La cosmovisión de lo cotidiano en el discurso de Natacha Féliz Franco

Voces Emergentes

altPor lo regular se nos has enseñado que la ciencia y la religión son elementos dispares, ajenos, incompatibles el uno del otro. Sin embargo, en 9 Caminos al Cielo nos encontramos con una fórmula inhalada y sutil de la cohesión de lo humano predicando sus cualidades, derrotas y virtudes para llevarnos a un punto balanceado de coexistencia entre ambos elementos sociales antes descritos como incongruentes.

Porque ¿qué pasaría si todas las religiones llevaran al mismo lugar? ¿si todas las creencias fueran la combinación perfecta para calmar nuestros miedos existenciales y contestar nuestras preguntas incontestables?

Es que a veces lo eclíptico de nuestras existencias nos obliga a buscar soluciones escondidas dentro de nuestras memorias colectivas, esas memorias escondidas en las repeticiones humanas de la conducta. Escritores como William Butler Yates, Fiódor Dostoievski, Friedrich Nietzsche han en el pasado experimentado con la posibilidad de la espiritualidad como modo de explicación al humanismo colectivo, a las desgracias y virtudes de una especie extrema en ambas direcciones, una especie diseminada por las circunstancias: ni buena, ni mala, ni noble, ni villana, humana y solo eso, reaccionando a conjeturas y entresijos impuestos por el azar.

Y es precisamente en 9 Caminos al Cielo donde Natacha Féliz Franco nos pone cara a cara con esa sublime posibilidad circunstancial: desde una sirvienta ingenua frente a una olla de yuca; un par de músicos llamados a tocar la fiesta de Dios en el cielo, a un prabhu reencarnado en Baní como devoto de la Virgen de Regla y un novicio resistiendo la tentación de una mujer, pero aterrado por la idea de ser devorado por un cocodrilo feroz durante una prueba. En todos y cada uno de estos elementos, Féliz Franco nos incita de forma sublime y con peripecia al autoanálisis, a discernir en lo sátiro y cínico de la fe ciega sin cuestionamiento o conocimiento, a hundirnos en lo bello de la ingenuidad como elemento de existencia, a entender lo deshonesto escondido en la demagogia del discurso colectivo lejos de la práctica y gobernado por la cultura.

En las palabras de la escritora puertorriqueña Rubis Camacho, «Féliz Franco nos muestra que el cielo puede ser un espacio, un instante, un regazo, una mirada, un absurdo. Por eso, resulta deleitosa la combinación de equívocos y nudos que conforman los conflictos de los microrrelatos». Esta observación no podría ser más acertada. La cosmovisión de Féliz Franco es una colección de creencias, una antología de sentimientos, un repertorio de percepciones donde no importa cuál sea el dogma, fe o convicción del personaje, el resultado siempre es el mismo, lo humano y su desgracia de especie, lo humano y su inevitable vía crucis a ser y a existir en dos entidades en contradicción, pero forzadas a coexistir en acuerdo, estas son: el ser corporal e interno del individualismo y el pensamiento y el ser gobernado por lo colectivo, por lo social, por lo enseñado y aprendido. Si la universalidad de las cosas nos dice que, el todo es la ausencia del fragmento y que solo se percibe día porque tenemos la noche, entonces, así como un día Mary Shelly, Virginia Wolf y Rosalía de Castro nos mostraron a voces lo obvio de la genialidad de lo antes prejuiciado por el canon colectivo, también Féliz Franco ahora nos invita a explorar en sus microrrelatos una nueva vertiente narrativa de un discurso prejuiciado, pero humanamente, nuestro; de una mágico-religiosidad, pero socialmente colectiva e ineludible.