieves Mieles
 
En Río Piedras admiré la piña de Nick Quijano […]
Julio Ramos
I
Paciente, más que paciente. Como la mayoría de los libros. Treinta años sin moverse de la biblioteca. Esperando su momento entre las publicaciones del Instituto de Cultura Puertorriqueña compradas en oferta en el Viejo San Juan de los 90 —como los dos tomos, en edición de 1974, del Diccionario de la literatura puertorriqueña (1955) de Josefina Rivera de Álvarez—. Espera; larga abstinencia de tres décadas.

Hasta que, en el verano de 2021, le llega su turno a principios de mayo. Ese día, impertérrito, agarro el libro y lo miro al salir de la oficina. Cubierta roja, diseño con puño en alto y una bandera de Puerto Rico en forma de brazo, tipo manga larga. Arriba, en letras blancas y en mayúsculas, se lee: OBRAS COMPLETAS. HUGO MARGENAT. Edición de 1974. La original es de 1955.
 
II
Poesía. Espera de treinta años, mediada y en esa medida salvada por la literatura de Yván Silén. El “Pájaro Loco” de las calles de Nueva York de principios de los setenta; el “Conde de las Greñas”; el poeta esquizo del ensayo en La poesía piensa (2010). Bisagra; poeta-puente entre la poesía del joven Margenat (1933-57) y mi desconocimiento (imperdonable) de la misma. Lo que sabía de Margenat lo sabía por las referencias que había leído en la literatura de Silén. En particular, el poema “Dios es ateo como yo” (2000), encuadrado en un epígrafe de Margenat: “Dios es como yo, ateo.”
 
III
Ese verano de 2021, a principios de mayo, no solo agarré y miré el libro, OBRAS COMPLETAS, sino que lo abrí y leí el índice. Un poema de Mundo abierto (1956), obra máxima de Margenat, “Dios es bueno,” se disparó como un cohete hacia el poema de Silén, “Dios es ateo como yo.”
 
Dice Margenat:
 
“Dios es un gato que nos mira.
De acuarela es su reino.
Es plomo a momentos,
de madera casi siempre
cuando boga sin sentido
por un río de azufre escarlata
[…]
Dios, señor de los espantos,
de los cadáveres y ricas elegías,
[…]
es quien ahoga el alma mía
en el aljibe de su boca
siniestramente inmensa
como un bostezo de planetas […]”
 
¿Bostezo-beso sideral? Tensión y diálogo. Reflexión. El poema de Silén, “Dios es ateo como yo,” reescribe el de Margenat, “Dios es bueno,” desde la sintaxis: “Dios es como yo, ateo.”
 
Pero sobre todo, el poema de Silén, que empieza con tres imperativos negativos (uno en forma de neologismo),
 
“No te mates.
No te yanquices.
No te adulteres,”
 
según va ganando versos,
 
“El [Dios] ha sembrado políticamente
su corazón en medio de tu olvido.
El es inalcanzable como un beso,”
 
eleva la calidad de bueno que Margenat le adscribe a Dios:
 
“Dios es como yo, ateo
[es bueno porque es] duro, navegador insondable,
vagabundo de risas cortas
y miradas largamente estrepitosas.
Corta sábanas, trae carbón,
Destruye paredes, levanta barricadas,
conmueve a las masa de pétalos,
llama a la revolución mundial
y entierra espinas de hambre cósmica.”
 
El poema de Silén potencia la bondad oblicua del Dios de Margenat, elevándola a la categoría de ser mejor; fórmula reiterada en un momento intenso y largo del extenso poema silenista (con más neoligismos):
 
“Dios es mejor que los poetas esquizos.
Mejor que los filósofos y el vino
que rehuyen la metáfora. Mejor que los filósofos
que escupen el ser.
Mejor que la diferencia y el concepto
de los pensadores,
mejor que la mierda
y los niños que matan en Brasil
todas las noches.
Dios es mejor que el hipérbaton
de Garcilaso
orinando sobre el cuello
degollado de los cisnes.
Dios es Mejor que Darío enamorado de Verlaine y
mejor que Lenin
rechazando a Maiakovski.
Dios anarquistamente
se ha volado la cabeza
en una discoteca de Manhattan.
Dios es mejor que los dema gogos de la demokracia
que venden hospitales, y pintas de sangre,
y fetos amarillos y
fetos azules
que no soñó Víctor Hugo
y no soñó Goytisolo
orinando sobre España.
Dios es mejor que Pinochet
guillotinando niñitos universitarios
en los bares liberales de la muerte.
Dios es mejor que los soldados yanquis
y mejor que los políticos idiotas de Rusia.
Mejor que Gandhi y mejor que Luther King.
Dios es mejor que un comic de Superman
y mejor que Nietzsche y mejor
que la muerte de Dios:
mejor que Zaratustra
y mejor que Schopenhauer
o Kant.
Dios es mejor que el platonismo;
mejor que Sartre, o Rimbaud,
mejor que Vargas Vila
elogiando al modernismo
josemartianamente.
Dios es mejor que tu taxi y tu video.
Es mejor que tu cuenta bancaria y los intereses
de tu cuenta de cheques
en la cueva de Montesinos.
Dios es mejor que tu salud sifilítica
y mejor que tu locura sidista
sobre la cabeza cortada de Clavileño.
Dios es mejor que el saber de extraños
profesores anémicos.
Mejor que las ruinas circulares
o la casa tomada
y vanamente
por un poeta
que ha de morir una mañana
junto a los taxis de Dios
en el Gehena.
Dios es mejor que la crítica tautológica.
Dios es mejor que Freud
y mejor que el inconsciente
que inventaran los poetas.”
 
IV
El poema de Margenat, “Dios es bueno,” termina en esta propuesta política:
 
“Es anticapitalista, anticlerical y antiimperialista.
Dios, izquierdista, es el conspirador perpetuo.”
 
El de Silén, “Dios es ateo como yo,” termina en esta propuesta poético-filosófico-política (con otro neologismo):
 
“Dios es mejor que las cervezas
y mejor que la marihuana.
Dios es ateo como yo.
No te idiotices delante del poder.
No te cretines, hoy, delante de los tanques.
¡Sé loco como Dios,
sé lo imposible!”
 
V
La imantación entre “Dios es bueno” y “Dios es ateo como yo” se intensifica. La poesía lírica se condensa. Expele semen, tinta y humo. Desde las OBRAS COMPLETAS estallan varios fragmentos poéticos en frenesí erótico-místico. En algunos versos, el verbo de Margenat se llena de emoción creacionista:
 
“Vida eterna y plácida,
sueño de divina dulzura;
paz que consuela el espíritu,
al ver el amor en la vida.”
 
En otros, se carga de piel y saliva crísticas:
 
“Había llegado el clamor
del desierto
y la cruz del pueblo
del Señor
como un beso
a mi boca.”
 
