BREVE CONVERSACION CALLEJERA EN SANTURCE

Cultura

Santurce es un barrio grande de San Juan. Fue una vez el centro de negocios de esta ciudad capital, conservando a la misma vez su carácter de centro obrero. Entrelazadas con los edificios de oficinas siempre tuvo sus áreas de viviendas de clase baja junto a las partes de clase media.

Santurce fue un microcosmos de la sociedad puertorriqueña, pero hoy en día está en franco decaimiento, lleno de edificios abandonados y de drogadictos en las calles, ahora bastante sucias. Dentro de Santurce hay lo que me describió un fiscal como uno de los centros de venta de narcóticos más grandes de esta ciudad-- un sector que le dicen “la colectora”. Curiosamente, estas calles de miseria están justo detrás de las oficinas de recaudación de impuestos sobre la propiedad de San Juan y de un importante hospital. Lo que uno ve en las vías circundantes al aproximarse a estas dos instituciones no inspira confianza: varios cuerpos endrogados, casi invariablemente sucios, de pie pero torcidos de tal forma que sus cabezas se aproximan peligrosamente a la acera.

 

Los drogadictos que salen del área poblan la calles del casco de Santurce hasta la sección turística, llamada el Condado, pidiendo limosna y cometiendo delitos. Algunos, especialmente las mujeres, recurren a la prostitución para sufragar su vicio. Una adicta a la heroína con quien hablamos se prostituye de vez en cuando, prefiriendo pedir para buscar el dinero que necesita. Micaela (así la llamaremos) lleva varios años en la calle, y como residente de una parte de Santurce la conozco hace varios años. Una vez la entrevisté para otro diario, y preparé un artículo que quedó en el olvido y nunca se llegó a publicar. Me la encuentro sentada en un murito en el estacionamiento de un restaurante de comidas rápidas. Cada vez que me ve, las veces en que me reconoce, me pregunta si se publicó el artículo. Me veo obligado a decirle que sí, a lo cual invariablemente sonríe y me dice que le traiga una copia.

Micaela es de un sector de clase media fuera de Santurce; me dice que no sabe cómo es que terminó en la droga, diciendo que esas son “cosas de la vida”. Dice haber tenido problemas de rendimiento académico y de disciplina desde pequeña. La expulsaron de una escuela católica, y terminó la secundaria en una escuela pública, donde conoció al padre de su hija, hoy una moza de 15 años. La cría su abuela, la mamá de Micaela, a cuya casa la adicta va periódicamente a asearse.

“Ella es mi angelito. Es inteligente, tiene la cabeza bien puesta en su sitio. Esa no anda to’ loca como yo cuando tenía su edad”, dijo Micaela.

Ella me dice que cuando se prostituye se viste lo mejor posible, maquillada y olorosa a perfume. Añade que pide mucho y que sus familiares le dan dinero. La mala vida no ha logrado opacar su atractivo físico. Le pregunto si quiere que le busque algo en el restaurante.

“¿Una Coca Cola o algo? “ le pregunto, y sus ojos adquieren un brillo súbito.

“¿Tú quieres comprarme un poco de coca?”

“Noooo”, digo con fuerza. “!!! Una Coca Cola!!!”

Me mira tranquilamente, y fríamente me dice, “ay no. eso hace daño”.

Momentáneamente, el comentario me congela, y la miro confundido.

Ella se echa a reír con verdaderas ganas, sentenciando, “Ave María periodista, tú te crees cualquier cosa. Se ve que tú no eres de la calle!!”

Sonrojándome también me tengo que reír con ella. Después de traerle un hamburger (con una Coca Cola) sigo mi camino, y ella se despide todavía riéndose.