Isabel Rosado; flor de lucha y luz de amor

Voces Emergentes


“Los momentos pasan; pasan por ellos los hombres; Pero siempre llega el día de la victoria para la justicia. Qué no lo vea el que por ella ha sucumbido, ¿eso qué importa? El fin no es gozar de ese día radiante; el fin es contribuir a que llegue ese día”. E M Hostos

Don Pedro Albizu Campos reescribió: Hechos de los Apóstoles, tal vez subconscientemente, para darle una nueva mística a la lucha nacionalista en Puerto Rico. A la mesa del nacionalismo se iba a traer, no a buscar, cada cual debía dar de lo que tenía, era tabula rasa; como decía Don Pedro. El Nacionalismo era la patria organizada para el rescate de la soberanía, y se trataba de un nacionalismo que buscaba la hermandad de naciones, basada en el respeto mutuo, no en un nacionalismo estrecho y pequeño como decía Muñoz Marín, para tratar de desacreditarlo. El Nacionalismo de Albizu Campos era integracionista, no separatista. La soberanía que rescataría el nacionalismo, para terminar con el coloniaje, no era para separarnos del mundo. Era para revivir la idea de la Confederación Antillana y para elevarla a otros niveles, de modo que nos integráramos en libertad de condiciones a nuestro entorno natural que era el Caribe y en un contexto mayor, a Latinoamérica. De esa estirpe valerosa, generosa y enfocada en rehacer las potencias de la mujer, para que luchara al lado del hombre, cumpliendo en igualdad de condiciones su deber revolucionario, es que está hecha Isabel Rosado Morales, nuestra Isabelita para la eternidad.

Los discípulos de Albizu, especialmente las mujeres, como Isabelita, Blanca C Canales, Lolita Lebrón, Doris Torresola, Carmín Pérez, Ruth Reynolds y tantas otras, a las cuales la historiografía y el independentismo, no les ha hecho suficiente justicia investigativa y educativa, son iconos del principio de que el amor a la nación y el compromiso con la liberación de la patria esclava, súbdita del coloniaje, rebasa las diferencias sexuales y de clase, para admitir como combatiente revolucionario a todo ser humano que ame a su país. El valor, la sensibilidad hacia el necesitado, especialmente a los pobres, la entrega sin conocer límites ni épocas, son rasgos de estas mujeres, que Isabelita a sus tempranos ciento siete años, todavía mantiene. Mujeres como Isabelita, que son de la escuela del nacionalismo, no pasan un día sin pensar en cómo adelantar la lucha por la independencia. Trabajan, crean, llaman a sus amistades para sugerirles cosas, confrontan a los que son pesimistas o a los que buscan excusas para ceder a la tentación del cansancio y el pesimismo. Son también Betancinas en el principio de que para hacer la libertad y pelear por ella, no se necesita mucha tierra, que ésta solo es necesario para huir.

Isabel es madre de todos y todas, ella representa una máxima en el sentido trascendente de una entrega a la lucha que no conoce límites ni cobardías. Su imagen gallarda en la arena de Vieques, bajo la bota de una militar yanqui, muestra cómo aún en el suelo, se puede estar por encima del amo opresor, cuando se está representando la dignidad de un pueblo y se lucha para que el suelo que se defiende, un día no esté sujeto a la bota yanqui, (que quiere decir extranjero), ni a ninguna otra. ¿Quién recuerda a esa militar abusadora, quién sabe su nombre, en qué pueblo de su país le han hecho un homenaje?, si los sátrapas están condenados por la eternidad al olvido y al desprecio de los suyos. No se lucha para reconocimientos ni para buscar honores, se lucha para demostrar que todos los pueblos del mundo tienen hombres y mujeres del mayor valor, para hacer valer el principio de que toda nación tiene derecho a su plena independencia y autodeterminación. Isabelita sabía eso cuando arriesgó su vida y su libertad personal en distintas etapas de nuestra historia.

Sin embargo, también es cierto que toda nación esclava necesita modelos, mitos, épicas, eventos que demuestren de qué están hechos sus mejores hijos e hijas, para cumplir el deber de defender la trascendencia en el tiempo de la existencia de una nación diferenciada, y con derecho a formar parte del concierto de pueblos libres del mundo. Pueblo y nación que no los reconozca ni les agradezca su entrega, no merece el respeto de los que lo dan todo por la libertad, la justicia y la igualdad de la patria que los engendró, como si fuera una madre esclava esperando porque sus mejores hijos e hijas la rediman.

La lucha por la independencia conlleva los riesgos de la persecución cruenta, del encierro, del exilio, de la incomprensión de los suyos, de la represión a la familia, del desvelo de muchas noches pensando en cómo llevar el pan a la mesa de los seres queridos. Pero también conlleva la satisfacción del deber cumplido, el respeto silente de los que reconocen la entrega por un ideal, aunque no lo compartan, o no se atrevan a enfrentar los dolores inherentes de defenderlo para tener pueblo. Los y las que luchan por siempre, como Isabelita, en una eterna juventud de entrega, son como decía Hostos: enfermos del ideal, que en lugar de caminar peregrinan, pero no cambian su vida de lucha por la felicidad de los felices. Así es y ha sido Isabelita. Nuestro pueblo tiene con ella y con los que han dado todo por la libertad, una deuda eterna de gratitud que no debe ser olvidada ni entregada a la degradante tentación del olvido.