Cultivar una espiritualidad sana

Espiritualidades
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Cultivar una espiritualidad sana

En estos días llegó al Centro donde vivo y trabajo, una persona profundamente afectada por ciertas decisiones que había tomado en su vida y cuyas consecuencias le costaba asumir. Entre lágrimas gritaba y cuestionaba porqué se comportaba de la manera como lo hacía; porque no podía ser consecuente con lo que deseaba; porqué si, habiéndose mantenido en los “caminos de Dios” no lograba ser feliz… Al igual que esta persona, tantas otras acuden a la terapia, al diálogo fraterno o al acompañamiento espiritual cuando sienten que en sus vidas hay algo que les inquieta o les molesta. Buscan respuestas a sus interrogantes.

Necesitan soluciones a sus problemas. Algunas viven convencidas de que el terapeuta, el sacerdote, el pastor o la religiosa pueden ofrecerles lo que anhelan. Desde mi experiencia me atrevo a afirmar que no es así. Cada persona tiene dentro de sí la capacidad para encontrar la respuesta a sus interrogantes, la solución a sus problemas y necesidades. Pero también puedo afirmar que este camino de búsqueda puede ser acompañado, puede ser guiado no sólo desde las ciencias humanas, sino también desde la espiritualidad. Desde ella, podemos enfocar de manera diferente lo que estamos buscando; desde ella podemos experimentar que Dios ̶ en mi caso el Dios cristiano, en el tuyo, darás nombre propio a esa divinidad en la que crees ̶ , está presente, caminando y actuando a favor nuestro, respetando nuestra libertad, sin quitarnos jamás nuestra responsabilidad.

Cultivar una espiritualidad sana, siempre será un ejercicio que producirá paz, esperanza, confianza y compromiso. Es aquí donde quiero ofrecerles algunos de los principios que nos presenta Thomas Hart en su libro El manantial escondido:

Primero: Dios quiere que vivamos y su Hijo Jesús lo confirma al decir: “He venido p-ara que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10).

Segundo: La razón de nuestra vida es amar… El amor es el fundamento de nuestra existencia y sólo desde él nos hacemos semejantes a Dios: Amén al prójimo como yo les he amado (cf. Jn 13, 34). Esto es un aprendizaje de toda la vida.

Tercero: Dios está presente y actúa con nosotros, inclusive en aquello que más nos cuesta trabajar. Cuando decidimos actuar en bien nuestro y en bien de los demás, Dios está ahí acompañando, animando, consolando porque él se interesa por sus hijos e hijas. Les comparto mi experiencia personal: cuando sentí la brutal fuerza del error y del mal en mi vida, descubrí también que ahí, en mi pecado, Dios estaba conmigo, no como juez, sino como Padre.

Unido al tercer principio, este otro: Dios no nos envía dolor y sufrimiento, sino que actúa en ellos por nuestro bien. Una espiritualidad malsana afirma que Dios nos da dolor, sufrimiento y muerte como castigo. Nada más lejos del verdadero Dios que es misericordia.

Y, por último, el paradigma de la muerte/resurrección es la clave para poder comprender nuestra existencia. Para el cristianismo la experiencia pascual de Jesucristo es el centro de la vida. Muerte y Vida no son dos, sino una única experiencia que nos permite, como Jesús, vivir con la confianza de que la esperanza nos guiará luminosa.