“Escribir con miedo es escribir con mediocridad.”

Crítica literaria
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Entrevista con la escritora Yolanda Arroyo Pizarro

De voz profunda, sonrisa hermosamente contagiosa e intachable entereza, la escritora puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro sentencia como un dardo certero en la palabra sobre el amor, la cotidianidad, la sexualidad, la negritud y el oficio de escritora. Y es que Yolanda es una mujer decidida, de una creatividad infinita que toma muy en serio la escritura y así como la lucha por las causas justas  que, al fin de cuentas, son las necesarias.

Sus novelas, libros de cuentos, ensayos y hasta su incursión en la poesía han sido aplaudidas y leídas con devoción ya de culto. ¿Y por qué? Solo tienen que leer alguna de sus novelas como Los documentados o Caparazones, para entender que Arroyo Pizarro es una de nuestras narradoras fundamentales de la literatura latinoamericana actual. También ha publicado los libros de cuentos: Origami de letras, Ojos de Luna, Historias para morderte mejor, Avalancha, entre otros. También ha publicado poesía y ensayo.

Conozco a Yolanda hace varios años como escritora y como amiga, y reconozco que una presentación enciclopédica no sería justa, pues es una mujer intensa, inteligente, con un sentido del humor mordaz, también cariñosa. Así decidí pedirle a ella misma que se presentara antes de comenzar la entrevista. Con su voz suave y convincente se autorretrata:

“Soy octubreriana, octubrerina, octubrina, octuberista. Celebro mi cumpleaños todos los meses, en día 29. Menstruo cabalgada en el asteroide b612 próximo a chocar con el planeta, cansada de injusticias, de exclusiones, harta de las diferencias—todas ellas inventadas. Por eso escribo. Susurro la palabra desosirio en la boca de El Principito. Un susurro-denuncia, como un grito que intenta convencer a otros de que mi enamoramiento por las letras viene por la vena de un diseño cuántico ancestral (muy mío), en donde los paralelos, los agujeros negros y las supernovas me dan el perfecto derecho de besar la boca de hombres y mujeres, parir criaturas con vulva desde mi vulva, y tararear a Calle 13: sentir encima de mis muslos, el clima de tus nalgas frías.” (Y. Arroyo Pizarro)

Ana María Fuster: Me parece que la llamada igualdad entre hombre-mujer dista mucho de haberse alcanzado. Siendo una de nuestras escritoras latinoamericanas más prolíficas, ¿cómo sitúas la posición de la mujer en el mundo literario actual?

Yolanda Arroyo Pizarro: “La posición de la mujer en el mundo literario actual está estrictamente relacionada con la posición de la mujer en el mundo actual. Basta con comparar los adelantos o atrasos que se han realizado en torno a nuestros derechos y privilegios a nivel antropológico, social y cívico para tener un panorama que dialogue más o menos con nuestros propios logros en aspecto literario. Participamos de colectividades en las que se nos permite escribir, tomar partido del entorno cultural y hasta aportar pensamiento crítico como si fuéramos un exceso exótico, mientras se cantan de ser las sociedades más avanzadas y equitativas.  A la vez, y todavía en este tiempo, tenemos escritoras y artistas que constantemente retan el establishment con sus posturas y son tildadas de disidentes, revoltosas o incluso pagan con su vida ese desafío constante a la hegemonía.  Basta con hacer un google search sobre escritoras censuradas, excomulgadas o expatriadas y se corrobora de inmediato esto que explico. Lo peor es que se da en lugares en donde se les aplaude y vitorea a los hombres que hacen exactamente lo mismo con su escritura o arte. Los adelantos de las luchas de género son una ilusión óptica que se alimentan del mass media y las redes sociales.  Ha habido poco, poquísimo progreso y la estrategia de hacernos creer que ese progreso es abundante tiene el propósito de anestesiarnos. La escritora Rosario Ferré dijo en una ocasión: “Las escritoras de hoy saben que si desean llegar a ser buenas escritoras, tendrán que ser mujeres antes que nada, porque en el arte la autenticidad lo es todo”. Esto lo dijo refiriéndose al discurso de la voz desde lo femenino, y no como un intento de escritura de mujeres que emule la del varón o que neutralice el género. Me encantaría que más escritoras de mi tierra hicieran caso a esas palabras. Creo que la búsqueda de equidad, con relación a la posición de la mujer en el mundo literario actual sería más viable.”

AMF: Y es que nos están dividiendo en grupos constantemente, nos señalan por ser mujeres, por cómo amamos, por cómo es nuestra piel.  ¿Qué nos comentas sobre el tema de la negritud, presente en tu obra y en tus recientes ponencias públicas?

