UN NUEVO REGIMEN DE TERROR

Justicia Social

Anne Arbor – Michigan. Viernes, antesala del fin de semana más solemne de Estados Unidos, el de la recordación (Memorial Day). Me acaba de llamar el Director Latino de la Conferencia Adventista en Michigan, Daniel Scarone, que hoy comenzaba una congregación estatal al norte de Michigan y que camino para allá uno de los diáconos de la Iglesia Adventista en Adrián Michigan, a quien me refiero como a Pablo, ya que su nombre al momento no tengo consentimiento de divulgar, había sido detenido por la policía. Al tener vencida la licencia y la “aseguranza”  (el seguro del carro, “insurance’) le solicitaron el seguro social, y que al no poder producirlo, lo detuvieron por conducir sin licencia ni seguro, pero peor, para para referirlo a la “migra” (Immigration Services”) para deportación.

Al llamado del Director,  alquilé un coche y luego de varias horas me trasferí a Ithaca, un diminuto y soñoliento pueblo al norte del estado, y fui a la cárcel municipal donde estaba preso Pablo.  Al solicitar verlo, la oficial de turno, mascando chicle me dice, "Sure, let me see your attorney card." Le entregue la tarjeta del Colegiode Abogados de Puerto Rico, y le indique que estaba admitido al TSEU, y me respondió "not good enough for michigan, counsel." Le pedí que lo llevaran a un magistrado inmediatamente, y me dijo, "Labor Day weekend, no one around till Tuesday."  Le pide entonces potestad de visitación, y me dijo: "Sure, every Wednesday, from 6-9pm." Le pedí que le dejara saber que estaba aquí, y me respondió: "You can tell him yourself should you so legally arrange."

Al salir llamé  a la esposa, Gabriela: se le está cayendo su mundo encima, pero ella estoica, carácter tolteca,  bregando.  Le doy instrucciones para que reúna la evidencia demostrando que Pablo tiene más de 12 años en EU, que en esos años siempre ha pagado impuesto federales, que dos de su hijos – Jennifer y Daniela- son nacidas y criados aquí, y la prueba de buen carácter, el pastor de Adrian, Leonardo Muñoz. Esperamos que el martes se le conceda una vista (“arraingment”) sobre los cargos de conducir sin licencia y seguro. Para luego ver si el juez refiere el caso a Immigration Services, la migra. No estoy admitido a la práctica de la profesión en Michigan, y honestamente sé poco de leyes de tránsito ni de inmigración, pero debido al Memorial Day Weekend no hay abogados disponibles, y dada la situación de emergencia, voy a tratar de ver si puedo si puedo acorralar el caso vehicular y evitar el referido a la migra. Alquilé un cuarto de motel hasta el martes para encerrarme y aprender inmigración por internet este fin de semana. No me es fácil, me siento solo y la situación económica esta que ahorca, pero no me podría mirar al espejo si no trato de hacer todo lo posible para ayudar al  hermano.

La famosa Migra, la pesadilla de todo indocumentado. Pablo es de Méjico, él y su esposa Gabriela, llevan 12 años en EU. Aquí tuvieron dos hijos, los cuales son ciudadanos americanos de la Enmienda 14 (born in the USA).  Hombre y mujer, al igual que la mayoría de los inmigrantes que he conocido desde que vivo con José y María (dos indocumentados que me han dado un hospedaje gratis en el que vivo mientras trabajo la tesis en Anne Arbor). Ellos se levantan a las 6 am, preparan el desayuno, dejan los nen@s en la escuela, y trabajan hasta que cae el sol, en trabajos de limpieza y mantenimiento (las mujeres) o de construcción y jardinería (los hombres).  He  visto a José llegar a la casa luego de 15 horas de trabajar en un techo, o sea, aprovechando la ida de la nieve para aprovechar el ardiente sol que levanta los vahos de brea, que les quema la piel, que les ensangrienta los ojos, y que los magullan como chata de boxeador, hasta que llegan a la casa fundido, negros, exhaustos, a tirarse en la mesa como si fuese la esquina del ring, a abrazar la razón de sus vidas - los hijos – y meterse un taco en la boca sin quejarse y ni apenas conversar, para empezar de nuevo al otro día a la misma hora de la misma manera.  María igual, es su triple ciclo de mujer madre y esposa, en su interminable recorrido de casa, trabajo y escuela, sabiendo que fuera de sus sueños el cansancio de sus cuerpos no ha de tener reposo.