Abiertas, las costuras eróticas de “Dios es bueno” inciden en la libidinosidad divina de “Dios es ateo como yo,” cuya reacción (¡tantos años después!) no se hace esperar (con más neologismos):
 
“En el fragor de los besos,
Dios te besa y te lame.
Dios te da lengua en el mejor sonido
de tu orgasmo.
En el temblor de las caricias
Dios tiembla. En el orgasmo
de tu alma, Dios te orgasma” (Silén).
 
VI
El erotismo-místico-político de Margenat se potencia en el erotismo-político-zen de Silén, un poeta más “ateocristiano” que Margenat. En la solapa de uno de sus libros de ensayo, se dice que Silén es el “ZENADOR del ZEN” (Nietzsche o la muerte del nihilismo, 2017).
 
En ambos casos, ante la irrupción volcánica de 69 (2014), poemario de Edgardo Nieves Mieles que, salivando, llega, desde la poesía puertorriqueña de la generación de los ochenta, imantado por la pulsión de Eros; en ambos casos el zumo de “Dios es bueno” (“Erosavia”) y el deseo feroz de “Dios es ateo como yo” transmutan en un erotismo-lúdico-irónico que 69 explica de esta manera:
 
“Lector que no perdonas, esta vez coloco en tus manos una selección de mis poemas que exhiben el compás abierto de las diversas tonalidades, texturas, sabores y fragancias de mi poesía de carácter esencialmente erótico. Aquí encontrarás textos dulces tanto como ásperos. Juguetones como agrios, cuando no cínicos e incendiarios […] Son, en el certero decir de Octavio Paz, jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las lágrimas y otras sustancias con que el ser humano va dibujando su muerte (o con las que la muerte dibuja nuestra imagen humana.”
 
De Nieves Mieles, ha dicho Luis Felipe Díaz tanto como esto:
 
“En ese sentido, lo debemos ubicar más en la trayectoria que nos lleva de Jean-Paul Sartre, Herbert Marcuse y Jürgen Habermas y los teóricos postcoloniales que se mantienen en pie de lucha contra las depredaciones capitalistas. No lo podemos concebir como un poeta postmoderno (no es, en realidad, parte del cinismo nietzscheano y del debilitamiento de Vattimo) sino un escritor de consciencia tardomoderna que conserva su militancia personal y su ideología fundamentada en la lucha social y una insistencia en el derecho a la felicidad en la nueva aldea globalizada. Considerémoslo un transvanguardista de clara militancia ideológica […]
 
VII
De entrada, el poemario numérico, 69, plantea, en el primer verso del primer poema, una dimensión, no la única, de un tropo del que se valdrá, en importante medida y con varios giros, el erotismo-lúdico-irónico del poemario:
 
“Las manzanas tienen el brillo de tu sonrisa.”
 
Desplazamiento; a lo largo de 69 será sobre todo, aunque no la única, la fémina, la que tendrá el sabor (¿y el saber?) de las frutas, según imagina el sujeto deseador heterosexual el objeto de su deseo. Mujer-fruta, fruta-mujer; tropo que 69 reitera, consciente, demasiado consciente, hasta que hace saltar la poesía al espacio de la pintura de Nick Quijano.
 
VIII
Por momentos, parecería que 69, más allá del erotismo frutal, gravitara hacia las sinuosidades teológicas —no obstante, diferentes entre sí— de “Dios es bueno” y “Dios es ateo como yo.”
 
En momentos como estos,
 
“Dios sigue jugando
con todos sus dados roídos,”
 
parecería que 69 se acercara al ateocristianismo de Silén; al que puede aproximarse muchísimo más:
 
“Padre Nuestro que estás en los burdeles de mala muerte
y en los moteles de paso donde la sífilis florece como
los nardos…” (69).
 
En otros momentos,
 
“La naturaleza humana se funde con Dios,”
 
69 parecería gravitar hacia la teología poética de Margenat, la cual, en sus momentos más tranquilos, 69 plantea de esta manera:
 
“Creo en el evangelio de tu piel
papel de Biblia […].”
 
Más cerca de algunas de las modalidades del ateocristianismo de Silén, el de 69,
 
“Cierro los ojos y Dios,
ese lunático armando con un cuchillo,
huye de mí.
Se lleva mi bicicleta roja,
mi ajedrez y mi naranja plana.
Dios, el enorme murciélago de ojos azules,
me abandona porque odia las barbas de Marx
que traigo puestas” (69),
 
es un erotismo,  
 
“La todavía azul e inédita mano de Dios
ausculta mi enamorado músculo […],”
 
más frutal que divino, más pagano que cristiano y más literario (como el de Silén) que teológico (como el Margenat):
 
“Doctos como una ecuación,
Baudelaire y Verlaine me imitan.
Con ojos de canario atolondrado,
Kafka nos observa.
Vallejo y Poe juegan
una partida de dados
sobre la alfombra de musgo
que cubre mi lápida,
mientras Rimbaud,
magnífico animal en reposo,
embadurna de mantequilla
bienamadas rosas
y se las come una a una” (69).
 
Del poemario anterior a 69 (2014), A quemarropa (2010), ha dicho Luis Felipe Díaz:
 
“Pero la riña y la cólera del poeta se dirige también a Dios. Le reprocha que el Alzheimer lo haya llevado a olvidar su balanza justiciera. También resiente que la novia que le concediera el Creador, llamada Fe, fuera ‘la puta’ que lo engañó con otra mujer con el nombre de Castidad; y por esa razón se le secó al poeta el manantial de la fe.”
 
IX
Desde el erotismo frutal tropológico, 69 conforma la figura de una mujer-fruta, objeto del sujeto deseador masculino,
 
“(Olvidar el deber me sabe a melocotones en almíbar),”
 
cuya atracción no puede estar predicada en otra que no fuera una fuerza dulzona:
 
“El deseo nos imanta con su escándalo de miel.”
 
 
69; número de la complementariedad unitaria que la poesía botaniza. Una mujer,
 
“Al filo del bosque de leche
[…] dormida […]
con nombre de fruta madura
y cuerpo de niebla inasible,”
 
cuya fragancia,
 
“perfume de manzana recién mordida,”
 
complementa el “sabor” del nombre:
 
“más dulce y suave que la piel de las uvas.”
 
 
Una mujer que el sujeto deseador radiografía en cada verso,
 
“[…] continuas siendo
maravillosa
como los girasoles y las mandarinas […],
 
sin ignorar el lado oscuro —la dialéctica— del dulce amor,
 
“(¡Cuán agria cintura [puede llegar a ser] la de la belleza!)”;
 
ni tampoco que,
 
“la jugosa y verde fruta
 […] [puede llegar a ser] manzana de la discordia,”
 
abocado como está el amador hacia su amada, cuya piel, tersa, demasiado tersa, es
 
“envidiada por los melocotones.”
 
