Mi pandilla en el cautiverio: Sole, Tita, Manchi y Choca

Caribe Hoy

altTengo una pandilla de féminas peludas y divertidas que me acompañan en este cautiverio. Sus nombres Sole, Tita, Manchi y Choca. Tres perras y una gata. Todas, desde hace ya un tiempo, aprendieron a ser un clan. Y claro, yo soy su Alpha.

Para ellas, el que yo esté en la casa a tiempo completo les parece ideal. El ritual matutino siempre me provoca una sonrisa a penas abro los ojos. La Tita, que es una satita pequeña, peluda de color marrón, negro y blanco, parece que tiene un pacto con el despertador. Segundos antes de que suene, ya está sentada al lado mío mirándome como cuando alguien te observa muy de cerca tu sueño. Despacito, muy despacito empieza a gruñir, cual alarma de despertador. Grrrr, grrr, grrr. Si ve que no le estoy haciendo caso, sube el volumen hasta pegarme un ladrido que me obliga a darle atención. Me sonrió. Pero, depende del cansancio, la miro y le digo “vaya a acostarse que es temprano”. Ella, como si entendiera, se regresa sin remedio a su camita.

Una vez decido levantarme, aparece Manchi. Esta es otra peluda color blanca y negra. Es pícara como ella sola, un poco arisca, traviesa y cazadora. Se tira de espalda en la alfombra india que tengo al pie de la cama a esperar que pase y acaricie su barriga rosada. A Tita y Manchi las rescaté en enero, luego del Huracán María, llevaban tres semanas rondando por mi barrio. Yo tenía una mascota y no quería más. Sin embargo, un día una jauría iba a atacar a Manchi, y ya saben como terminó la historia. Ahora son parte del clan.

Una vez lista, abro mi cuarto. Tita y Manchi corren hasta la puerta del cuarto donde duerme Choca. Esta es la única felina. Es peluda blanca y crema, de ojos azules. La rescaté del Bosque Estatal Monte Choca en Corozal, en un viaje que di luego del Huracán María. Tendría como 4 meses y por cada uno pesaba una libra. Así muerta de hambre y llena de piojos me la llevé para ponerla en forma y darla en adopción. Cuento largo, corto, es la gati-perra del clan.

Al salir del cuarto Choca y Tita empiezan a jugar. Se dan narizazos. Choca muerde suave las patitas de Tita, y se tira de barriga para que la acaricie. Tita la olfatea. Así están por breves momentos. Su ritual me provoca otra sonrisa. Mientras, Manchi espera sentada frente al primer escalón. Tita corre a alcanzarla. Ambas, como si estuvieran entrenadas, bajan a mi lado escalón por escalón. Choca las sigue detrás.

Llegamos a la planta baja y allí está Sole. La mayor del clan. Es una bóxer que ya tiene 10 años. A Sole la conocí de recién nacida. Pero pasó a ser mía cuando me mudé a una casa con patio, y necesitando perros adultos para sentirme segura me la dieron a ella y a su hermano Beto. Beto murió y Sole quedó desconsolada. Ella volvió a reanimarse con la llegada de Tita y Manchi; pero come es mayorcita tiene accidentes. Para evitarlos duerme con un pamper y pantis rosados con polka dots blancos. Sole, siendo todo una señora educada, en las noches, al llamarla viene donde mi, y sin protesta se deja poner su parafernalia de perra adulta. De esa forma evito limpiar meados matutinos que borraban de mi cara cualquier sonrisa. Al juntarse Sole con sus hermanas empieza a brincar de felicidad. Eso me provoca otra sonrisa.

Entonces todas con desespero me piden que les abra la puerta y el portón que da al patio. Tita empieza a gruñirle a Manchi para salir primero. Eso me recuerda dos nenes pequeños que pelean por quien va primero. Otra sonrisa. La carrera de todas para salir es un evento. Sole corre a la esquina de la casa del vecino y lo primero que hace es ladrar para ver si su compañero, al otro lado de la verja, se asoma. Si él aparece corren para arriba y para abajo de lo largo de la verja ladrando y gruñéndose fuerte, como si se detestaran. Pero no es cierto. Estoy convencida que Sole tiene un idilio con Apolo, un labrador rubio de ojos verdes. Varias veces al día ella se para en la verja y lo llama de la misma forma. Es tan peculiar esa forma de querer, que vuelvo a sonreír.

altLes sirvo los platos de comida. Si me tardo, Sole empieza a aullar con carácter para dejarme saber que tiene hambre. Sole siempre tiene hambre. Luego de comer hay que darle una galletita de premio. Ofréceles una galletita y hacen lo que sea. Hasta Choca, responde. A ella le sueno su bolsita de “treats” y aparece de donde esté para buscar su premio. Observar la formas de interactuar de las chicas del clan me provocan una sonrisa tras otra durante el día.

A lo que voy, es que no hay razón para estar solo o en soledad. Una mascota puede llenar de alegría nuestros días. Y provocar multiplicidad de sonrisas en tu vida. Su fidelidad y empatía son incomparables. Ahora, nosotros, tenemos la obligación de cuidarla y mantenerlas. Hay muchas mascotas que necesitan adopción y pueden hacerte sonreír. Dale, atrévete a adoptar y a sonreír con tu mascota.