Al fin del camino de Guillermo Arróniz

Crítica literaria
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En Al fin del camino, novela de 269 páginas, se encierra todo un universo narrativo gay.

Esta histioria no es ni Terenci Moix ni Luis Antonio de Villena, y no está basada en una película de Pedro Almodóvar, sin embargo continúa el discurso de todos estos narradores gais de España. A la vez, por medio del kitsch y el camp, establece puentes con el mexicano Luis Zapata y el argentino Manuel Puig, por nombrar a otros artistas de la palabra, la imagen y el gesto que han sabido contar relatos de nuestra comunidad lesbigaytrans. Una comunidad que en este 2019 todavía cree que “el norte ya está alcanzado” y espera que les “sirvan el cubata sentados en la tumbona con calefacción en el centro mismo del polo” (254), como le dice Pepa la Pipera a Pancho, el protagonista. Guillemo Arróniz ha sabido, en una narración aparentemente ligera, meter el dedo en la llaga de la morosidad de los gais en pleno siglo XXI cuando nos creemos que ya todos los problemas están resueltos en el clima retrógrado de los discursos políticos de ultra derecha que permea casi la mayoría de los países de América, África, Asia y Europa.

Sigue de cerca series como Queer As Folks, la típica historia de un grupo de amigos gais, en este caso en una ciudad de provincias, que se reúnen los fines de semana para salir de marcha; Arróniz construye un periplo narrativo en el que cada personaje encarna una identidad particular de la comunidad LGBTQ. Está Pancho, el peluquero, que no tiene un norte en su vida todavía, y Kevin, el chico gótico joven enamorado del madurito Luis Antonio y estudiante de Derecho. Está Luciano (Luci), el folklórico, que cose mantos para santos, es fan de la trilogía de la copla (Rocío Jurado, Isabel Pantoja y Falete) y está enamorado de Ernesto, un bailaor de flamenco en Madrid que vive todavía en el armario. El detonante de la historia es la señá Sole, la madre de Pancho, quien desaparece al inicio de la novela para ir a visitar a Pepa la Pipera, provocando la angustia del protagonista, quien no quiere que nada trastoque el mundo en que vive, mientras su madre quiere darle una buena sacudida para que despierte y aprecie la vida que le ha tocado vivir. Mención obligada es la escena de la fiesta sorpresa que le organiza Kevin a Luis Antonio en la peluquería de Pancho y donde se dan cita muchos personajes clave para la historia. El narrador hace también aquí un comentario de la resolución de una pansexualidad humana que explica muchas de las intenciones de Arróniz a la hora de escribir esta novela. No digo más para no revelar ningún secreto y para que lean Al fin del camino. Así les pico la curiosidad…

En los capítulos finales se resuelve toda esta historia y la sorpresa que le espera a Pancho es mayúscula, haciendo que su mundo se acomode y recibiendo una buena lección histórica de lo que fue ser gay en España durante la dictadura franquista para que pueda apreciar las libertades conseguidas en este siglo XXI. Esta lección me recuerda aquel libro llamado Celtiberia gay (1976), de Jesús Alcalde y Ricardo J. Barceló, que explica muy bien lo que es ser un gay celtíbero. En Al fin del camino todo está muy bien sostenido por el manejo del lenguaje que hace Guillermo Arróniz, en un discurso narrativo férreo y bien montado que rememora las comedias de costumbres del siglo XIX, a esos buenos narradores como Benito Pérez Galdós, Gustave Flaubert o Leopoldo Alas, Clarín. Salvando todas las distancias en 2019 y haciendo alusión a todo un mundo pop desde la Saritísima Montiel y la Alaska, la Karina del Eurovisión 1971 (un verso de la canción “En un mundo nuevo” da título a la obra, “Al fin del camino”) y otras muchas referencias a la prensa del corazón, los platós de programas de televisión y el cine, como las películas de terror a las que se hace adicta señá Sole, la madre de Pancho. En este sentido la novela sería una buena comedia de costumbres de inicios del siglo XXI acabando su segunda década.

Al fin del camino: En busca de Pepa la Pipera leída al otro lado del Atlántico puede perder muchas de las constantes que un lector español gay contemporáneo ha de reconocer y que de seguro a mí, lector caribeño establecido en el Midwest americano, se me escapan, pero que me han hecho reír con fruición hasta rabiar y me han dado escozor en los ojos cuando se me saltaban las lágrimas del mal de risa que provocan muchos de los pasajes. Sin embargo, es a la vez una gran lección de todo lo que nos queda por hacer en esta postmodernidad en la que aparentemente los gais tenemos todo supuestamente resuelto y vivimos en la comodidad artificial del mundo virtual del Whatsapp, el Facebook o el Grinder. La novela es una llamada de atención para que podamos apreciar, más allá de la frivolidad propia de la comunidad lesbigaytrans, los valores humanos realmente pertinentes a la hora de hacer un balance histórico de todo lo que nos ha tocado vivir a los gais en este mundo, desde los años de la liberación de la década de los 60 hasta el presente.

El poeta castellano de la imagen, Guillermo Arróniz, con esta nueva entrega narrativa dialoga con su propia literatura mediante un proceso metaliterario. Si en el poemario De verso en Greco (2015) trabajó con la écfrasis o la descripción en verso de imágenes pictóricas cuyo referente es necesario que el lector observe para completar el poema, en Al fin del camino la postmodernidad que completa el relato depende de todo un entramado de referencias muy bien puestas e imágenes (verificables en YouTube, en Google o en Wikipedia) y de pistas precisas para que el lector ahora arme y participe, y sea un lector activo, como pedía la nueva narrativa de un Julio Cortázar en su Rayuela. Desde ya, quien lea la novela pedirá una coda, una extensión o una segunda parte donde la historia completa de Pepa la Pipera, desde sus inicios se elabore más allá del paso apenas que hace por estas páginas. Ella pide esa segunda parte y además la tiene muy bien merecida por lo mucho que ha tenido que esperar en esta historia incompleta.

Daniel Torres

Ohio University

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