Malo conocido y el bueno que no aparece

Política

A partir de los múltiples ejemplos que del siglo XX podrían traerse a colación en relación con la importancia de la propaganda política, ya sea desde posiciones relativamente estables en el poder estatal o desde las diversas subalternidades que han intentando, a veces con éxito, subvertir los aparatos gubernamentales, definitivamente resultaría imposible pasar por inadvertida la importancia de la construcción y circulación efectiva de una imagen política de fácil consumo para una buena parte de la población, en la que dicha imagen se pretenda que funcione. Es decir, en política, y creo que esto no es algo demasiado revelador a estas alturas, una persona puede tener una imagen desastroza. Dicha imagen inclusive puede transitar a través de los individuos en alguna sociedad y llegar a generar antipatías múltiples.

Vistos a la distancia, ¿Podrían dudarse las malísimas imágenes que generaron Hitler y Stalin para gran cantidad de gente en Europa? ¿Podrían dudarse las aborrecibles imágenes que muchos tenemos, políticamente, de Pinochet, Bush, Hodxa, Díaz Ordaz, Echeverría, Videla y otros? ¡No! ¡Claro que no! Sin embargo, aunque los anteriores políticos hayan, a través de sus propios actos y actitudes, provocado que sus imágenes públicas sean, hasta nuestros días, percibidas como detestables, no es menos cierto que, aunque sean aborrecidos por muchos, su presencia política en las memorias colectivas sigue siendo sólida. Sus imágenes se convierten en espectros de los cuales pareciera que no hay escapatoria. Con lo anterior no pretendo legitimar ni justificar nada que tenga que ver con las acciones políticas de personas como las que se mencionaron arriba.

Lo que pretendo es hacer ver que desde sus posiciones abrumadoramente dictatoriales y déspotas, estos políticos lograron algo que muchos no lograron jamás: generar imágenes de ellos mismos y hacerlas circular efectivamente. Es evidente que mucha gente jamás consumió dichas representaciones, pero sabemos que muchos sí lo hicieron, en ocasiones, al menos, por coerción y en otras por falta de representaciones alternativas. Las malas imágenes pueden traer consecuencias nefastas para quienes pretenden aferrarse a sus posiciones de poder. Las malas imágenes resultan ser perfectas para orquestar nuevos paradigmas sociales y de lucha. Pero, por malas que sean dichas imágenes, éstas no invisibilizan a la persona política. Hay algo peor que una mala imagen en política: no tener ninguna. Si traemos todo lo anterior al caso del Puerto Rico contemporáneo, me parece que no es de dudar que Luis Fortuño Burset posee, quizá, la peor imagen política de su vida y de la vida de muchos otros políticos.

La lista los “méritos” que le han llevado a poseer tan desastroza imagen van desde la Ley 7, pasando por su ataque frontal al Colegio de Abogados de Puerto Rico y recoleteando con las intenciones de limitar el derecho a fianza a personas acusadas de asesinato, entre otras “grandes” obras. Sin embargo, aunque terrible, Luis Fortuño Burset posee una imagen política y ha sido efectivo en hacerla circular a través de diferentes eventos gubernamentales que promueven no sólo la obra sino al artífice. En cambio, Alejandro García Padilla presenta un cuadro radicalmente distinto. García Padilla no llega ni siquiera a tener una mala imagen. Así de difícil es el escenario local. Por más que se quiera manchar la imagen de García Padilla, su invisibilidad general es evidente. Fortuño posee una imagen aterradora. García Padilla no se encuentra ni en la penumbra. Ante esto, ante la ausencia de imágenes contundentes y capaces de circular a través de individuos y amplios sectores sociales, la peor imagen queda como única respuesta ante el dilema de la elección. Éste es el saldo peligroso, lo que no mucha gente quisiera, pero lo que puede ocurrir por antonomasia.