No recordarme
en lo que soy, o lo que fui;
no saber qué luna herida
deja su boca en mi frente;
no conocer por sueño,
la tristeza más hablada
o la casa de mi madre, vacía,
con el mismo espejo de su niñez
domando el trueno de mi muerte;
llamar mi número
si acaso sal, paloma amarga
con los nombres despedidos
que me siguen amando.