“El poema se levanta desde el silencio y sigue su curso en el alma de quien lo lee”

Crítica literaria
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“Vi un bosque de alas solas

en el aire, vivas, meciéndose

entre las nubes y los sueños.

Vi una sostenida lluvia blanca

de plumas, cayendo y cayendo

sobre un mar muy parecido

a tu nombre repetido”. Andrés González

“Así recuerda la vida, su vida, como un caminar solitario que culmina en una más grande soledad: sin visiones, sin canticos, sin sombras, mas con el más verdadero y único consuelo: el del silencio.” (A. González). Viaja al centro de la poesía, en ritmo de jazz y voz potentemente melódica, como un bit de versos y sonríe observando el horizonte, respirando salitre, da un golpe en la mesa y niega cualquier tipo de frivolidad consumista. Y es que el poeta, nacido en Guayama, Andrés González siente la palabra como a su propia sangre, caliente y en constante tránsito, por eso gusta de leer su poesía en alta voz.

“Vi luego una lluvia de nieve

rodar por el rostro cansado de la tarde,

por los caminos innumerables

de la tarde innumerables

como los días y las noches de los muertos

como las noches y los días del sepulcro,

innumerables como la piel o el polvo.

Escuché a la nieve caer sobre mi tumba,

Y mis huesos recordaron sus días junto a ti.” (A. González)

 

Publicó su primer poemario en 2011 Viaje a los elementos (Ed. Isla Negra),  sin embargo, posee decenas de libretas y cuadernos archivados durante años de ensayos, narrativa y poesía sin publicar. Comenta, el también profesor y matemático, “tengo mucho escrito inédito, y mucho más por escribir, y vivir es para mí escribir”. Su poesía, además tiene voz y música, pues además de haber participado en recitales de poesía desde hace par de décadas, lleva un espectáculo de música y poesía por toda la isla, ese es su verdadero tránsito por la palabra. Además, se confiesa asimismo lector impenitente de Juan Jacobo y de Emily Dickinson.

Nos encontramos en un chinchorro de Guayama famoso por sus empanadillas de doce pulgadas.  Pedimos dos frías, y nos sentamos en una terraza frente al mar, pedimos unas fritangas de chapín, unas frías espumosas y mi hijo sale a jugar con el balón en la arena.

Ana María Fuster: ¿Cuál es el papel de la literatura en el mundo actual?

Andrés González Cruz: “Mira la palabra escrita hoy es parte ineludible de la incesante algarabía de voces grises que es en realidad la civilización moderna. Es indistinguible de la confusión sonora de los automóviles, de las inmensas grúas de las construcciones, de los trenes y buses del transporte público, de los gritos angustiados de las víctimas de la violencia urbana y de la violencia de género, de los balazos, de las sirenas que parten la noche en mil cuadritos de insomnio, de las máquinas que sin cesar registran la marcada plusvalía de los grandes capitales, que se ceban con la sangre derramada de los inocentes. La palabra escrita no puede competir  con los programas televisivos, pues estos se transmiten por una pantalla de rayos catódicos que viajan directamente al hipotálamo del cerebro, y tienen el efecto de paralizar al instante el sistema nervioso, obligando a la inmovilidad del cuerpo; algo así como lo que hacíamos los muchachos cuando íbamos a pescar al río de noche: iluminas los ojos del camarón para que no pueda moverse. Los televidentes se paralizan por horas, hasta que el cuerpo no les aguanta, sin darse cuenta de que están siendo bombardeados por rayos catódicos de muy alto poder.

“Por otro lado, la capacidad de mentir por escrito, con la alevosa intención de alterar a su vez los hechos, ha alcanzado unos niveles de sofisticación casi de ciencia natural, haciendo más fácil aun el naufragio de todo lo escrito en la riada de lodo de la “cultura” de nuestro tiempo. Lo prodigioso es, Ana María, que la palabra escrita persista, que se mantenga viva en medio de todo esto, como si ella fuese un organismo vivo, un animal muy sabio, que usa de toda la tenacidad y la paciencia del mundo para mantenerse viva.  Esto es particularmente cierto de la palabra creadora, de la palabra poética, que se mantiene viva y se deja oír cuando cesan todos los ruidos, y es escuchada por los sonámbulos, por los insomnes, por los locos, por los que están en la frontera de la vida y la muerte, los deambulantes de este mundo y del otro, por los que caminan por la orilla de los mares pescando horizontes”.

 

AMF: ¿Qué te mueve a escribir? ¿Desde qué edad eres escritor?

