Visos polifónicos de la poesía puertorriqueña de finales del siglo XX y principios del XXI

Crítica literaria
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Escribir en Puerto Rico siempre ha sido un acto de fe con giros de malabarista. Desde los albores de nuestra historia colonial podemos darnos cuenta de las privaciones artísticas y culturales a las que estuvo sometido el pueblo. Con solo el mero hecho de comentar que la imprenta llega a nuestra Isla en el año 1806, cuando fue perfeccionada por Gutenberg más o menos para el 1448, podemos comprender sin mucho problema la matemática del asunto que intento plantear. Tan pronto el Puerto Rico de aquella época recibe su primera máquina de impresión, los primeros usos se destinaron a la prensa, que en aquel momento se llamó La Gaceta de Puerto Rico, órgano de la comunicación oficial del gobierno.

Por consiguiente, la información publicada en aquellas páginas respondía, no a las necesidades específicas de la población relativamente aislada de otros espacios culturales, sino a los intereses de los sectores en el poder: la milicia, los comerciantes, los aristócratas, entre otros. Dadas estas circunstancias, y muchas otras más, podemos decir que escribir en Puerto Rico fue un acto de fe con giros de malabarista, y aún, a inicios del siglo XXI, continúa siendo así.

Las letras de nuestro siglo XX han respondido a innumerables influencias y situaciones. Desde mucho antes de la invasión norteamericana, en gran parte del último cuarto del siglo XIX, los escritores, especialmente los poetas, se preocuparon por establecer en su obra los postulados de la libertad necesaria y de la identidad hispana que ellos entendían nos caracterizaba. Luego, a partir del 1898, la poesía buscó defender ese constructo identitario desde múltiples ángulos y con diversas estrategias directas e indirectas. De modo, que el poeta siempre tuvo en sus manos la posibilidad de palpar la temperatura de su entorno y observar de una manera particular el devenir de nuestra sociedad.

Sin embargo, es importante recalcar que esta “labor” del poeta nunca ha sido realizada del todo desde posturas oficialistas, sino más bien, desde los múltiples márgenes existentes dados los estigmas que todos ya conocemos que rodean a las elucubraciones en cuanto a qué es la poesía o para qué sirve la misma. Tomemos en cuenta que el primer organismo impreso en Puerto Rico, la Gaceta, le dedicó un espacio mínimo a la creación artística. Por lo menos; mínimo, pero lo hubo. Luego, casi cuarenta años después de la llegada de la imprenta a Puerto Rico, es que comienzan a aparecer, muy necesariamente, las primeras obras que recogen la conciencia creativa de aquellos privilegiados con el acceso a la educación: el Aguinaldo Puertorriqueño (1843), el Álbum Puertorriqueño (1844) y el Cancionero de Borinquen (1846). Los silencios suelen ser más elocuentes que las palabras, o como un refrán popular recita: “A buen entendedor, pocas palabras bastan.” La pregunta obligada, por qué este trasfondo abarrotado de detalles históricos. La respuesta se encuentra en la misma premisa con la que abro estas breves palabras, publicar en Puerto Rico ha sido un acto de fe con visos malabaristas y aún continúa siéndolo.

Es conocido de todos, la precariedad de la posición del escritor. Resulta difícil decir que aquí se puede ´vivir´ de las letras. Desgraciadamente están desprestigiadas ante los ojos de una gran masa, una multitud embelesada ante los fulgores de la cultura del espectáculo. Sin embargo, existen los visionarios, aquellos que conservan la fe en la fuerza de la palabra y aún, en contra de cualquier instancia, apuestan al valor histórico del texto. Digo histórico porque la palabra impresa permanece como testimonio de algunos retazos de la realidad. Así podemos constatar el proceso escritural de tantos artesanos de las letras.