 
Mujer-fruta de raras pupilas añiles,
 
“Muerdo una aceituna y tus morados pezones
ahora son un par de hermosos ojos azules”;


de boca gustosa,
 
“pulpa de acerola,”
 
cuyos besos
 
“saben a grosella recogida a la vera del camino”;
 
con muslos que “sudan” un
 
“extraño olor a vainilla”
 
en pleno ajetreo horizontal:
 
“Ha llegado abril,
pero es tan blanda la boca,  
que, entre batidas de guineo
y refrescos de ginseng,
hemos decido regar
de semen y lágrimas
toda la amargura de nuestro lecho.”
 
X
En el poema “Persistencia de la memora, 4” de 69, el amante, imantado hacia el objeto de su deseo, sabe que para llegar a Roma hay solo un camino. Sabe también que su deseo recuerda bien cómo llegar. Por eso, no pierde tiempo. Va directamente al grano, donde no duda encontrar con las manos lo que busca. Guiado por el electromagnetismo hacia la amada, escarba entre las flores que cubren con hojas la entrada a su cuerpo y da con lo que busca; eso que, a lo largo del poemario, el amante ha llamado como la otra “garganta” que la amada esconde entre las piernas. Una “garganta” que, en el momento de deshojarla, revela su grandilocuencia frutal:
 
 
“En busca del epicentro de su cuerpo,
parto los pétalos de carne
y de inmediato tengo la sensación
de que abro la más jugosa guanábana” (“Persistencia de la memoria, 4”).
 
XI
Intensidad botánica. La poesía erótica de 69 se calienta. En breve, salta del poema memorioso de Nieves Mieles a la pintura oscura de Nick Quijano, La fruta prohibida (2003); la cual, por un lado, plantea una “jugosa” papaya abierta y por el otro, la mirada sin cuerpo de un ojo, quizás claustrofóbico, definitivamente panóptico, metido en un círculo cuya redondez contrasta, si no es que agrede, con la forma ovalada de la elipsis frutal-vaginal. Tensión política; ¿merma o intensifica la mirada de Dios, ojo que politiza la infracción divina-policial, el estro erótico de la papaya abierta? ¿Suma o resta?
 
De la guanábana poética a la papaya pictórica; enganche con el erotismo de Dios que tarde o temprano la poesía botaniza:
“déjame comulgar en el altar de tus azúcares” (69).

Ay devórame otra vez…
Lalo Rodriguez

Leer a Ricardo Rodríguez Santos, se ha tornado en un grato entretenimiento. No solo porque he acabado editando para el Post Antillano, muchos de sus escritos, sino porque también he leído su trabajo, como antólogo y como escritor en solitario. Pero más que nada me he sentado, literalmente hablando a escuchar su teorización sobre la brevedad de la literatura.

De repente y como lo he dicho en más de una ocasión me atrae como combina la teorización sobre la escritura breve, con la propia producción de narrativa dentro del género. Es como un provocador de teoría e imaginación, lo cual me provoca a leer o a escuchar en directo en programas de radio.  Algo así, parafraseando a su hermano de sangre, para decir, una vez más, “ay ven, devórame otra vez”, en la lectura del trabajo.

En este contexto es que leo y comento por segunda ocasión en un plazo de sietes días su más reciente trabajo literario, Y en la hora de nuestra muerte (Ediciones Arete Boricua, Puerto Rico, 2022). No es gótico, y tampoco es un ejercicio de necrofilia. Es posiblemente, un ejercicio de irreverencia con el último capítulo de la vida: la muerte.

En esta medida, en un libro que se divide en siete secciones, y combina una cantidad de 30 micro relatos, me sorprende como la pluma de Ricardo Rodríguez Santos, juega con asuntos que versan desde el cristianismo, hasta lo pagano, sin dejar de hacer una importante incursión en el mundo de la lucha social y política. Sí, porque en efecto es un trabajo muy político, el cual merece ser leído por lo que comprometido que es con las causas justas y con destruir la injusticia.

De mi parte, tengo varios cuentos que son mis favoritos, y leo alguno de ellos de forma repetida. En particular los cuentos sobre la vida en el instante último ante de que una bala  nos asesine, o sobre la resistencia “armada” a la violencia de género.

En todo veo una buena edición, pero sobre todo, y en palabras del propio autor “un espacio para que él o la lectora pueda pensar el cuento e interpretarlo”. De eso se trata, que en su gestionar intelectual y narrativo, Rodríguez Santos me permite a mí “terminar el cuento”.

En fin, para mí se torna en una lectura sugerida, aunque obligada, no solo porque se suma al crisol contemporáneo de los cuentos cortos producidos en Puerto Rico, sino porque el autor nos ayuda, tanto el como nosotros, a teorizar en cuanto a este género de literatura. Adelante autor, y adelante a los y las lectoras. Buena vibra de lectura socialmente comprometida. Y recuerden, que Y en la hora antes de nuestra muerte, nos queda mucha vida por delante. ¡Aché!

Comentar este libro de Barradas representa, para los que lo intentamos, un reto. Él, como excelente crítico de arte y de literatura que es, no puede dejar de serlo. Para muestra léase la “Advertencia a mis nuevos compañeros de viaje”, donde va advirtiendo al lector con lo que se va a topar tan pronto comience la lectura.  Aludirá al matiz autobiográfico del texto, a la idea del viaje como retrato de una realidad y a la vez como reflejo de rasgos de la personalidad del que escribe, a ver las crónicas y las memorias  apoyadas y enriquecidas con el comentario cultural, a advertir cómo la voz que escuchamos en el texto deja atrás el estilo académico del intelectual, a mencionar los autores que admira y cuya influencia se filtra detrás de los textos… Después de leer estas advertencias, ¿qué nos puede quedar por decir? Ese es el reto que representa el libro para quienes queremos comentarlo. Aun con todo lo dicho, no nos resistimos a asentar en estas líneas la impresión que nos ha dejado la lectura de Visa para un texto: crónicas y memorias.

El texto anuncia en su título que tiene un visado para viajar sin sobresaltos legales ya sea a España, Bélgica, México, Brasil, Cuba, Chile, Perú o República Dominicana. Le añadimos los viajes por Estados Unidos y Puerto Rico, viajes para los que el autor no tuvo que rellenar documentos anotados con fecha de regreso. El título le hace un guiño claro a la famosa canción de Juan Luis Guerra, Visa para un sueño. Desde este punto de partida, vemos al cronista y narrador apartándose del estilo culto y académico a tono con su condición de profesor de distinguidas universidades, para hacerse con una lengua que le permitió escribir «para que se me entendiera», como él mismo confiesa. Así, en un estilo accesible y ameno, nos entrega veintidós «textos híbridos»,  a cual mejor de todos.

