“Con todo, sigo pensando que escribir te salva la vida. Cuando todo lo demás falla, cuando la realidad se pudre, cuando tu existencia naufraga…”

─Rosa Montero

La propuesta de la Dra. Edna Benítez Laborde en esta segunda edición ampliada de su antología Desde adentro, entre la universidad y la cárcel (San Juan: Desde Adentro Editores, 2015), publicada bajo el sello Desde Adentro Editores, nos presenta la escritura, no solo como paliativo, sino como acto de liberación.

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altHablar de mis dos últimas publicaciones no es tarea fácil.  Este año he tenido la enorme satisfacción de ver dos de mis proyectos en blanco y negro, en la letra impresa.  El primero es una deuda pendiente, como explicaré más adelante, con un poeta mexicano: José Emilio Pacheco o las voces subalternas de una poesía de las cosas, como se titula el primer libro.  Y el otro es una compilación de reseñas de libros puertorriqueños contemporáneos en breves ensayos, como describiré a renglón seguido.  Su título es La Isla del (Des)encanto: Apuntes sobre una nueva literatura boricua.

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Terrena, como decir tierra atada al alma, tierra grande, tierra de atisbo y asombro. Terrena luz, camino, punto cardinal revelado, prístino y, sobre todo, una voz en esa unión de las imágenes que se convocan y se viven. Cuando la profesora y poeta Elba Díaz se nos acercó con estos poemas que nos descubren una y otra vez al paradigma exacto que la poesía intenta, todos los días alcanzar, recordé a Gabriela Mistral y su libro póstumo Poema de Chile publicado por Doris Dana, su editora y secretaria personal en 1967, tras dos años de trabajo, y que contenía poemas escritos durante 20 años por Gabriela y que al momento de su muerte quedaron dispersos buscando su natural punto de origen.

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A todos las niñas y niños desplazados del mundo

En su notable investigación, La sombra de una sombra: Lo grotesco en los relatos de Enrique Lihn, Cynthia Morales Boscio examina las representaciones de lo grotesco en tres obras de Enrique Lihn: La orquesta de cristal (1976), El arte de la palabra (1980) y La república independiente de Miranda (1989). Estos textos fueron escritos durante el septiembre 11 chileno, inscrito en la historia continental con la sangre y la vida de miles de seres humanos, cuya terrible transgresión fue soñar y poner un marcha un Chile de inclusión política y económica.

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Cada vez más los diálogos en las producciones audiovisuales gravitan alrededor del lenguaje soez de la misma manera que una persona sin necesidad se apoya de muletas para moverse. De hecho, se puede indagar que tal particularidad ya es práctica común en la ficción cinematográfica comercial y para disipar cualquier duda al respecto tan solo basta con señalar la película The Wolf of  Wall street (2013), sostenedora del récord Guinness por haber empleado palabras soeces la mayor cantidad de veces jamás registrada en una producción: 506 ocasiones. Es que en los últimos sesenta años el lenguaje coloquial, en sentido general y transnacional; ha sobrellevado una drástica metamorfosis atemperada en parte por la infusión e institución multidisciplinaria publicitaria. Las “malas” palabras, que en un entonces reciente eran abrumadoramente asociadas a incomodidad y tabú, ahora gozan mayor aceptación pues entremedio de la repetición tenaz se extravía el poder sugestivo y expande su gama significativa.

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Dejar el libro a la deriva de la mesa de noche, como esa botella de náufrago que se mece por la inmensidad del mar, dejarlo viajar en la paz de la tormentas, dejar que lo arrulle una ola y algún día lo vuelva sedimento de tu playa. Dejar el libro, digamos Cielopájaro,  como se quedan las piedras fundamentales a la orilla del camino y verlo hacerse paisaje en tu vida.  Pero una noche de insomnio, tal vez un martes, con la tenue luz de la lámpara abrir una página al azar y viajar por los vientos del pájaro. Leer el primer verso, a  fuerza de decir tantas cosas, se me rompió la voz. Luego, cerrar el libro y soñar con el silencio.

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HACE ALGUNOS AÑOS ADQUIRÍ UN CUADRO con el rostro de un hombre, del pintor Mauro Osorio. Hoy en día él es Director de Arte de Indeleble Editores. Dicha pintura -por algún tiempo- estuvo colgada en la sala de mi casa, parecía como abandonada, viendo a la nada. Recientemente lo cambié de lugar y lo llevé a la biblioteca. Al colocarlo sobre la pared que forma ángulo con la librera de ciprés curado -de pared a pared que se construyó para ordenar parte de la biblioteca-, me percaté que su mirada incurría insistentemente en la sección de narrativa guatemalteca que tenemos. La compilación de los libros de esta sección nos sirvió hace algunos años para realizar la Antología del Cuento de la Guerra. Las huellas de la pólvora, una compilación urgente que no ha dejado de tener vigencia, en un país donde la ignominia se presenta cada día vestido de violencia.

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¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? -Eduardo Galeano

A unos cuatro meses de su partida, aún se siente el vacío irremediable que éste causó en el ámbito literario latinoamericano. Quisiera exponer unas ideas y de vez rendirle homenaje a Eduardo Galeano, pero de antemano quisiera pedirle mis más sinceras disculpas al lector por lo que en este trabajo intento hacer. La realidad es que no estoy capacitado para hacer una crítica de ninguna obra literaria compuesta por el genio que fue aquel humilde uruguayo. Las venas es una obra que retumba en la consciencia de aquellas personas ajenas a la condición del latinoamericano, pasado y presente. Hasta donde tengo entendido, no existía una obra comparable al momento de su publicación y me atrevo a decir que no se vuelve a publicar un texto semejante. Es un libro que combina elementos periodísticos y la poesía con una fluidez cuyo producto final es algo que, en mi opinión, va más allá de ser simplemente un libro de historia sino una obra de arte. Con el bolígrafo como su pincel y el cuaderno su lona, Galeano nos pinta una imagen que nos deja entender qué le pasó a nuestra América, aunque sea por lo menos un poco. Galeano fue el megáfono de un pueblo que llevaba en su espíritu cicatrices debido a una opresión que hasta nuestros días, corría (¿corre?) rampante. El hecho de que se publicó Las venas sólo dos años antes de que llegara la dictadura pinochetista a Chile nos dice la condición política del continente en aquel entonces.

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