La Iglesia Católica y sus dos grandes retos: la igualdad para la mujer y los homosexuales

Voces Emergentes

La resurrección constituye el hecho más poderoso de la historia de Jesús. Con él nace el cristianismo. La resurrección fue, para los apósteles, en cuyos hombros recayó la responsabilidad de propagar por el resto del mundo –y vuelvo, por lo que por mundo conocían aquella gente; que ya sabemos que era muy poco- la historia vida de Jesucristo en tanto hijo de dios resucitado, y por lo mismo, la fe cristiana. Un reducido grupo de hombres y mujeres que andaban en sandalias, sin riquezas materiales de ningún tipo, perseguidos y en frontal lucha contra el poder del imperio romano de la época, fundaron la iglesia cristiana.

La iglesia en el sentido de la comunidad de los seguidores de la “verdad revelada” por el hijo de dios con cuya muerte perdonó los pecados de los mortales. Se marchó al cielo Jesús, el del mensaje de igualdad y amor entre los hombres, y quedó en la tierra su iglesia.

La iglesia católica fue la primera institución formada a partir del relato cristiano de vida, muerte y resurrección de Jesús. Dicha iglesia es una continuación ininterrumpida de los doce apósteles de Jesús. Igualmente, se construyó según el dogma a partir de Pedro, destacado apóstol de Jesús y a quien este último dio la responsabilidad de sobre una piedra erigir su iglesia cristiana (lo cual diferencia la iglesia católica de la ortodoxa, por cuanto esta última congregación no acepta que sobre un hombre se haya erigido la iglesia, sino que, por el contrario, en el sacramento de Pedro a Jesús entienden queda de manifiesto que la iglesia se edifica sobre Cristo).  Una vez los romanos adoptan el cristianismo como su credo religioso oficial, la iglesia católica queda encumbrada como una de las insignias de dicho orbe imperial.

La adherencia de los romanos a la fe católica dio un poder inconmensurable a la iglesia católica (poder que persiste hoy día con apenas cambios en sus matices). Se constituyó la misma en una religión de tendencias imperiales que de perseguida pasó a perseguidora. Asimismo, la figura del Papa, que según el dogma católico es el continuador de Pedro y por lo mismo máximo representante de dios en la tierra, devino en una poderosa figura cuyo poder rivalizaba con el  de emperadores y monarcas. De la comunidad de predicadores empobrecidos que caminaban en sandalias llevando la fe de Cristo guiados por el amor y la creencia en el hijo del señor dios, los católicos –o cristianos- pasaron a vivir en palacios rodeados de oro, arte, lujos exorbitantes y un poder político enorme. Atrás quedó la prédica a partir del ejemplo del sufrimiento y la pobreza material.

Siglos después, dichas incoherencias así como la corrupción que dominaba el espectro católico, provocó que un sector al norte de Europa renegara del catolicismo por considerarlo, a la luz del olor a putrefacción que expedía la nomenclatura radicada en Roma, contrario a los postulados fundamentales del auténtico cristianismo. De ahí la Reforma Protestante de Lutero y sus acólitos. Lo que provocó la mayor ruptura en la historia del catolicismo. Igualmente, resquebrajó los cimientos sobre los cuales descansaba el poder del Vaticano para siempre, lo cual también dio lugar a una reconfiguración del poder político-imperial de la Europa de la época que persiste hasta nuestros días.

No obstante el varapalo que supuso la irrupción del protestantismo, la iglesia católica se ha mantenido, desde aquella época hasta el presente, en términos generales indemne ante los muchos avatares que la han sacudido en su historia. Siempre han encontrado, el Papa y sus gendarmes, resquicios suficientes para sortear favorablemente dichas situaciones. Actualmente la iglesia católica es dirigida por el Papa Francisco, primer latinoamericano, hombre de la periferia o el mal llamado Tercer Mundo, en convertirse en la máxima figura de la llamada Santa Sede. Jorge Mario Bergoglio, nombre laico del Papa Francisco, ha, al menos retóricamente, de cara a las gradas de seguidores y no seguidores, enfrentado las malas prácticas del clero con cierta consistencia.

Hay dos retos que tendrá que atender, sea a regañadientes o como sea, la iglesia católica: el tema de la homosexualidad y el papel de la mujer en dicha iglesia. Vayamos al primero. Los homosexuales, como fueron los negros, judíos, indígenas y todos aquellos que la visión del occidente blanco cristiano consideró diferentes, han sido objeto, a lo largo de gran parte de la historia occidental, de innumerables castigos, vituperios, persecuciones y ataques. Basados en cavernarios postulados milenarios, los occidentales cristianos resolvieron de plano no dejar vivir a las gentes que practicaban el amor con personas de su mismo sexo. De ahí todos los atropellos que desde hace siglos han tenido que soportar los homosexuales.

La iglesia católica, amparada en lógicas oscurantistas de los tiempos del machismo más rancio y brutal, ha tenido a bien criminalizar la práctica homosexual, en tanto forma de practicar la natural sexualidad humana cuyo fin no guardaba relación con la procreación. La sexualidad, desde el estrecho cariz cristiano, siempre se ha visto como una cosa negativa, fundamentalmente a resultas de la impureza de la mujer que desde el génesis se da cuenta de ello. Si malsana podía ser la relación sexual entre hombre y mujer, figúrese lo que podía significar cuando entre dos hombres o dos mujeres se tratase.