Pero no nos confundamos, este texto no es una guía de viajes, aunque  Barradas sea un espíritu viajero. Ha escrito crónicas y memorias de viajes en las que deja fluir el pensamiento hacia el arte y la literatura en un perfecto maridaje que no fatiga al lector que no es especialista, que lo invita a reflexionar, a buscar información, a conocer para leer sobre poetas, novelistas, pintores, paisajistas, cuadros famosos, actores y actrices, cine. Ese rico mundo referencial de la cultura nos lo presenta Barradas en un estilo que nos parece muy próximo al lector. Tan así es que en un momento dado se dirige directamente a él: «Luis Millones, si lees estas páginas por favor ponte en contacto» - “Pasillos, pasillistas, pasillismo”.

El lector camina con el autor, se sube a los taxis, se sienta con él en las plazas, escucha sus conversaciones en un café, visita los museos, ve la famosa instalación La cama, de Pepón Osorio, mira por el balcón en la casa de Pepe Rodríguez Feo en la Habana, visita un cementerio en Cuernavaca, lo acompaña a deambular por el frente de mar de Copacabana para disfrutar del paisajismo creado por Burle Marx.  Para Barradas «todas las ciudades quedan asociadas con una persona o con una imagen», por eso se vuelven inolvidables, vivas siempre en el recuerdo.

Barradas coincide con Jorge Luis Borges, quien postula «que toda literatura es autobiográfica». En otras palabras, en la literatura – como también en la crítica – se filtran retazos de la vida propia, visiones de mundo y vivencias que marcan  y forman al que escribe y que luego se dejan caer en los escritos. Así ocurre con cuatro de las memorias que componen el texto que comentamos.

Esas alusiones autobiográficas que advertimos desde la primera crónica, “Con Eleguá en la Plaza de Chueca y con Galdós en la playa de Aguadilla” y las últimas cuatro memorias con que cierra el libro, van marcando primero su caribeñidad y antillanía, su sentimientos de hermandad latinoamericana y su incuestionable puertorriqueñidad. Los recuerdos de sus años universitarios los disfrutamos en “Pasillos, pasillistas, pasillismo”;  los de su casa familiar aguadillana, junto a sus padres,  se van revelando en las  tres memorias de cierre, donde el autor van ahondando en los recuerdos imborrables que atesora y que dieron origen a su publicación anterior: Inventario con retrato de familia  y otros escritos.

A nuestra manera de ver, este autobiografismo le aporta un tono íntimo a este texto que rezuma sinceridad y hasta melancolía por un pasado que ya no volverá. Para Barradas, la visa es la metáfora llorensniana de vuelta al origen, a su pueblo de Aguadilla, a aquel lugar  del cual «siempre quise huir y al cual he querido regresar tras recorrer el mundo o las partes del mundo que he tenido la oportunidad y el privilegio de conocer».  Como parte integral del título, la visa es, a nuestro parecer, la autorización literal que se le da al texto para que viaje, para que se mueva libremente por el mundo, como seguramente va a hacer.

Dice Efraín Barradas que para él, «el placer estético se acrecienta cuando se comparte». Siéntase entonces complacido el autor de haber compartido con sus lectores este deleitoso texto. Nosotros, por nuestra parte, lo hacemos nuestro y también lo compartiremos.

 

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Sobre la autora:

Profesora universitaria

 

La obra El principito de Antoine de Saint-Exupèry es una de las novelas cortas que más he disfrutado leer. La leí en su idioma original en mi curso de francés en la Universidad, hace casi veinte años. Me convertí en fanática y releí el texto en más de una ocasión en sus traducciones al español, al inglés. Tengo más de una edición del clásico literario y he visto una de sus versiones fílmicas animadas en la televisión “on demand” junto a mi ¨peque¨ (más de diez veces). No pensé que su adaptación al teatro en formato de musical nos conmovería tanto, pero así fue. El viernes, 20 de octubre de 2022, en el Teatro Municipal de Cayey, disfruté junto a mi hijo de siete años la pieza teatral El principito: el musical, adaptada y dirigida por el joven Kennix Ceballos y magistralmente interpretada por el elenco de actores, actrices, bailarinas, tramoyistas, utileros, sonidistas, cantantes y luminotécnicos que conforman la compañía de teatro Komicar. La pieza de teatro musical de este clásico literario es una de las mejores adaptaciones que he tenido el privilegio de disfrutar.

El Principito: el musical es una representación teatral, coreada, coreografiada y visual que explora temas filosóficos, políticos y éticos desde una mirada del amor, la amistad, la solidaridad, la ingenuidad y la curiosidad de su personaje principal: un pequeño niño llamado Principito interpretado por el gigante actoral Damián Ceballos. En el clásico literario y en esta adaptación al teatro musical el Principito ha viajado por una infinidad de planetas grandes y muy diminutos en los que se ha topado con personajes que van desde un farolero, un borracho, un coleccionista de estrellas (banquero), un rey, un geógrafo, una rosa y un aviador con quiénes comparte sus inquietudes, contradicciones, preguntas filosóficas y experiencias para intentar comprender a los adultos y enseñarles a mirar el mundo desde su alma de niño.  Al llegar al Teatro Municipal de Cayey, desde San Juan y un viernes, pensé que la pieza literaria, tal vez en su complejidad filosófica y su lenguaje alegórico podía ser larga y pesada, sin embargo, una vez nos adentramos al teatro la experiencia fue lúdica. Comenzó muy puntual y durante el proceso de la espera de las tres llamadas teatrales leímos de manera interactiva y ecológica el programa y ficha técnica del montaje. Los espectadores escuchábamos y observábamos pietaje fílmico acerca del proceso de creación de la pieza, conocíamos a sus polifacéticos actores, actrices, productores y hasta a sus auspiciadores.  Además, nos deleitábamos con una escenografía y un escenario iluminado en el que la imagen de la luna acompañada de algunas estrellas junto a objetos tangibles como cactus, follaje y, por supuesto, la pieza clave que da paso a la narrativa la avioneta con su hélice iluminada eran el preámbulo a la experiencia teatral. Llegó la esperada … “tercera llamada; la función va a comenzar”. Esta vez, nuevamente, nos tomó por sorpresa, la obra inició con una proyección lateral de un vídeo narrado en el que se nos presentaba el trasfondo del pasado familiar del personaje del aviador que cerraba con la imagen de una escena afectiva entre (un abuelo y un nieto) o la metáfora que sirve como hilo conductor de la pieza teatral el amor y su poder de transmutación. Comenzó la obra “in medias res”. Los espectadores regresábamos la mirada hacia al escenario y su luna con los primeros parlamentos entre El aviador (Luis Enrique Romero) y El Principito (Damián Ceballos). De ahí en adelante, nos adentramos en una experiencia teatral que incluye: un mundo de fantasía, parlamentos filosóficos, composiciones musicales originales, canciones, coros y actuaciones que se complementan con un cuerpo de bailarinas que fungen como transición entre actos y hacen que los cambios de escenografía sean parte de la pieza. Además, la utilería, las máscaras, títeres o marionetas en conjunto con los objetos iluminados, artículos fosforescentes o personajes flotando que reconozco de la tradición oriental del teatro de sombras y del teatro negro hacen especial este montaje. Todos estos elementos añaden ritmo, sorpresa y emoción a la representación.  A su vez, captan la atención de niños, jóvenes, adultos y súper adultos que estamos disfrutando de la puesta escénica. 