AGC: “Escribo con el propósito explícito de regresar por un instante al reino milenario de mis quince años. Tuve una infancia y una adolescencia mágicas y  fabulosas, en el sentido literal de que las fábulas guiaban mi conducta diaria: fábulas de antiguos guerreros, de monjes chinos que cruzaban montañas nevadas, fábulas del mar, de aparecidos y de animales prodigiosos y fábulas de largas y antiguas cadenas que se arrastraban y que se dejaban oír al filo de la medianoche. El trasfondo de todo esto era mi orfandad, lejos de entristecerme, me llenó de una euforia injustificada y me liberó para seguir innumerables caminos de aventuras terribles que se abrían frente a mí. Pronto me vi  rodeado de una pandilla de amigos como yo, decididos a la  aventura, y juntos vivimos cosas prodigiosas que fueron madurando hasta alcanzar mis catorce y mis quince años. A esa edad fui total, radical y continuamente feliz. Fui feliz en el sentido de que un acto mío era un acto de la naturaleza, y un acto  de la naturaleza era un acto mío.

“Ese era mi mundo entonces, ahorrándote toneladas de detalles: un mundo donde la felicidad era una manifestación más del mundo natural que me rodeaba: los ríos de mi infancia, las amplias cascadas sonoras, los caminos que te llevaban al  otro mundo, el Monte Tumbao y sus secretos, y sobre todo el Mar Caribe, esa  extensión natural de mi tierra firme, así fue como lo conocí y lo traté en todos esos años.  … Pude presenciar milagros de vida natural en mis amigos y en mí mismo, y fui testigo del milagro más grande del mundo: la metamorfosis. Luego, me puse a escuchar ideas extrañas, sobre otro mundo invisible donde la gente sería eternamente feliz y demás vainas, y descuidé mi mundo en el que había sido tan feliz hasta ese entonces. Cuando me percaté de mi error y traté de volver, ya no me fue posible. Mis amigos se habían dispersado, mi cuerpo ya no era el mismo ni mi mente, y recuerdo que hasta mis árboles dejaron de hablarme. Mi mundo estaba cerrado irremediablemente, totalmente cerrado: yo mismo me había expulsado de mi paraíso, y no podía regresar. Tenía entonces dieciséis años, y desde entonces escribo...”

 

AMF: Háblanos de tu relación vital con la música y la poesía.

AGC: “…Mi relación con la música, la describiría como un hit-and-run que he tratado de ir controlando con el paso de los años, en función de una empresa de conocimiento más general, que es el espacio en el que se inscriben todos mis esfuerzos en el arte. Pues mi sed de conocimientos es infinita, en todas direcciones.  Mi experiencia con la música, pues, no ha sido una de formación continua sino bastante especular -discreta, como decimos los matemáticos- que ha ido marcando el diseño de un pensamiento cuya expresión no son las palabras, sino la música. Instancias de esta experiencia especular serían la exposición a la música de los sesentas y setentas por cuenta de los amigos hippies de mis hermanas mayores, la música de Silvio Rodríguez, mis estudios sistemáticos del jazz como fenómeno humano significativo, como diálogo vivo con unas circunstancias especiales de pruebas personales y su contrapunto heroico; la música de Miles Davies, el piano surrealista de Bud Powell. Aunque no domino ningún instrumento, me gusta hacer ejercicios de contrapunto en el teclado y hacer que hago algunas fugas y progresiones. Los azares de mi vida me han deparado algunas experiencias prodigiosas, como fue conocer –yo era jovencísimo– y compartir la amistad de Peter Orlov, uno de los hijos perdidos de Yehuda Menuhim, y quien era un pianista genial. Nos encontramos en un pueblito del sur de Texas, y recuerdo que entonces Peter estaba desempleado, y era una ruina de nervios y casi no podía coordinar dos palabras seguidas… Peter era –cuando lo conocí- un personaje fugado de una de las películas de Woody Allen. En una ocasión llamó a su padre desde un público –fui testigo de esto, y lo recuerdo como una de las experiencias más dolorosas que yo haya vivido– no quería pedirle nada, solo quería una palabra de aliento, de consejo paterno. Lo que recibió, en cambio, fue una andanada de insultos y de palabras mortalmente envenenadas,  que no podría repetir aquí. Peter estaba desecho en lágrimas, lloraba a lágrima viva como el huérfano irredento que era. Pero juntos descubrimos, en aquel pueblito, un almacén donde había un viejo piano también huérfano de dedos que lo hicieran hablar, y algunas tardes nos dejábamos caer por allí, y, después que Peter  afinara a su antojo aquel viejo piano, nos sentábamos al con-cierto: él pianista prodigioso y yo su único público. Cuando Peter Orlov se sentaba a tocar aquel viejo piano, era una persona totalmente distinta de la que yo conocía: se transformaba por los poderes genésicos del arte, no se le notaba ni una sola chispa de timidez o nerviosismo; sufría una transformación realmente espectacular, y se convertía en un colosal concertista, con un público de una sola persona: yo.

