Fue a mediados de los años 50, cuando la ola migratoria puertorriqueña a la ciudad de Nueva York estaba en pleno flujo, que Pedro Juan Soto, un puertorriqueño que había vivido allí como estudiante universitario, publicó su primer libro, “Spiks”, una colección de cuentos que recoge la experiencia de los boricuas como inmigrantes.
Son temas que se tocan en el libro. Soto era un joven escritor en aquel entonces y su condición de novicio a veces se nota, especialmente cuando utiliza imágenes que fracasan hasta el punto de la cursilería, pero el mismo Soto lo reconoció cuando años después re-evaluó su obra. Pero no por esto deja de ser un libro importante. Constituye uno de los primeros escritos sobre la diáspora puertorriqueña, entonces naciente. Retrata un mundo distinto pero que sobrevive, especialmente en la experiencia de grupos que inmigraron después.
Por lo menos tres de los relatos presentan escenas violentas entre un policía y un inmigrante, todas causadas por malentendidos que tienen una base cultural. Hoy en día en Nueva York hay policías afroamericanos, puertorriqueños y dominicanos, y los abusos de poder podrían ser menos evidentes pero ocurren, a veces en escalas grotescas. Me acuerdo del caso célebre de un inmigrante haitiano a quien la policía detuvo y sodomizó con una escoba en plena estación de policía. El escándalo corrió el mundo entero. Aquellos que hemos vivido en Nueva York probablemente hemos visto algún tipo de trato burdo de la policía hacia aquellos que son “a little dark”.
El famoso barrio es ahora predominantemente dominicano, lo cual quiere decir que de la110 hacia arriba siguen habiendo ritmos caribeños, tambores, espiritistas y cuchifritos, cosas que siguen siendo igual de exóticas para la cultura dominante como lo eran antes.
Por otra parte, por largo tiempo la migración hacia el norte ha sido parte de la vida puertorriqueña, lo único es que con el desarrollo de la diáspora le hemos perdido la curiosidad y la fascinación a los aviones. Hubo un tiempo en que desde una terraza al descubierto los familiares o visitantes al Aeropuerto de Isla Verde, como se conocía en aquel entonces, veían a los aviones despegar y movían sus manos como si sus familiares dentro de un avión que se alejaba los pudiesen ver. Parecería que había un deseo de su parte de estar en esos aviones. Había una creencia, que ha incrementado hoy con venganza, que él se iba al Norte, iba a donde “la vida es mejor”. El primer cuento de la colección, “La Cautiva”, se da en este aeropuerto y capta la esencia de aquella época en que el viajante sentía como si dejase atrás algo querido, fuese el terruño o un ser amado, para una mejor vida y salario en Nueva York. Agradezco a Soto por su aportación a la literatura en recoger este mundo de la experiencia migratoria boricua en unos relatos que parecen testimonios.