Las escenas y personajes mejor logrados (o las favoritas de mi hijo y mías) fueron las del rey, el banquero (coleccionista de estrellas), el zorro (actriz completa) y la serpiente. El personaje del Principito es enternecedor, mantiene viva la esencia de la pieza. También, la relación con el aviador emula la metáfora principal de la historia el amor y su capacidad de transformar a la humanidad. El ritmo escénico pierde un poco de fuerza, pero se recupera con la energía de las bailarinas, la chispa del personaje del Principito, las voces melodiosas y las canciones junto con los elementos sorpresa que entran y salen de la escena. 

Reconozco el esfuerzo, la dedicación, la energía y el profesionalismo de este colectivo teatral y me parece muy importante que esta gesta surja del centro de la Isla hacia la zona metropolitana. Si el espectador de siete años que me acompañaba sale del teatro y dice: “¡Me encantó! ¡Algún día quisiera estar ahí (en el escenario)!” ¡Qué viva el arte! ¡Gracias, Komicar y al elenco del Principito el musical, por recordarnos que el amor y la esencia del niño o niña que poseemos es la mejor arma para transformar la vida y el mundo desde cada trinchera en nuestro archipiélago antillano! ¡No se la pierdan! ¡La gira sigue! ¡El 8 de noviembre en la Inter de Bayamón, hay Principito para rato!

Saludos. En el 2008, Terra Nova Editores, con el auspicio de la Oficina de la Procuradora de las Mujeres, publicó mi libro Vírgenes que contiene veinte obras en mosaico y cristal, dedicadas a la violencia doméstica. Vírgenes es un “homenaje a la mujer y su existencia en un tiempo previo, pasado, pero no olvidado, al final del cual fueron juzgadas e incluso demonizadas para dar paso a un orden social y político en el que rigen los hombres. Vírgenes son las niñas, las adolescentes y/o mujeres que caen presa del abuso de sus padres, hermanos y cónyuges. Vírgenes es para las mujeres que lloran en soledad la agonía de una relación destructiva, y que espera por alguna modalidad de justicia”. He seguido trabajando vírgenes que luego convertí en diosas.

Mis amigos en Facebook saben que acostumbro a publicar los trabajos artísticos en los que estoy trabajando y aquí presento una obra, en proceso, de mi serie de Meninas, emulando al maestro Diego Velázquez.  Quien en su crianza no oyó esta expresión que es el epítome en nuestro vernáculo de la visión machista de nuestra crianza. Aunque era utilizada para referirse a la niñez, “Los niños hablan cuando las gallinas mean” extrapolé su significado metafóricamente a la realidad que viven miles de mujeres a nivel mundial. Las manos y el torso de un cadáver, porque el hombre obsesionado y acosador, puede regalarle flores a su pareja que pronto se marchitan. Sabemos que al principio en las relaciones primero vienen la rosas y después las espinas. Muchas mujeres no entienden que ese es el preludio al feminicidio. En su boca, atravesando los cachetes, hay una espiga del rosal que es como la brida de un caballo para dominarla. Sus labios, en forma de un corazón, implican que hay amores que matan. De fondo, las patas de gallina, que su pareja le exige si no es que quiere acabar muerta como la gallina, aunque la gallina no mea. En mi modesta opinión, sugiero que toda mujer, desde niña, debe internalizar esta pintura. En las escuelas, en lugares de trabajo, en centros para mujeres, en fin, es una realidad que se vive a diario y el mensaje tiene que ser contundente. Si te están maltratando, falta poco para que te asesinen. Cuando la obra esté terminada, sus reproducciones van a estar disponibles libre de costo, siempre y cuando sea para fines educativos ¡Salud y bendiciones!

 

[Nota de la autora: este cuento, del autor Daniel Nina, se presentó en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Ponce, en un diálogo con estudiantes de clases de español. Con motivo de esta ocasión se republica el ensayo]

Aproveché el verano entre otras cosas, para escribir cuentos, ensayos, trabajar en la edición de una novela y leer libros. Todos los años reviso lecturas inéditas para decidir qué asignar a los estudiantes que comienzan un nuevo semestre. Por tal motivo, en el mes de abril, compré Aún aguardo por tu llamada 11 cuentos y un monólogo del licenciado Daniel Nina. El libro está dedicado a Carlos Muñiz Valera (1953-1979) y en él encontramos el cuento Aún aguardo por tu llamada, donde mezclando historia y ficción, relatan la trágica muerte del cubano Muñiz Varela, residente en Puerto Rico, desde su niñez. Vuelve a examinarse en la historia el complot, la maquinación entretejida que resultaron en el asesinato de uno de los dueños de la famosa agencia Viajes Varadero. Según afirma su amigo y socio, Raúl Alzaga Manresa, en un artículo publicado el 29 de abril de 2019 en Cuba Debate, su muerte fue concretada: “por parte de elementos de la extrema derecha cubana en Puerto Rico como consecuencia de sus gestiones para viabilizar los viajes de cubanos a Cuba, la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y de sus posturas afines a la independencia de Puerto Rico y al proyecto social y político que se desarrollaba en su país de origen, Cuba.”

Después de este relato que es el número once en el texto, me deleité leyendo los otros, porque en ellos el lector vuelve a reflexionar sobre el discrimen racial, la homofobia, los derechos a la igualdad y hasta las nuevas formas de enamoramiento, a través de las redes sociales. Lamentablemente, en el curso que dicto de Introducción a los géneros literarios, solo podía escoger un cuento. Entonces decidí seleccionar el que me sacó carcajadas y logró que llorara de la risa. Fui atrapada por la nueva versión que propone el escritor Daniel Nina, sobre el mito bíblico del arca de Noé, el uno de los patriarcas longevos del Génesis. El escritor en su cuento “La serpiente o el testimonio del noveno pasajero” presenta otra forma de acercarnos a esta historia mítica, en la que creemos por fe y a la que hemos estado expuestos desde niños. El relato que me atrapó ocupa el segundo lugar de los once y el autor se lo dedica “A mis amigos y amigas del Concilio de Iglesias de Puerto Rico por su fe y por mi esperanza” (p.20). La historia está narrada desde la óptica de un personaje testigo, que utiliza la primera persona, para relatar su versión de los hechos que le acontecieron al patriarca Noé y su familia.

Es importante recordar que el primer libro del corpus bíblico es el Génesis, que se encuentra en el Antiguo Testamento, conocido por los judíos como be-re-shith o el principio. El Génesis, nombre por el que se conoce la traducción griega, está conformado por los primeros cinco libros llamadoxs el Pentateuco y se dice que fue Moisés el autor. Sin embargo, hay quienes cuestionan esta autoría porque sería imposible que Moisés pudiera escribir sobre su muerte en el Deuterenomio 34:5-12: “Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová” (34:5). En esos cinco libros recorremos la creación del universo, de los humanos, conocemos las historias de los patriarcas israelitas hasta descubrir que el pueblo de Israel es el elegido por Dios. El libro es uno de carácter fundacional donde aparece un Dios convertido en el Creador de todo lo que existe.