Cuando se analizan los casos de pederastia en los que incurren sacerdotes y jerarcas católicos, quienes desde el poder de los púlpitos y biblia en mano han cercenado la vida de millares de jovencitos católicos en todo el mundo, se advierte que la iglesia católica, en su seno más interno, tiene un serio problema de homosexualidad reprimida que debe ser atendido cuanto antes. Primero que comiencen por eliminar esa irracional y contranatural práctica del celibato, la cual, a todas luces genera auténticos volcanes en constante amenaza de erupción en las entrepiernas de muchos de sus prelados. Luego que lleven las palabras del Papa Francisco a las doctrinas, consignando de tal forma que ningún mortal, en tanto hombre igual a los demás, por más encumbrado por las estructuras eclesiásticas que esté, es quien para juzgar los homosexuales. Tercero, como consecuencia de esto último, que la iglesia no use su poder e influencia sobre los conglomerados sociales para obstaculizar el ejercicio de justicia y reconocimiento de la dignidad de los homosexuales que hacen muchos gobiernos.

En cuanto a la posición de la mujer en la iglesia, el segundo tema, la curia católica sí que tiene un reto monumental por cuanto tendrá que enfrentar el machismo milenario que desde Abraham se atisba en la cosmovisión de mundo judeo-cristiana. Desde el génesis el hombre, en la figura de Adán, ha sido situado en el mundo, según el dogma cristiano, como el primero, el que conduce, la mente, en tanto la mujer, que salió de su costilla, es poco más que una seguidora. Dios también es hombre, igual que su hijo, hecho a su imagen y semejanza. Muchos cristianos, haciendo uso de verdaderos sofismas, interpretando a modo muy cuestionable ante lo evidente su propios dogmas religiosos, sostienen que en su religión hay igualdad entre hombre y mujer y que, incluso, es más importante la mujer que el hombre…Me pregunto, ¿más importante en qué cosas?, ¿qué entienden por igualdad?

El hecho de que María Magdalena fuera la escogida por Jesús para presenciar su resurrección, ciertamente ha jugado en contra de la mujer cristiana en términos prácticos e históricos. Pues se ha utilizado la proclividad de la mujer a la ternura y la expresividad sentimental –lo cual metafóricamente encarnaba la señora Magdalena-, para confinarla a deberes que no tengan que ver con dirigencia ni formulación de doctrinas. En tanto esas tendencias de la mujer, llevadas hasta rayar el paroxismo por el relato cristiano, su papel dentro de la religión en cuestión se limita a los asuntos del amor, sostener el seno familiar, la pasión por los niños, la procreación y hasta ahí. Dicha ecuación ha sido objeto de debate por parte de pensadores cristianos muy cultos y originales.

Pero mientras tales debates acaecen, el hombre sigue mandando en la iglesia y su papel central de mando y dirección es tan evidente como incuestionable. ¿Permitirán la ordenación de mujeres sacerdotes los católicos, o seguirán confinando las mujeres a “casarse con Cristo” y solo ser monjitas tiernas que cuidan de enfermos, ancianos, hambrientos y niños mientras los varones sacerdotes, obispos, nuncios y papas dirigen la iglesia y toman las decisiones trascendentales? El Papa Francisco, buen maestro del arte de la retórica, ya dijo, contestando una interrogante parecida a ésta, que la mujer desempeña, incluso, un papel más importante que el de los hombres en su iglesia. Si se entiende que mostrar ternura y amor es más importante que mandar, dirigir y establecer doctrinas, pue sí, dice la verdad el señor Sumo Pontífice.

Este siglo XXI, en el cual el escepticismo y los nuevos conocimientos científicos han hecho que, cuanto menos, cada vez más personas cuestionen los postulados fundamentales del cristianismo, en términos de creación del mundo y los hombres, supone un reto muy grande para la iglesia. Debe ésta adaptarse a los tiempos y dejar atrás, confinado en un lejano pasado, esas ideas cavernarias que las evidencias contrastadas  han mostrado como totalmente incorrectas. Si no hace esto el catolicismo –y el cristianismo por extensión-, como ya se puede advertir fácilmente, la influencia y pertinencia de la iglesia quedará confinada a aquellos países atrasados, oscurantistas e incultos donde los mitos más infantiles de cualquier tipo son dados por verdades, y en los que la barbarie del machismo y la homofobia reinan a sus anchas.

Eso sí, no debe de entenderse lo antes dicho en el sentido de que la religión, con el tiempo, dejará de existir. Ese fue el error de muchos observadores y pensadores de siglos anteriores. Mientras el hombre exista habrá religiones, pues estas últimas responden a necesidades básicas del ser humano en temas tan importantes como la muerte, la creación del mundo, qué controla la naturaleza, la moral y el trasmundo. La religión existirá junto al hombre siempre. Lo que, en tanto seres civilizados, debemos hacer los seres humanos, es crear puentes de entendimiento y respeto donde todos los credos, dogmas y formas de entender la vida puedan encontrase y juntos ayudar a construir y no destruir. Aceptar al diferente y no borrarlo. Más que ser tolerantes –que muchas veces significa aceptar al otro aun siendo inferior desde nuestro punto de vista según su raza, creencias y demás-, respetar y valorar al otro para de tal modo no negarlo. Convivir con las diferencias que, más que cualquier otra cosa, nos enriquecen como seres humanos. Dicho esto, la iglesia, que da cobijo existencial y por ello es tan esencial en tantas vidas, debe tomar parte protagónica hacia el logro de esas conquistas sociales. Que comience reconociendo la homosexualidad como cosa normal de nosotros los seres humanos, y dando un lugar igual al hombre a la mujer.