Paseo con Leo en el Día de Navidad

Agenda Caribeña
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

Escribir es después de todo una manera de entender. Esto que viví hoy lo tengo que contar. Es Navidad y salgo a pasear con el pequeño Leo, mi nieto. Lo llevo con cuidado (porque puedo ser muy torpe) graciosamente en su carrito rojo, cruzo la calle hasta llegar a la Avenida Ashford, en San Juan, Puerto Rico. No tengo un destino fijo, voy lento por la calle. Llego a tomar café, el niño que hoy tiene 4 meses se duerme con el vaivén del coche. En el café pido un capuchino y la mujer se ríe con el niño dormido. Son gentiles conmigo, nadie atenta contra un niño pequeño.


De regreso a casa me detengo a recoger unas medicinas para mi madre que yace en cama en mi casa desde hace ya unos meses. Cuando voy a pagar, un deambulante (ya famosos en la calle más rica de San Juan) me pide que le compre las chancletas que tiene en las manos. Valen $13.99.  Lo miro, dice que anoche le robaron sus tenis, que no puede seguir descalzo con el tajo sangrando así y me lo muestra.

La cajera le señala que no puede pedir dinero dentro de la tienda, que se vaya afuera y pida en la esquina. El hombre, con olores de tiempos inmemoriales, se da la vuelta, arranca el plástico que une una chancleta con la otra, se las coloca y sale caminando sin mirar atrás. La cajera interrumpe mi transacción y llama a seguridad. De inmediato se movilizan varios empleados que salen en busca del hombre y sus chancletas. Lo traen sin tocarlo, mugriento de la vida y de este día de Navidad.

Lo dejé hablando con el gerente de la tienda. Explicaba su caso como si aquel fuera un juez. Yo salí, coche, bolsa, en calma. A medio camino de llegar a mi casa, miré hacia el frente y vi unos japoneses gritarme, chin chon chin chin chun… o algo así… hacían señas despavoridos. Levanté las manos, miré al niño ya despierto dentro del coche y de repente miré hacia atrás, ahí estaba él, con sus chancletas nuevas, trayendo el peluche, un patito amarillo largo y sedoso que se nos había caído del coche.

Gracias hermano, le dije, qué bueno que te dejaron las chancletas. Ahí no dan nada, ripostó, tuve que ponérmelas y salir, porque con este tajo no podía seguir caminando. Lo vi alejarse. Más adelante me gritó, adiós Má.

Me sentí perturbada. Debí haberle comprado las chancletas de $13.99. A cambio, su generosidad, me devolvió el patito amarillo y largo, me dijo Má, y se convirtió en ese personaje clandestino que llega al corazón y lo comprime. No se puede caminar por la ciudad descalzo. Claro que no. La ciudad a la que no le tengo miedo, la que defiendo, y por la que trabajo.  Esta ciudad es también de él, otro Jesucristo que ignoré.

(Foto: Mairym Cruz Bernal)