Sus primeras páginas narran los seis días de la creación porque el séptimo el Dios descansó. Así pues, en el primer día se hizo la luz; en el segundo hubo la expansión de las aguas; en el tercero divide la parte seca llamándola tierra, de las aguas, a las que denominó mares; el cuarto día lo dedica a las lumbreras necesarias para separar el día de la noche; la del día la denominó sol y la de la noche luna. El quinto día Dios dijo que la aguas produjeran seres vivientes y que las aves se extendieran por los cielos.

Por fin, el sexto día le tocó el turno al ser humano, hecho a su imagen y semejanza, para que gobernara sobre las demás especies. Se nos remite a la creación del hombre viviendo solo en un Edén, encargado de ponerle nombre a todos los animales. Luego, Dios comprende que él necesita una pareja que lo acompañe, para que ambos logren multiplicarse. Entonces este mago creador, por cierto, muy machista, de la costilla de Adán crea a la mujer: “Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Génesis 2:22). Para mala suerte del sexo femenino, la compañera de Adán fue tentada por un animal rastrero, la serpiente, que la sonsaca para que coma del árbol que Dios había prohibido; el mismo que le abriría las puertas al conocimiento. Ahora, cabe cuestionarse, Dios quería una raza humana analfabeta.

La serpiente bíblica, para Paul Diel, simboliza la maldad inherente a lo terrenal, de acuerdo con el Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot. Según la tradición judeocristiana con base en el Antiguo Testamento, es este animal rastrero el que incita a Eva a cometer el pecado original: “¿Conque Dios os ha dicho: no comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (Génesis 3: 1-3). El Dios castigador maldijo a la serpiente por lo que había hecho, abrir los ojos a los humanos: “Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida” (Génesis 3:14). De igual forma, condenó a la mujer por ser la portadora de los males: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Génesis 3:16).

Como dato curioso, cada cultura guarda una relación particular con las serpientes. Los antiguos egipcios, la visualizaban como un ser dual. Por un lado, la cobra era la protectora de los faraones y por otro, la serpiente era la reencarnación del dios Apófisis, asociado con el caos. Por su parte, en la mitología griega, estaba asociada con el dios Asclepio, el de la medicina, porque tenía la capacidad de resucitar muertos. Es por eso que representa sabiduría, sanación; pero, en el inframundo habitaba la Medusa, cuya cabellera eran serpientes y aquel que osara mirarla, era convertido en piedra. En el caso de los romanos las serpientes eran los guardianes del hogar, la familia y los animales domésticos. Para ellos, simbolizaba sanación y salud, partiendo de las creencias griegas sobre Asclepio. En la mitología romana el dios de la medicina se convirtió en Esculapio. Los celtas consideraban la serpiente como energía absoluta; mientras que, para los vikingos, era un ser negativo. En la India, este animal está asociado con el Dios Shiva, porque proviene de unos dioses que tenían cuerpo humano y cola de serpiente. Los mayas a su vez creían en la serpiente emplumada, divinidad que también conocieron los aztecas, por el nombre de Quetzalcoatl.

No obstante, en el Génesis, la serpiente se convierte en un ser maligno que instó a Eva a pecar, al darle de comer del fruto del árbol prohibido a su marido Adán. Es decir, el ser humano logra salir del oscurantismo en que se encontraba, pero no puede vivir eternamente. Después, se suscitan problemas de envidia entre Caín y Abel, hijos de la pareja. Como resultado, Caín, labrador de la tierra, mata a su hermano Abel, pastor de ovejas. Dado que el Dios de Israel, veía con buenos ojos a Abel y no así a Caín que termina convirtiéndose en un fratricida. De las generaciones de Adán, desciende Noé, hijo de Lamec, nieto de Matusalén. A su vez, Noé engendra tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Ahora bien, reaparece el Dios de Israel molesto con la raza humana, por la violencia y su maldad. En consecuencia, Dios argumenta: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” (Génesis 7:7).

Sin duda alguna, Noé no era mal visto por el Creador, ya que seguía sus preceptos y Dios le comunica sus planes: “He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra” (Génesis 7:13).  Es así que surge la idea de la construcción del arca para que Noé y su familia puedan salvarse de la destrucción: “Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera” (Génesis7:15). Dios continuó explicándole las medidas que debía tener el arca. Le indicó que hiciera tres pisos, para que él y su familia se alojaran, cuando el mundo fuera destruido por el diluvio universal. Además, le sugirió que metiera en el arca una pareja de animales terrestres y los colocara dentro de la nave: “Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo; macho y hembra serán” (Génesis 7:19).

Para escribir este ensayo, tuve que repasar pasajes bíblicos, porque como diría el francés Genette Gérard, esas historias, son el hipotexto utilizado por Daniel Nina, para crear su hipertexto o versión de la historia del arca de Noé. Cuando leí el cuento, el referente desde el título que vino a mi mente, fue el Génesis y la historia de Noé. Nina trabaja con el concepto de fábula, que tiene diversas definiciones. Para Aristóteles una fábula era un conjunto de hechos o situaciones que estaban vinculadas. También se le llama fábulas a diferentes creaciones literarias que podían incluir cuentos, mitos, obras teatrales. Daniel Nina utiliza el concepto de fábula para remitirnos a cuentos protagonizados por animales. “La serpiente o el testimonio del noveno pasajero” es una fábula porque la serpiente, igual que la del Génesis, son animales dotados de comportamientos humanos. Ambas serpientes hablan, actúan y razonan como individuos. La literatura grecolatina utilizó mucho la tradición de las fábulas por su carácter moralizante. Se supone, que el lector obtenga una enseñanza de esa historia.

Daniel Nina de forma satírica y jocosa, recrea nuevamente el mito legendario del arca y reivindica la imagen negativa que el libro religioso creó sobre este animal. La serpiente  ̶ de Nina ̶  es el sujeto a partir del cual se configura esta nueva versión. La serpiente puede contar con lujo de detalles los hechos, porque estuvo en el barco como noveno pasajero. Sobre todo, desmitifica al hombre llamado Noé y menciona que: “El problema que nadie ha querido explicar es a qué se dedicaba Noé antes de zarpar, movido por las grandes lluvias” (p.21). En esta versión sabemos que el arca se hundió porque: “Noé no sabía conducir la barca…” (p.21). El hombre, aceptó el pacto con su Dios, ya que según las sagradas escrituras  ̶ como mencioné ̶  Dios castigaría al pueblo por los pecados cometidos. Ese Dios, como podemos deducir del cuento, pone en peligro la vida de los animales que subieron al arca, porque Noé no era un buen nauta o navegante, al estilo de Jasón y los argonanautas.