Para nosotros, los boricuas, a pesar de pertenecer a la última colonia  del mundo, o quizás, por pertenecer a ella,  es difícil entender la situación del inmigrante, particularmente el que no tiene “papeles.”   El rol del inmigrante en la vida norteamericana es central.  Según el Censo EU, de una población de 312 millones de personas, aproximadamente el 3-4% (alrededor de 12 millones) son inmigrantes sin papeles; y de estos, alrededor del 75% trabaja en empleos de baja paga y poco deseados por americanos de la misma clase socio-económica, tales como trabajo de casa, trabajo de finca, y trabajo sub-contratado a patronos sin uniones en mantenimiento, jardinería y construcción.  O sea, estos trabajadores no prestan servicio directo al cliente; realizan sus funciones tras bastidores, pero suplen la fuerzamanía que estructuralmente mantiene al sistema corriendo. A estos empleados, que en la mayoría de las ocasiones son los que producen las plusvalías de los negocios de sus patronos, se le paga salario básico, sin beneficios, sin desempleo, y bajo amenaza constante de deportación, lo que imposibilita que presenten querellas y reclamos. En fin, el sistema invisibiliza a estos seres, y requiere para que funcione que trabajen en clandestino, con bozales, y sin derechos.

Para tener una idea de la magnitud de la situación,  si aglutinaremos la población de inmigrantes de tal manera que formen su propio estado, este estado con cerca de 12 millones de personas tendría más población que 43 de los otros estados de la nación norteamericana. Solo California (37 mil.), Texas (25 mil.), Nueva York (19 mil.), Florida (19 mil.), Illinois (13 mil.),   Pennsylvania (13 Mil.) y Ohio (12 mil,) tendrían más población.  Si tomamos a PR de ejemplo, y lo comparamos con el número de inmigrante ilegales, todo PR ( 3 millones) sería varias veces ilegal. Imagínese “ilegal” mamá, papá, abuel@s, ti@s, prim@s, sobrin@s,  niet@s, todas y cada uno de nuestro amigos, toda persona del edificio, de la urbanización, del trabajo, de la escuela, del tapón, del mol. No una vez, ni dos, ni tres, sino cuatro Puerto Rico de inmigrantes ilegales.  E imagínese que la mayoría de todos los puertorriqueños viviesen diariamente bajo amenaza perpetuar de perder la ciudanía cada vez que se montan en un auto.  A los boricuas le viene a la mente una sola palabra para describir este temor: pánico, pánico, pánico.

Ese temor, sin embargo, es la cotidiana condición existencial en la vida de Pablo y Gabriela, José y María. Viven el calvario incesante día a día de que algún desliz, alguna persona, o algún guardia le llamen la migra y los deporten, perdiéndolo todo y quedando la familia con un solo proveedor. En el poco tiempo que llevo en Anne Arbor, Michigan, ya he visto tres personas deportadas por circunstancias idénticas.

