Casi cuatro lunas

Crítica literaria
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Casi cuatro lunas es un poemario publicado en el 2015 por Luis Enrique (Quique) Romero, quien es actor, guitarrista, cantante, activista político—todos estos sombreros por vocación y pasión—; profesionalmente, biólogo y administrador de empresas. Ahora, además, se nos devela poeta. El título del libro, que inicia con la palabra “Casi”—aquí utilizada como adverbio que, unido a “cuatro lunas”—, presenta un cuerpo literario a medias, inconcluso. Si nos detenemos a realizar un análisis simbólico y metafórico de este título, empero, podríamos pensar en las fases lunares—la luna nueva, la nueva visible, el cuarto creciente y la luna gibosa creciente.

El autor prologa su libro con un “Manifiesto íntimo”, escrito en prosa poética; haciendo pública una declaración de doctrinas o propósitos de interés general, en la que destaca un mandato existencial del “decir poético”, no dado a conocer antes por temor al ojo crítico. Más aún, expresa que muchos de estos escritos estuvieron “ocultos bajo el colchón” desde su adolescencia—casi en el clandestinaje—. Como proceso, el libro ha sido un madurar y dejar salir el miedo para “decir lo que ha querido decir”.

A partir de ahí, la primera sección del poemario, subtitulada “primera creciente”, está compuesta de veintinueve títulos. El inicio de este crescendo lunar—en una fase en la que, a no ser mediante un eclipse, es imposible ver el astro a simple vista—sugiere que estas primeras piezas comienzan a iluminarse, pero cubiertas de un velo de timidez y recelo todavía. En el primer poema del libro, “Mar adentro”, aparece el lenguaje marítimo como eje central y los juegos metafóricos de luz y sombra que revisten la penumbra crepuscular del mar adentro, en la última estrofa del poema: Sobre rieles de olas/Navego mar adentro. /Siempre mar adentro,/hurgando en las costuras silenciosas de la bruma/ algún pálido rasguño de luz,/que haga despertar el orbe/cuando el día viste el sudario de la tarde (9).

En el segundo poema, “(Des)encuentros”, la voz poética deambula en la espera constante de la luna que no se hace tan visible o presente: /Uno de esos días, / cuando el sol se pone varias veces en espera de la luna/ y la noche desdobla su silencio/. El encuentro entre el poeta y la noche lunática se hace esperar; es decir, esa anhelada coincidencia de cosas y personas en un punto, chocando entre sí, no ocurre: se vuelve un desencuentro, un acto fallido que trae discordia y decepción. Aquí, notablemente, entra en función la anáfora, enfatizando el deseo del otro, de luz y rencuentro con uno mismo, o el ser amado, pero nunca satisfecho: /Y la luz negada, anegada se turba en la lumbre/cuando el calor convulsa su destierro/ y la noche se hace larga porque la luna llena se ha olvidado./ Y soy la ebriedad inconexa,/ deshabitando mis huellas./ Y soy la duda, que se cuece sobre los temores de ausencias/ Y soy la burla/desprendida del cinismo/ Y soy un eco,/ trasnochado en la garganta/(11).

Así, mediante imágenes llenas de erotismo, sabor y color a vino tinto, emprendemos, por estas piezas, un viaje marítimo hacia la embriaguez—el poema “Tinto de amar” nos plantea una invitación a la toma del otro: “Tómame lentamente con la calma de la eternidad o la urgencia de lo inmediato, mientras sudas la vida que te va habitando, sorbo a sorbo de vino añejo, tinto de amar (13)”—, una deambulación por los temas del amor—correspondido, abandonado, deseado, efímero, idealizado…, amor al fin—, salpicada de alusiones a la palabra, el poema, los credos y las diosas como espacios para revelar lo inexpreso y el sentimiento.