YAP: “Te cuento que poco me ha sorprendido darme cuenta que desde que nací soy negra. Por otro lado, lo que sí me ha sorprendido mucho es el grado tan alto de elucubración morbosa que el asunto aún convoca.  Es decir, tendrías que ver la cantidad de gente que a diario me dice: “wow, tan bien que escribes y eres negra”, o “tan inteligente y negra”, o “me encanta que seas escritora, lesbiana y negra” como si la combinación jamás hubiese tenido lugar nunca antes en la historia. Todos esos comentarios y el nivel de exotismo que se le adjudica al hecho del color de piel dan al asunto cierto grado de morbo. Si yo no tuviera tanta autoestima, me sentiría un collector ítem. Qué te digo, da pena saber que una ha llegado a los 41 años y que aún el mundo enarbola ese discurso tan prejuiciado. La negritud es negritud, hoy por hoy, precisamente porque Puerto Rico se resiste a ella, y ni hablar del resto del mundo.  No existiría defensa de la negritud si no hubiera que defenderla. Es sencillamente vergonzoso.  Pero más vergonzoso es escuchar a intelectuales y gente con capacidad de un pensamiento crítico más profundo decir que no hace falta esa defensa, o que activar esa defensa es demostrar que nosotros, “los negros que denunciamos” somos acomplejados. O lo que es peor, atestiguar cuando otro escritor nuestro te dice que el tema aburre, que está superado, que tocarlo es un atraso.”

AMF: El primer libro tuyo que leí fue Los documentados.  Luego descubrí tu trabajo anterior Origami de Letras, en adelante –y para fortuna de nosotros tus lectores- te has convertido en una imparable escritora conservando siempre la calidad, más bien en evolución constante. ¿Tienes rituales o rutinas al escribir?

YAP: “Mencionas que el primer libro que leíste mío fue Los documentados y que de ahí en adelante he sido imparable.  Gracias por describirme de ese modo.  Me gusta esa palabra: imparable.  Creo que voy a escribir un libro algún día que se llame así.  Ya fuera de toda broma, me gusta sentirme imparable, pero debo aclarar que no ha sido así desde Los documentados. Ha sido así desde antes. Una vez empecé a escribir en escuela elemental, he seguida una rutina apasionada y rigurosa que ha consistido en reflexionar sobre mi día, escribiendo durante la noche y madrugada. Entonces, escribo todos los días desde siempre.”

AMF: ¿Cuál dirías que es el libro que más te ha costado escribir?

YAP: “El libro que más me ha costado escribir ha sido Las negras porque es un texto multidimensional, y me explico: Las negras se ha gestado desde cada atropello recibido por el prejuicio racial, por el racismo. Se ha gestado desde la denuncia, desde la protesta, pero también desde el dolor. Es un libro que nació en tercer grado, cuando descubrí que yo no era una negra fea y de pelo malo como me decían los compañeritos de colegio. Una tarde la monja que nos daba la clase de Estudios Sociales explicó lo que había sucedido con la institución de la esclavitud y cómo a pesar de eso hoy teníamos negras y negros ilustres, con grandes aportaciones en todo ámbito a pesar de todo el maltrato, injusticia y sufrimiento y eso bastó para de ahí en adelante sentirme valiosa. Aquello dio el pie forzado para todo lo que vino después.  En décimo grado escribí una monografía sobre el tema que me valió gran reconocimiento, luego dirigí discursos y escritos dirigidos al tema en cuestión. Ser negra se encuentra estampado en la dimensión de mi niñez, de mi vida onírica puesto que en sueños y pesadillas cargo con ello, en mi vida romántica, en mi entrega multirracial, multiétnica. Las negras me ha colocado incluso en contra de los míos, aquellos que de todos modos ven en el libro una crítica hacia los negros que vendieron negros, hacia los negros que masacraron negros por razones banales, imperialismo y religión.”

AMF: ¿Y que me cuentas de tus motivaciones al escribir?

YAP: “El problema es que mis motivaciones para escribir casi siempre tienen que ver con el encabronamiento, y perdona que no use otra palabra, pero es que es un sentimiento que va más allá de la rabia y el coraje. El libro Las negras va por esa línea y un poco más allá, ya que quise sanar de los dolores de haber visto sufrir en carne propia a mis ancestros. Y digo visto sufrir, porque poseo cierta percepción quizás mística que me ha traído escenas de sus desolaciones en trance.”

AMF: Ese coraje y rabia que te obligan a escribir, también se complementan con el amor. ¿Qué haríamos sin ese sentimiento?  Eres una mujer que proyecta mucho amor. ¿Cuál es el papel de este y de las experiencias de vida en el momento de escribir?

YAP: “El amor lo es todo. De hecho, el amor es lo que te hace escritora.  Si no amas lo que haces, si no le insuflas pasión absoluta al talento que te permite crear arte, no se logra nada.  Yo sería una más entre tanta gente, de no ser porque considero escribir únicamente cuando me enamoro de una idea, cuando le dedico indivisible tiempo al asunto.  Pero no soy una más.  Soy la escritora.  Y lo soy porque le hago el amor a la hoja en blanco como se lo hago a la mujer que comparte mi vida. Copulo con las palabras como si siempre tuviera asma, como si se me estuviese acabando el aire y quedara poco tiempo para demostrarle a la historia que ella, la historia, el poema, el libro, son únicos. La literatura es celosa y hay que estar dispuestos a hacerle espacio en nuestras vidas. Debo dejarle saber que tengo lealtades con ella. Que soy su amante y que no soy infiel con nada más.”