Hoy nos convoca la celebración de uno de esos textos que quedará, sin lugar a dudas, como testigo de la abundancia de poetas en nuestra Isla. Aquí en Puerto Rico se escribe poesía, mucha y buena poesía. Contra viento y marea, son muchos los poetas. En la muestra que nos merece la atención hoy, Este juego de látigos sonrientes (2015), encontramos convocados a 20 poetas del patio. Lo singular de esta “antojolía”, préstamo que acopio del acervo léxico de su antólogo, el poeta Edgardo Nieves Mieles, es que la muestra es representativa de la diversidad de estilos poéticos que se conglomeran en nuestro espacio insular. Y, aunque muy bien asegura Nieves Mieles en sus palabras preliminares, que este escogido resulta de “una selección acomodada a mis gustos, prejuicios y querencias”, puedo afirmar sin lugar a dudas que la motivación fundamental de este proyecto literario va más allá de dichas afirmaciones. Aparte de los gustos del editor, encontramos aquí un ojo clínico que se ha encargado de hacerle llegar al lector muchas de las maneras de hacer poesía: desde las posturas más clásicas hasta las propuestas experimentales más arriesgadas.

Además del muestreo multifacético que nos presenta Nieves Mieles, encontramos que su mirada se mueve “extramuros” y su escogido se descentraliza de la poesía que se produce en el área metro, para incorporar a los poetas del resto de la Isla, inclusive, a los poetas “adoptivos de la Isla”, que ya son nuestros (Carlos Roberto Gómez). Considero que este dato resulta sumamente importante pues plantea la ruptura con las visiones hegemónicas y los cánones que desde siempre han tenido su sede geográfica en el espacio académico sanjuanero. De ahí, que Nieves Mieles convoque lo que ha entendido como la mejor muestra representativa de las distintas poéticas que se dan en el marco de un Puerto Rico en el cruce de siglos. Dentro de estas poéticas hay nombres re-contra-conocidos y hay otros que aunque se han mantenido trabajando como los monjes, constantemente, su presencia literaria ha estado envuelta en un halo de silencio. Y esta es una de las genialidades que nos propone esta antología, ese ir más allá de los nombres recurrentes y repetidos, abriéndole un espacio también a estas otras obras que, aunque menos conocidas, no son menos importantes (el caso de Rosa Vanessa Otero). Esa ruptura con el concepto de unidad al que usualmente se adhiere el crítico o el lector al sospesar el estudio de la “poesía puertorriqueña” deja al descubierto un sinnúmero de aristas y porosidades que son una cantera importantísima para los estudios sociológicos y, por supuesto, literarios. Son, como muy bien ha señalado Roberto Echevarría Marín, “una rica selección de poetas de distintos temperamentos y de miradas divergentes” que nos permite que “tomemos conciencia del desarrollo de nuestra poesía”.

Así mismo, Nieves Mieles ha recogido en esta antología no sólo diversas estéticas, sino que propone la ruptura con el tan manoseado concepto de las generaciones literarias. Por tal razón, podemos encontrar que conjuga la obra de Edgar Ramírez Mella, con la de Karen Sevilla. De modo, que todo lo que se nos propone en este texto rezuma el deseo de transgredir lo establecido, lo propuesto, que por estático tiende a la podredumbre. Así lo encontramos planteado en las palabras preliminares, tituladas “Se necesitan agallas para mirar de frente a la Medusa”:

"Para combatir la des-categorización literaria de Puerto Rico. Para no seguir cargando con la lengua como un cadáver empanizado. Para revolcar el avispero. Para que los ociosos cardúmenes renuncien a su letargo indiferente y tomen partido. Para revitalizar los odres resecos. Para sabotearles los esquemas a los evangelistas del canon. Para desempantanarnos de sus consensos omnipotentes. Para que el caricioso animal del diálogo propague su gustosa incandescencia".[1]

Por lo tanto, ante ustedes un texto que bien vale la pena ser sospesado, discutido y, lo más importante, compartido pues contiene la obra de muchos de aquellos que aún apuestan al poder de las palabras, al poder de la poesía y así, como en un acto de fe, juegan al malabarismo de publicar en una ínsula como Puerto Rico. Recordando la lucha de sus antecesores, la cual ha quedado grabada en el inconsciente colectivo, nuestros poetas, tal y como señala el prologuista de la antología, Federico Irizarry Natal, son “deudores de una herencia valiosa, [que] los nuevos poetas [la] asumen sin perder, por ello, el vigor de producir renovados signos a ante las puertas del nuevo siglo” [1].



[1]Nieves Mieles, E. (Ed.). (2015). Este juego de látigos sonrientes. Poesía puertorriqueña de fines de siglo XX y comienzos del XXI. Espejitos de Papel Editores.