Vida entregada a Dios desde la Vida Consagrada

Espiritualidades
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Dentro de la Iglesia Católica existen diversas formas de vida cristiana: la vida laical que brota de la consagración bautismal y fundamento de base de las demás; matrimonio, el sacerdocio ordenado y la vida consagrada (religiosa). Cada una de ellas tiene identidad propia, fundamentada en la Sagrada Escritura, su propia mística, su propia misión. Cada una de ellas tiene, como principio y punto de partida, la experiencia vocacional, llamada de Dios. Cada una de ellas tiene como centro el seguimiento de Cristo.

La vida consagrada, a la que me referiré en estas líneas, es un hecho cristiano que forma parte del tejido eclesial. Surge en el momento histórico en el que la Iglesia comenzó a gozar de la “paz constantiniana” y la “oficialidad” que le confirió reconocimiento y la vinculó al poder socio-político de la época. De ahí que no pocos cristianos decidieran abandonar la oficialidad para moverse a la periferia, al desierto por diversas motivaciones: unos, huyendo de la persecución, otros buscando dar a su vivencia cristiana, mayor radicalidad. Así pues, comienza a surgir la vida consagrada (religiosa) en su forma más primitiva: la monástica, caracterizada por el ascetismo, la pobreza, la penitencia y la oración. Eventualmente, con el crecimiento en número de hombres que se unieron a esta forma de vida, una nueva característica identificó la vida monástica: la comunión y la obediencia entendida como camino espiritual.

Es densa la historia de la vida religiosa en la Iglesia, por eso daré un gran salto para llegar hasta el punto que me interesa. Diecisiete siglos de historia han logrado en la vida religiosa una significativa evolución en sus diferentes aspectos, manteniendo vivo lo esencial: el seguimiento de Cristo. Y es esto lo que hasta hoy ha mantenido viva en lo esencial a la vida consagrada. Aunque hoy día asistimos a un largo presente en el que lo característico es la notable disminución de hombres y mujeres que opten por la vida religiosa, no podemos pasar por alto que hay pequeñas semillas de esperanza. Hombres y mujeres que deciden vivir el seguimiento de Cristo desde la entrega generosa, viviendo su vocación y su consagración desde la pobreza, la castidad o el celibato y la obediencia.

Es la experiencia de dos hermanas de mi congregación religiosa. Dos mujeres jóvenes, profesionales, con un futuro prometedor…, este próximo miércoles, 15 de agosto, harán su compromiso de vivir su vocación personal desde el carisma y la espiritualidad propia de la Congregación de Hermanas Misioneras del Buen Pastor haciendo de la castidad expresión del amor incondicional a Jesús Buen Pastor y del compromiso por el Reino de Dios; amor a Jesús que no deja fuera otros amores, sino que los ordena en el camino de la fraternidad y de la comunión que estamos llamadas a vivir.

Desde la pobreza religiosa, estas dos mujeres expresan proféticamente, su deseo de vivir la solidaridad con todos/as como manifestación de la confianza en la providencia divina. Por la pobreza, estamos llamadas a aceptar le propia realidad personal y a sentir la pobreza de los demás haciéndonos solidarias.

La obediencia consagrada, como expresión de comunión con la voluntad de Dios, nos compromete en un camino de búsqueda evangélica que se da en un clima de fe y de diálogo continuo, para descubrir en los acontecimientos diarios de la historia los signos proféticos del Reino.

Todo esto vivido en comunión y fraternidad, guiadas por la acción del Espíritu.