La serpiente comienza por narrar que la barca se había hundido y desde esta afirmación inicia la desmitificación. Acto seguido plantea, que las sagradas escrituras se han equivocado porque ella viajó de polizón en el arca y confiesa: “Yo fui el noveno pasajero y tripulante de dicha embarcación. Por eso puedo contar la historia” (p.21). Quiere decir que el animal no es un mero testigo de lo que les sucede a los otros. Por el contrario, forma parte de la historia asumiendo el rol de protagonista. El Noé del relato de Nina, dista en comportamiento del bíblico, porque ha tenido una vida turbulenta: “la gente pensaba, como de hecho lo comprobó luego de las lluvias, que Noé era simplemente un borrachón que había tenido apariciones” (21). Esta nueva imagen de Noé me hizo reír, como ya dije, a carcajadas. Jamás pensaría en ese patriarca como un hombre alcoholizado. La serpiente del cuento del autor Daniel Nina, conoce los detalles que los lectores del Génesis desconocemos. Por eso, nos cuenta que la gente no confiaba en Noé y que no tenía ningún poder de convocatoria. Esto quiere decir que Noé no era el líder que nos presentan en la Biblia. Sin embargo, la protagonista acepta que llovió 40 días y 40 noches, pero de igual forma sostiene que: “nadie ha explicado cómo eran las condiciones internas en esa barca” (22). Si mentalmente viajamos en el tiempo, la respuesta es que las condiciones eran insalubres.

La protagonista es testigo de que los animales eran maltratados; que los tripulantes (Noé y su familia) se tuvieron que comer unos cuantos y lo peor de todo, que mantenían a los animales enjaulados (maltrato animal). La serpiente asegura que la barca se hundió y que los animales se ahogaron junto con los tripulantes. De hecho, sostiene que los problemas de exclusión, que conocemos hoy día, empezaron con ella porque no la querían en el arca por ser el representante: “directo de Satanás, el diablo, Lucifer, el séptimo círculo, en fin, de todos los males de la humanidad desde el mero comienzo” (p.23). La serpiente de Nina decide relatar la historia porque está molesta con Noé, porque en su recorrido: “por su barrio vio muchas serpientes, pero no escogió ninguna” (p.23). Esta serpiente no se limita a narrar la historia que, según ella, es la verdadera. Ella juzga y opina sobre la conducta desacertada de Noé y los demás tripulantes. Obviamente, si Noé no eligió una pareja de serpientes para subirlos al arca es porque estaba predispuesto contra estos reptiles. Me reí cuando ella se compara con otras serpientes y argumenta: “… todas las serpientes no somos iguales, en algunas Satanás ejerce mayor control, en otras como yo, su poder es más distante” (p.23).

Solapadamente, uno puede darse cuenta de que el escritor Daniel Nina no puede apartarse de su yo de abogado. Digo esto, porque la serpiente exige sus derechos y hasta propone que se cree una comisión de la verdad para ella exponer lo que vivió y padeció. Necesita unos receptores objetivos que escuchen su testimonio sin juzgarla. Su único deseo es ser perdonada porque le hizo: “un favor a la humanidad” (p.24) y anhela que la humanidad se reconcilie con ella. Resulta gracioso y al mismo tiempo interesante, que la serpiente, que se vende como la buena de la historia, reafirma que otros individuos que han cometido genocidios han sido perdonados. ¡Tiene razón! Daniel Nina supo manejar a perfección el sarcasmo, la burla irónica, mediante la voz de un animal que cuenta que la noche que la barca se hundió, Noé con unas uvas hizo un vino amargo y que ella consumió del mismo, porque también tiene problemas con el alcohol. Esta afirmación hace que el lector no pueda creer de forma objetiva en su relato porque es uno subjetivo y parcializado a su favor. Por supuesto, luego aclara que fue ella quien salvó la vida de Noé cuando se le enroscó en el cuello.

De acuerdo con la historia del reptil, como los hombres estaban ebrios y las mujeres aburridas fue Lucrecia, la esposa de Sem, la que divisó que la barca se dirigía a una roca. El resultado, una catástrofe porque el arca comenzó a llenarse de agua y los animales salieron despavoridos de miedo. Mientras abandonaban el arca, le pasaron por encima a otros animales que murieron. Las mujeres se guarecieron en el promontorio con el que la barca había chocado. Noé fue el último en abandonar la barca y de ahí es que se supone que él último en abandonar el barco sea el capitán. Para sorpresa de los lectores extradiegéticos, descubrimos a un personaje llamado Benito Justomar, que tuvo una visión onírica del arca de Noé.

“La serpiente o el testimonio del noveno pasajero” es un cuento satírico en el sentido de que hay una crítica religiosa y un propósito moralizador. Ojo, no podemos creer en todo lo que leemos. Daniel Nina no exhorta a escudriñar la palabra, a razonarla y pensar críticamente, porque tenemos que dejar de ser incautos. El autor no reniega de la fe que pueden tener las personas en las sagradas escrituras, pero al reescribir la historia de Noé, nos brinda otro tipo de acercamiento, menos serio, menos formal, pero que nos hace reflexionar de que Noé, tenía las virtudes y defectos que posee cualquier ser humano.

La publicación del poemario Cicatrices de la memoria (2023), de Ana María Fuster Lavín, en la editorial Isla Negra Editores viene a completar todo un ciclo en la obra de esta poeta puertorriqueña que ha explorado en sus entregas anteriores una clara preocupación estética por la muerte, lo gótico caribeño y todas sus instancias. Títulos como Réquiem (2005), El libro de las sombras (2006) Última estación, Necrópolis (2018), Necrópolis [retorno a la ciudad de las sombras] (2006), La marejada de los muertos y otras pandemias (2020), entre otros, dan fe de este paradigma que preocupa a la hablante lírica y reconcilia en este último libro que aquí nos ocupa.

Es difícil abordar estos poemas en una breve reseña después de leer el prólogo “Epitafio de esqueletos y testimonios para los fantasmas de mi capilla: Cicatrices de la memoria” del profesor Carlos Vázquez Cruz en Kalamazoo College de Michigan, Estados Unidos. Porque la lectura impecable de Vázquez Cruz enmarca muy bien el texto para quien proceda a leerlo analizando todas las constantes precisas de los poemas como “un arpa de nervios en que cada cuerda dice ¡ay!, quejido que nos contagia” (15).

En sus tres partes, “Bitácora para abrazar cicatrices”, “Pretextos de la memoria: Intermezzo” y “Remedios para la fragilidad de la memoria”, la poeta nos presenta un periplo de afectos que atesora esa guía, bitácora o “caja a modo de armario, fija a la cubierta e inmediata al timón, en que se pone la aguja de marear” (DRAE) dando pretextos de los recuerdos como un intermedio y finiquitando con remedios que pretenden curar la fragilidad del olvido.