Por otro lado, la segunda sección del poemario, subtitulada “Por arte de mirador: Rostros desde la luna donde miro al mundo”—que, dentro de las fases lunares, sería la luna visible—se nos descubre una voz poética que recorre las calles con una mirada transeúnte por una sucesión de espacios—unas veces rurales, otras veces citadinos, o marítimos—que convergen en un encuentro de personajes conocidos y desconocidos que se dejan poetizar. Esta sección—que casi pudiera ser leída como un segundo libro—se hilvana con la anterior por medio del canto a los sentimientos, la vida, la muerte, lo cotidiano y los recuerdos. La voz poética es el “voyeur” de panoramas que narra, metaforiza y rinde homenaje, con la palabra, a sus observados. En el poema “Y no tuvo final”, honrando a “un músico deambulante”, la escena, insospechadamente, se transforma en una situación efímera a la espera de un cambio de luz del semáforo; la prisa, sin embargo, es su protagonista: Una luz roja/avisaba su entrada al escenario /La prisa/ (49). El poema “¿Qué me queda?” evoca la memoria del padre y el duelo tras la pérdida: /Y así te fuiste, sin extinguir los adioses/ y dejaste sin alma a la palaba viejo/ y te quedaste sangrándome en el pecho / ¡Mi viejo! / (52). En el próximo poema, nos presenta a Julia de Burgos (Madre verso), poesía viva, llena de “Arpegios de algas besan tu frente, eternamente coronadas de liras” (54). Aquí, Julia es poeta, mujer, guerrera y mar; todas estas acepciones se recogen para definirla como fuerza poética. Prosiguen poemas dedicados la fragilidad, la pureza de una niña de solo 11 meses de vida, una oda a la guitarra “Pepa” y un poema homenaje a Filiberto Ojeda Ríos. Estos piezas, todas muy bien logradas, nos presentan un poeta contra la injusticia y la desigualdad de la vida misma.

Para matizar la fuerza política y ética de su voz, el poeta pasea a los lectores a través de su lente, que narra la posibilidad de un “mejor país”, y a su vez, recuerdos gratos y evoca la naturaleza a través de la acuarela que se transforman en paisaje y esperanza. Las imágenes que el hablante poético recoge, con la mirada, en su caminar, se entrelazan con las figuras retóricas que adornan la poesía, abriendo paso al cuarto creciente lunar; creciente que nunca llega a convertirse en luna llena, sino que se trasluce en “Otros resplandores”, última sección y cierre del libro.

Esta última parte inicia con un discurso más crítico, político y social; y que, como la luna, se trasluce, pero aquí con el fin de develar realidades sociales que la voz poética “grita y defiende” en la palabra y verso que conforman cada poema. En el primer poema de esta sección del poemario, “A falta de pan, galleta”, nuestro poeta se agarra de la cultura popular y el refranero para transformar su escrito no solo en un canto lírico, sino, también, en un manifiesto de protesta; una especie de pregón o noticia radial que urge decirse y ser escuchada: /y a falta de pan, galleta/ Desforestan/desescuelan, desplantan./Ni plantas, ni planteles./Huyen vocales del abecedario, las eñes se hacen ñoña/ en los yermos parajes de neuronas/ que diseñan el progreso./ No aprendemos demasiado/ y a falta de pan, galleta/ (90). La ironía, la cacofonía, la personificación y el retruécano son imágenes que fundan y protagonizan este poema. El ritmo poético del mismo permite que rechine en los oídos de quienes tengan el privilegio de leerlo o escucharlo, evocando a un pregonero; de pregón muy atinado, por cierto, ante la situación del cierre de escuelas al que alude.

A continuación, en el segundo poema, pasamos a la metaforización del pueblo de Manatí —donde el autor ha vivido por muchos años—por parte de la voz poética, que nos describe su deterioro físico, moral y cultural. El hablante ironiza en torno a dicha ciudad—la ‘Atenas de Puerto Rico’—mediante una serie de imágenes que, más que una monumental ciudad, la supone en ruinas. Enseguida, quedamos interceptados por otro poema panegírico—al modo la sección anterior del libro—, dedicado, esta vez, a Don Pedro Albizu Campus. Luego, la travesía poética se detiene en “Palestina”, abriendo un espacio para la reflexión acerca de la continua guerra “religiosa” y de supremacía e interés para las “grandes naciones unidas”.

Al fin, sin embargo, somos referidos nuevamente al mar, la luna, el amor y la poesía, hilos conductores, desde el inicio, de este poemario. Como se desprende de su título, “Casi cuatro lunas”, el mismo está “a medias”, inconclusa la última fase lunar, que completaría el ciclo tetralunario. El libro, asimismo, sugiere un cierre circular; el último poema se titula “Casi cuatro lunas”, y, en él, la voz poética reconoce que, si bien casi alcanza la luna llena, prevalece “el casi”: Casi cuatro lunas/ sorbiendo el sereno de las sombras,/ lamiendo la palidez de su placer astral,/ murmurándole mis ansias con abecedarios de éter./ Cuatro lunas menos una./Por casi cuatro lunas llenas/ pellizqué sonrisas de cuarto creciente/ a sus insomnios de mares deprimidos…\ Y casi en la cuarta luna llena, cuatro lunas menos una, desperté eclipsado en un reflejo/ (105). En ese despertar que casi fue espejo, nos regaló esta voz nueva aunque añeja, clandestina entre almohadas y miedos, al poeta que siempre está inconcluso porque las palabras y la poesía siempre encuentran espacios para resplandecer.

¡Gracias Quique por permitirme leerte!

Crédito foto: Juanedc, Wikimedia Commons, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.en)