En el 2008, Michigan determinó no conceder licencias nuevas a solicitantes que no mostrasen evidencia de residencia legal en el estado. A consecuencia, los que si tenían licencia legal bajo la vieja ley, la perdían al no poder renovar; y los que están sin licencias, no tienen oportunidad de obtenerla. El resultado es que la policía se pasa parando a los conductores con pista de latinos (o sea, marrones), para ver si guían sin licencia válida, y como en el caso de Pablo, de ser licencias vencidas, asumir que pertenece a un inmigrante ilegal por no poder renovarla baja la ley de 2008.  Al no producir papeles de legalidad, discrecionalmente los remiten a deportación. Digo discrecionalmente, porque la decisión es del policía, y en incontable ocasiones, por dinámicas y realidades socio-económicas, sencillamente dan la multa por guiar sin licencia, sin referir el caso al INS.  Si agarran a un hombre o una mujer guiando sin licencia válida, la denuncia puede acabar en deportación, lo que deja al matrimonio en una horripilante coyuntura: ambos salir del país, o el que no ha sido deportado, quedarse con las hijas para tener y ofrecerle una mejor oportunidad de vida. Cf. Shophy’s Choice (W. Styron novela 1979; Alan J. Pakula, director película 1982).

La situación presenta un aprieto de primer orden. El resultado es espantoso El sistema necesita de los inmigrantes ilegales para sus funciones laborales, pero el estado penaliza el que puedan ejercitar ciertas funciones básicas de la convivencia en sociedad, como conducir. El inmigrante poder conducir al trabajo, pero solo expuesto a detención y deportación. A consecuencia, por temor a a ser detenidos, los trabajadores se aglutinan como reses para ser trasportados como ganado ida y vuelta a sus sitios de trabajo.  Al no poder guiar, se afecta su movimiento, sociabilidad,  crecimiento, estudios, plenitud: en fin se convierten en seres humanos asignados por el estado a una existencia secundaria y marginada. Este sistema promueve la creación de un estigma social tan perverso como el que Tribunal Supremo EU condenó en Brown v. Board of Education (1954), el caso que dio fin al apartheid de los negros en Estados Unidos.  Aunque hay diferencias significativas de grado, uno no puede evitar cierta semejanza a la manera en que los nazi usaban los campos de concentración para bregar con los indeseables: la oposición política, los homosexuales, los criminales, los incapacitados, los enfermos mentales, los judíos y los gitanos.

Suena casi sacrilegio acusar al sistema norteamericano de dicha  comparación, hasta que uno se percata que la situación de los indocumentados comparte el mismo drama humano de todo grupo social que en algún periodo de la historia ha sido acosado por le estado bajo un manto de legalidad. Sugiero que la pregunta relevante no es si la conducta del inmigrante es legal o no, pero al contrario, si la conducta del estado es en conformidad con la relación ética hacia el Otro (Kant, Rawls, Levinas).  De esta manera, incorporando a la ética el escrutinio estricto aplicable a los derechos fundamentales bajo la Carta de Derechos de Estados Unidos, la pregunta crítica se convierte en la siguiente: promueve la política del estado un interés apremiante colectivo de la manera que menos socava una relación ética con cada persona?

En el caso de los indocumentados como Pablo y Gabriela, postulo que aquí el emperador también viste traje nuevo hasta que un niño le canta el desnudo. Aquí no se trata de personas que tiene récord de alcohol, drogas, agresión o vagancias laboral. Todo lo contrario, la mayoría de los casos son igual que Pablo y Gabriela: parejas casadas con una década en EU, que a diario trabajan y anualmente pagan sus taxes, y con hijos nacidos en Estados Unidos, y/o que estudian en el sistema de enseñanza pública. No hay razón para este trato excepto la animosidad étnico-racial de por si. La manera en que sistema jurídico norteamericano permite la modalidad de acoso y apartheid en cuanto a los inmigrantes sin papeles es una abominación de primer orden que ética y moralmente tenemos que denunciar, enfrentar y desarmar. En fin, no importe como se mire, la trata de indocumentados es otro régimen de terror que ya sea por razones laicas o cristianas es incompatible con los valores fundamentales de nuestra creencia en la dignidad y belleza de cada ser humano: la deformación de este evangelio sencillamente no se puede permitir.