En este libro, Ana María Fuster Lavín “escrib[e] su obituario” (19) aunque “-probablemente no h[a] muerto-“ (19) y, este punto de hablada del primer poema que abre la serie, ubica a quien lee ante la interrogante del título del primer poema: “¿Y si ya me fui?” (19). Se escribe desde la cicatriz, desde uno de esos “ayes” de los que nos habla Vázquez Cruz en la imagen de la cuerda de un arpa de nervios que es todo Cicatrices de la memoria.

Dos de las más conmovedoras heridas que se hurgan en estos versos son: “La promesa (réquiem para un buen amigo)” y “Destapar tus cenizas -memoria de una hija que no abracé-”. Estas dos elegías recuerdan a Barry Santiago Bermúdez y a Elena, como dos instancias del dolor en las que la poeta se detiene para mostrar dos grados cero de la carencia, la de un “buen amigo” (38) y la de “mi niña sombra” (78). La ausencia de ambos afectos sostiene el edificio del resto de los poemas que se ocupan de testimoniar los efectos del huracán María, el otro dolor de la patria, la rabia que atraviesa todo ese dolor desde donde se escribe y las instancias en las que el cuerpo enfermo habla del límite y la vulnerabilidad de una mujer que cifra en palabras su sentir. El nivel de fragilidad y de desamparo al que se entrega la voz que nos habla va urdiendo todo un entramado. Se busca no sólo lamentar, sino también al escribir desde la cicatriz, procurar un acicate o una cura. En el último poema del libro, “Remedio para la fragilidad -memoria para hidratar semillas-“  se confirma esta idea: “germinar / ser amanecer/ sin respuestas / solo brotar / desde la flor / polinizarnos / de lo esencial / y saltar hacia el grito” (106).

Evidencias. Las otras dramaturgias.  Lorena Saavedra González, Patricia Artes Ibáñez, Maritza Farias Carpa, editoras.  Chile: Ediciones Oxímoron, 2020; 2da reimpresión, 2022.  549 págs.

Desde las últimas décadas del siglo pasado y lo que va del siglo veintiuno uno de los signos más urgentes, dramáticos y optimistas de las tendencias globalizadoras de las distintas literaturas nacionales ha sido la pesquisa, insistencia, persistencia y vocación de bucear y rescatar del olvido la importante producción artística de las mujeres.  Si muchos son los ejemplos de importantes recopilaciones antológicas inclusivistas en la cuentística, novelística, poesía, ensayística, la dramaturgia no podía quedar rezagada.  Esa laboriosa investigación de rastreo histórico, de meticulosidad rigurosa para acrecentar el archivo, divulgar, promocionar y dar a conocer a las obviadas, olvidadas marginadas dramaturgas, sumada a nuevas miradas y análisis desde múltiples perspectivas teóricas ha servido para expandir y potenciar una cartografía actualizada de la impresionante producción femenina, así como de sus estrategias discursivas y representativas.  Esto es lo que viene sucediendo, vigorosamente, por ejemplo, en el ámbito del teatro nacional chileno. 

A los esfuerzos de otros investigadores y compiladores, a saber, La Antología: un siglo de dramaturgia chilena 1910-2010 ( 2010, 4 vols.), de María de la Luz Hurtado y Mauricio Barrios y Dramaturgia en clave femenina (2020) de Claudia Arcilla, por solo nombrar dos otros recientes ejemplos,  se incorporan los de las estudiosas Lorena Saavedra González, Patricia Artes Ibáñez y Maritza Farias Cerpa, quienes procuran recuperar y antologar los textos de dramaturgas chilenas olvidadas, y de ese modo, contribuir a la reparación de sus ausencias en la historia y antologías teatrales chilenas y latinoamericanas tradicionales. 

La publicación de Evidencias: Las otras dramaturgias, ya en su segunda reimpresión (2020, 2022), va más allá de cumplir como ellas afirmaron “un deber ético y político”.  Esta edición es un regalo y una gran aportación al enriquecimiento del rico legado del teatro chileno. Además de introducir algunas recientes voces, en el conjunto se ensayan tradicionales y nuevos conflictivos matices en los cuestionamientos, solidaridades, testimonios, o resistencias y modos de insertarse, negociar o alejarse de los patrones de convivencia, conducta y educación existentes, así como de las tretas para enfrentarse o lidiar con la estructura patriarcal del momento de su inscripción. El titulo ya especifica, manifiesta y afirma lo incuestionable- hubo siempre mujeres que escribieron teatro.  La antología es la evidencia contundente de sus huellas y modos de hacer arte dramático, sus maneras de inscribirse y responder temática y técnicamente al entorno contextual y literario que les tocó vivir.

El conjunto antologado ofrece una ventana a doce dramaturgas que desde principios del siglo veinte escenifican particulares vivencias del hogar/ espacio chileno para vocalizar y visibilizar sus posicionamientos frente a esa sociedad. Aunque son doce las autoras que se seleccionan, es relevante destacar que además de la excelente introducción, el texto se engrandece y enriquece con el listado de ciento diecinueve obras dramáticas de cuarenta y dos autoras chilenas escritas entre 1911 y el 2000, ofreciendo pistas y oportunidades para aquellos que deseen continuar investigando y estudiando a las autoras chilenas mencionadas.  

Entre las obras, hay textos inéditos y otros, como los de Gabriela Roepke, María Asunción Requena e Isadora Aguirre que se han incluido en otras colecciones o autoras cuya producción ya se ha recopilado, como es el caso de María Asunción Requena, Obra completa (2020). Se destacan las obras de Luisa Zanelli (Sentimientos Vencidos, 1919), Rosa Idilia Cabrera (Melchorita, 1924), Gloria Moreno (Mar, 1936), Ana Ayala (Deshonra, 1941), Idalia Ilic (Campamentos, 1955), Gabriela Roepke (La telaraña, 1958), María Asunción Requena (El camino más largo, 1959), Isidora Aguirre (Quien tuvo la culpa de la muerte de la María González?, 1969), Inés Margarita Stranger (Cariño malo, 1990), Lucia de la Maza (Que nunca se te olvide que no es tu casa, 1996), Ximena Carrera  (Por encargo del olvido, 2000), y Mónica Pérez (Voces en el barro, 2000).  

El repertorio temático primordialmente se centra en la problematización y cuestionamiento del rol de la educación en el espacio de formación (madre, familia, sociedad) y sus inquietantes esferas de aceptación, asimilación o de rechazos o resistencias; la persecución de una vocación o del amor, romántico o deconstruido, y la violencia, ejercida en todos los niveles, desde la emocional, sexual, física, social y de clase.  Temas que fluyen en todo tipo de envases dramáticos, desde la comedia de carácter doméstico, regional, urbana, tradicional hasta lo más experimental, a veces con humor y en otras, con sobriedad y finales sorpresivos. En síntesis, una serie de doce textos dramáticos que en conjunto su publicación contribuye significativamente a la difusión y conocimiento de la importante producción de la dramaturgia femenina chilena.  

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