En procesión fueron muchos barrios costeros para venerar a la Virgen del Carmen, patrona popular del catolicismo de los de abajo. A la Virgen de la Providencia la propone la jerarquía, pero las Vírgenes del Carmen, del Pozo y de las apariciones en los barrios se mezcla con las tensiones, aspiraciones y frustraciones de vidas sumergidas en un océano de violencia estructural.
Las procesiones concretan comunidades, y rehabitan la ciudad, los barrios, las playas. Se camina con pasos de súplica a ver si ‘marchando’ se logra la solidaridad de los que creen. Así la tradición se reproduce con las dolencias contemporáneas y se entremezclan para recrear el espacio sagrado-profano de la vida compartida. Como ya no son mayoría sino una estampa de lo que fue, pero sigue siendo a su manera, las procesiones de vírgenes y santos no representan la autoridad del poder eclesial sino la persistencia de la fe naufraga y superviviente de los devotos. Otra insistencia de habitar y reconstituir el espacio público y su universo de símbolos y significados por parte de los de abajo.