Breves en la cartografía cultural

Justicia Social

Los tres monitos y las nueve palabras

Pasaron meses, antes de que me decidiera a salir nuevamente con mis amigos: los tres monitos. De antemano quedamos en que iríamos al sagrado espacio de El Yunque, y que durante el trayecto sólo escucharíamos música, música como para idiortizarnos los sentidos y no pensar en el asesinato de turno, la corrupción cotidiana, o la puerilidad de ocasión discutida en los medios acerca de los colmillús en los puestos electivos. Por lo anterior, el monito que se tapaba la boca le recordó al que se tapaba los ojos que pusiera, en el equipo musical del auto, el cd que había traido el monito que se tapaba los oídos. Al principio creí que se trataba de un compacto de la agrupación de pop de los sesentas, The Monkees. Ya me imaginaba que escucharía de camino canciones como Last Train To Clarksville o I’m A Believer. Pero no, el grupo de rock seleccionado era uno que se nombraba como The Artic Monkees, y bueno, qué puedo decir del resto del camino. Los monitos, como si estuvieran electrificados, se movían de ventana a ventana en el nissan noventoso que por obra y gracia divina todavía camina. Todo iba bien hasta que entraron a entonar la canción Si estuviste ahí, ten cuidado.

Sucedió que el monito que se tapaba los ojos traducía la canción mientras los demás entonaban el estribillo. Así que cuando hizo lo propio con la línea de turno, la que reza: Mientras tratan de robar las palabras de su boca y destruir a los inocentes…Entonces el monito que se tapaba las orejas, y no sé cómo rayos escuchó, salió con que -por eso de destruir a los inocentes- es que votaría no a lo de limitar la fianza. Se refería al voto que daría en el referéndum del 19 de agosto en Puerto Rico. Y ahí se formó el ple-plé. El que cubría los ojos argumentó que eso solamente se aplicaría a los pobres, por la doble vara de la justicia. También mencionó que se podría sancionar injustamente a alguien por otros motivos. Pero fue el monito que se tapaba la boca el que, contrario a su costumbre, dejó salir nueve palabras para gritar: “¡Es que uno no renuncia a los derechos adquiridos!”

 

Después de aquella exclamación permanecimos en silencio. Por supuesto no sé qué pensaban los demás. En mi mente, aun cuando me concentraba en la ruta elegida, resonaban sin embargo las alternativas educativas, sociológicas, de salubridad social y preventiva, que han esgrimido diversos profesionales en estos meses. Recursos que podrían de una u otra forma ayudar. Sería tarea saludable para todos(as) volver a repasar esas otras alternativas antes de seguir incapacitándonos como ciudadanos en una sociedad que cacarea como retórica barata ser una democracia en el Caribe.