AMF: El amor nos lleva al sexo. Todavía existen demasiados miedos, represiones y tabúes con el tema de la sexualidad.  ¿Cómo trabajas la sexualidad en la obra?

YAP: “Para escribir sobre sexualidad o cualquier tabú, hay que tener babilla. Todavía quedan escritores o aspirantes que temen hablar de algunos temas y eso es desgraciado. Hace unos días un colega me dijo que temía escribir de erótica por si en el futuro aspiraba a un cargo político. Otro me abordó sobre las portadas de mis libros ya que las considera demasiado atrevidas. Una profesora de la UPR tuvo que defender uno de mis libros, Avalancha, porque otro escribano lo tildaba de agresivo y violento. He tenido estudiantes en mis talleres de poesía y narrativa que se niegan a describir tal o cual escena. Cuando es confrontado con la realidad de que eso ya se ha dicho antes, o se le explica que cosas aún más transgresoras se han publicado ya, algunos no desean recapacitar, ni aceptarlo sino que se reprimen. Tenemos una tradición de literatura valiente en nuestra isla, así que constantemente hago un llamado a que las nuevas generaciones lo recuerden y la emulen para evitar caer en la trampa represora de los fundamentalistas y reprimidos. Sobre este tema, Rosario Ferré mencionó de las escritoras y escritores en una ocasión: “Tendrán que aprender a conocer los secretos más íntimos de su cuerpo y a hablar sin eufemismos de él. Tendrán que aprender a explorar su ira y su frustración así como sus satisfacciones ante el hecho de enseñarles a sus lectores a comprenderse mejor”. Estoy convencida de que en la literatura no hay espacio para el miedo. Escribir con miedo es escribir con mediocridad.”

AMF: Estamos de acuerdo en que vivimos o sobrevivimos en una sociedad que teme expresar y vivir su sexualidad con autenticidad. ¿Y que comentas como escritora de los movimientos LGBT?

YAP: “Pues precisamente porque vivimos en una sociedad que teme expresar y vivir su sexualidad con autenticidad, es que es de vital importancia el papel que han jugado los movimientos LGBTTIQA de las últimas décadas. Específicamente la visibilidad demostrada por el Colectivo Literario Homoerótica desde 2009 ha hecho concienciar con seriedad sobre el tema. Ángel Antonio Ruiz, Marlyn Cruz Centeno, Alexis Pedraza, Mercedes Garriga, Moisés Agosto, Amarilis Pagán y todos los que han aportado en dirigirlo, darle forma, diseñar sus actividades, crear dentro del mismo nuevas propuestas, revistas, lecturas, bohemias, publicaciones y presentaciones han permitido que el país tenga un espacio de literatura queer con mayor amplitud, más longitudinal, de modo más organizado que en anteriores momentos históricos culturales.  Hay un antes y un después de Homoerótica y quien no lo acepte así habla desde la más pura y absoluta mezquindad.”

Seguiremos recibiendo noticias sobre la valiente y creativa Yolanda Arroyo, sus escritos, su voz, el camino sólido que construye al andar. Nos despedimos hasta otro encuentro de bohemia literaria, de lucha o de una buena tertulia entre amigas. Mientras los dejamos con una muestra de su cuento Avalancha:

“Cree en los disparos. En los que se da la gente de los caseríos y en los que se zafan.  Eso de los tiros al aire.  Ni una bala más. Cree en la guerra por los puntos de drogas y en la violencia doméstica que le llaman. Noelia me cuenta de sus achaques y sus ataques.  Se pone mal.  Se arranca el cabello en las madrugadas con y sin neblina, las cejas, los vellos del brazo que son muchos, porque no es lampiña.  Tiene calvas en la cabeza y en la frente.  Las pestañas las trata, pero extirparlas le duele demasiado porque se le entremeten en los ojos y entonces no puede ver bien, y es así como desiste de la idea de sacárselas.  Se concentra en las cejas, pues.  Lo hace con la punta del dedo pulgar y el índice. Con pericia.  Con paciencia. Cree en los tiros que vio, en los que escuchó.  Camina como Meg Ryan en la película “Prelude to a kiss”, no como la Meg de la película “You got mail” con Tom Hanks, pero ese día de los disparos no camina, corre.  Corre y se esconde.  Cree en el revólver que tenía su papá en la mano la mañana en que disparó contra la mamá de ella, y contra su hermana de quince y el hermanito de dos.  Ella fue la única sobreviviente.  Mantuvo dentro del cuerpo, por horas, dos de esas balas.  Así como uno mantiene una célula que se divide y luego se convierte en un cigoto, un feto, un embrión, un bebé. Una bala dentro, cerca del pómulo, otra en el omoplato. Son cosquillosas.  Dan escozor. Duelen cuando te las extraen, las quieres volver a tener dentro de la piel, dentro del músculo, dentro del hueso.” (Y.  Arroyo Pizarro).