Culturas del bien común

Cultura

¿Cómo expandir las posibilidades de lo ético y lo político (lo ético-político) en estos tiempos de tanta violencia estructural e incertidumbre existencial? Una dimensión fundamental de la ética es la visión de lo que es la vida buena, la vida que queremos vivir, y el comportamiento, los valores e ideas necesarios para llegar a ella. Así, la ética siempre es política, pues necesita reflexionar y actuar ante las relaciones de dominación que dificultan la vida buena que anhela.

Ante la crisis económica, política y social que padecemos la apuesta del mercado ha sido la rearticulación del proyecto neoliberal hacia un discurso de micro-empresarismo y responsabilidad individual. ‘Reinventarse’ y salir a trabajar es, según los paradigmas dominantes, la forma ‘buena’ de vivir. ‘Que bueno es vivir así’, cantan los mulatos del sabor en su nueva versión blanquizada. Sin embargo, los despidos en masa de parte del gobierno y la empresa privada junto a la precariedad generalizada no permiten ni entusiasmarse con el ritmo de la propaganda bancaria recientemente premiada en Cannes. El micro-empresarismo como nuevo protagonista de la micro-(bio) política corporativa se quiebra ante el peso de la debacle financiera y las violencias que genera la desigualdad social. ¿Qué hacer entonces frente a esta crisis de múltiples escalas espacio-temporales?

 

Revalidar la vida cotidiana en común

Ver, observar, salir, experimentar, reflexionar y practicar la vida pública en su cotidianidad es un primer paso. Poco a poco nos vamos dando cuenta que no todo está subsumido a la lógica del capital, aunque casi. Todavía hay prácticas cotidianas que permiten vivir, donde el espíritu mercantil no reina. El don, la entrega, el darse, aun existe, y más de lo que hemos sido capaces de ver. Nuestros análisis críticos, y a veces cínicos, nos enfocan la mirada en las relaciones de poder que coartan y controlan nuestras posibilidades de libertad y vida plena, pero muchas veces no nos permiten visualizar las instancias ‘banales’ del bien común. No solo hay que problematizar, también debemos crear e imaginar proyectos emancipadores, de mayor justicia e igualdad. La vida común en la ciudad es un campo de exploración, más allá del pensar y más acá del actuar, más bien nos lleva a ‘convivir’ la ciudad en el día a día.

Cuando nos damos cuenta que estos ‘eventos’ banales, del día a día, son a veces más numerosos que los intercambios estrictamente mercantiles comenzamos a ver la vida con mayor complejidad, movimiento y posibilidades. El impacto de estas relaciones de intercambio es central al bienestar social. Sentimos que la hegemonía del capital no es total y que en distintos momentos y lugares el neoliberalismo es una excepción. Casi siempre esto lo reconocemos en la vida de los marginados y excluidos, aquellos que llevan toda la vida sin trabajo oficial, sin salarios fijos ni seguros sociales. La supervivencia se posibilita a través de la solidaridad. El susodicho sentido de comunidad no es otra cosa que la solidaridad cotidiana que se necesitan para sobrevivir. Ayudándose se sobrevive.

Incentivar, impulsar, movilizar estas prácticas de co-ayuda debe ser prioridad en toda política pública con un proyecto ético-político emancipador.