Fuerzas Centrípetas

Historia

Llenos de un entusiasmo que casi rebasaba el comienzo de las navidades, los hermanos esperaban, cual ansiosos recipientes de lo nunca antes visto, la llegada de sus primos extranjeros. Desde que su madre les dio la inesperada noticia de la visita, semanas atrás, estos planeaban sin cesar, y en alta voz, todas las diferentes formas de hospitalidad que sus cortos años eran capaces de imaginar. Repasaban y discutían entre si la multitud de juegos que conocían, junto con los lugares que el escondido pueblecito tenía que ofrecer, integrando de antemano en ambos, a sus novedosos familiares.

Informes detallados de los preparativos infantiles eran con regularidad transmitidos a los visitantes de ultramar, incrementando así el diario cuestionamiento de los primos a sus padres sobre cuánto faltaba para el tan deseado viaje. Los hermanos por su parte, trataban de convencer a su madre de la imprudencia de enviarlos a la escuela el día en que los primos llegaran, pues era importante estar en la casa para recibirlos de manera apropiada, y con la alegría merecida. Pero el intento fue fallido, pues el avión que traía a los primos llegada tarde en la noche. Tuvieron entonces los primos que acostarse temprano, pues ni lo que al momento consideraban estos ser el evento más significativo de sus vidas, logró salvarlos de la arrolladora regularidad escolar del siguiente día.

Cerca de la medianoche del gran día, los chiquillos fueron despertados por los eufóricos saludos de los adultos que, acompañados por un torrencial de besos, recibían a los primos que tanto habían esperado. Enseguida comenzó el ritual del intercambio de regalos, y casi de inmediato, tanto hermanos como primos, fueron cautivados por la idea de que los juguetes que los otros recibían, eran por demás superiores a los que ahora veían en sus manos. Fue esta entonces la primera señal de que el previsto escenario de amor familiar entre los chiquillos, no era más que un idílico cuento con existencia casi exclusiva en las redes sociales. Los recién conocidos primos-hermanos comenzaron desde esa noche una interminable función de dimes y diretes, que tenían como objetivo el control del juguete con que el otro se divertía. Cajas repletas de muñecos, carros, aviones, rompecabezas, piezas de Lego, y los inescapable accesorios electrónicos, podían estar amontonados en una esquina sin que despidieran ningún de tipo de atracción para los pequeños. Sin embargo, en cuanto alguno de los niños mostraba un mínimo de curiosidad por alguno de los juguetes sin uso, el artefacto, en pasmosa metamorfosis, adquiría un aura de necesidad casi enfermiza para los demás que observaban.

Los padres de los primos-hermanos se aprestaban a las incesantes cacofonías de que, “tienes que compartir con tus primitos”, “los juguetes son de todos, no tuyos nada más”, y demás cuasi inútiles cantaletas, mientras observaban las pueriles mini-batallas con muecas en los rostros que denotaban una falta de sorpresa, mezclada con el desencanto de que sus retoños, a tan temprana edad, desplegaran su absoluta falta de memoria a las innumerables lecciones que de antemano pretendían inculcarles un carácter de nobleza y camaradería. A los padres, en su decepción y sentimiento de estar atrapados en la fuerte sospecha de que la próxima generación será tan descojonada como la actual, se unían los abuelos, tíos, y hasta miembros de la vecindad que, movidos por la curiosidad de los mestizos visitantes, habían voluntariado sus servicios para velar por los niños, y que ahora se encontraban invirtiendo gran parte de su tiempo y energías, en la constante separación de los primos-hermanos, los cuales, entre cantazos y bofetadas, llantos y lagrimeos, codazos y empujones, buscaban, a toda costa, asegurar su posición en el centro del universo.

Crédito foto: Municipalidad de Miraflores, www.flickr.com , bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/deed.es)