“Recientemente he tenido la suerte y el privilegio de asociarme al Maestro Edwin Gutiérrez y su Jazz Project en la producción del show: Viaje al Centro de la Poesía, tomando el pretexto de una  retrospectiva de mi obra, constituye en realidad un viaje al centro de la experiencia poética universal- Viaje que ha sido recibido con al agradecimiento y los aplausos unánimes de público  y de crítica. Tengo que mencionar a mi compa, el Maestro José Mateo, como uno de los dones magistrales con que me ha deparado la vida en los últimos años: un verdadero Maestro, y el artista más innovador y vanguardista que pise hoy por hoy un escenario en Puerto Rico...”

 

“Vi un bosque de alas negras

Intactas vivas inmóviles,

sin tiempo ya para la huida.

Entonces supe que el sol

Ya no saldría para mí,

Y que este duro invierno en mis huesos

era todo lo que tenía, toda mi riqueza:

todo mi sol y mi lluvia y mis lágrimas.” AGC

 

AMF: ¿Crees que en Puerto Rico existe una censura institucional a la libertad de palabra y a la literatura?

AGC: “Pienso que sí, la hay, siempre habrá censura institucional para los escritores en tanto seres creadores, porque los gobiernos son conservadores por definición y tienden a mantener su status quo a como dé lugar, particularmente ahogando a las voces disidentes. Y el escritor creador es un ser de rupturas a veces escandalosas, y debe contar siempre con el factor censura, aun viviendo en una democracia política. Podría citarte varios casos específicos que no harían sino ilustrar lo que acabo de decirte. Mis relaciones con lo institucional siempre ha sido problemáticas, y esto no ha variado por ser escritor. Existe esa forma sutil de censura que es el intento burdo de absorberte por medio de premios y reconocimientos sin jamás leerte ni entenderte, y hasta diría: para no leerte. Esa la he sufrido y la he reconocido como un intento burdo de censurar mi obra. No me importan para nada los premios, el único premio que quiero es que lean mi obra.”

 

AMF: ¿Qué importancia le da la prensa a la crítica literaria y a los temas verdaderamente culturales?

AGC: “Habría que distinguir entre prensa y prensa. Por ejemplo, encuentro que el suplemento cultural En Rojo, del semanario Claridad, es ejemplar en la difusión de eventos culturales relevantes, con algunos artículos críticos de fondo. Siempre desde su óptica de izquierda y de avanzada. Claro que es un órgano de la izquierda política y no es la mayoría de la población la que lo lee. Me parece que tu pregunta va dirigida a los diarios de mayor circulación, y quizá a los suplementos dominicales. Mira, Ana, yo pienso que decir algo importante y profundo y enriquecedor sobre una obra de arte literaria en el breve espacio de dos o tres o media cuartilla, es un reto que no todo el mundo puede enfrentar con éxito. Pienso en algunos casos ejemplares de críticos de suplementos dominicales cuyas reseñas son modelos de profundidad y concisión, y que deben leerse como parte del canon, a su vez, que comentan. Sir Víctor Prittchard, James Mitchell, Manolo Vicent, tantos otros. Gente para la que una obra, más que un hecho noticioso, es un acontecimiento vital y existencial de primer orden, que los mueve a escribir con pleno conocimiento de la tradición y de los vectores culturales que mueven su particular cultura. Sus reseñas, más que artículos de relleno, son verdaderas iluminaciones sobre el alma y el cuerpo de un idioma. Para ser un buen crítico, tienes que ser un buen lector primero, y es este personaje, el verdadero lector de fondo, el que está ausente de todas nuestras instancias culturales de circulación masiva.”

 

AMF: ¿Y mañana? ¿Dónde te ves de aquí a veinte años?

AGC: “Pues no está en mi naturaleza hacer planes de nada ni analizar el futuro. Las letras me tocaron desde muy, muy chico. Ni te cuento las que tenía que hacer para comprarme libros cuando era niño. Siempre preferí pasar hambre a verme privado de algún libro que me gustara. De modo que me gusta imaginar mi vida como una progresión convergente hacia un lugar del universo donde la creación sea el todo por el todo de mi vida. Cada minuto y todos los minutos dedicados a crear, cosa que por ahora desgraciadamente no puedo hacer. Tengo mucho escrito inédito, y mucho más por escribir, y vivir es para mí escribir físicamente los libros que llevo ya escritos en el alma.”

 

Es hora de terminar nuestra tertulia.  Acordamos seguirla otro día en cualquier otro chinchorro isleño y conversar sobre música, poesía, las editoriales e improvisar un recital poético. Esperamos nuevos poemarios de Andrés Gonzalez así como sus performance en ritmo de jazz. Llamo a mi hijo, que jugaba con un cobito, y nos despedimos para regresar al norte sanjuanero, mientras el poeta silente observa el Mar Caribe y con su profunda voz concluye su poema:

 

“Solo entonces pude pronunciar tu nombre

guardado bajo mil candados oxidados

guardado bajo irrompibles cadenas blancas

como días blancos que se abaten sin piedad

sobre mis huesos sobre mis enterrados

sueños, sobre esta soledad ya sin termino.”

Andrés González, El Cementerio.