Ensayo a pie (2010): rutas (ii)*

Crítica literaria
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altMe mojaba la tristeza de la playa / En los pasos de la arena…

YS

SAHUMERIO DE RIGOR

Rito secular. Antes de salir a caminar temprano en la mañana, AZABACHE (1986), un cuadro de Arnaldo Roche-Rabell, se fuma un poema transmoderno de los gustan a los críticos decoloniales. Con la moderación del veterano que ha hecho de su quema, como dice Antonio Escohotado, un arte, humea de lo lindo en el ejercicio de su potestad antropológica.

Humo. Nube azul, rubendariana, sinestésica, en la que se inscriben los dos tramos de la caminata por Condado y Santurce, resumidos en breve.

En el primer tramo, la geopolítica del recorrido combina una travesía por la playa (costa de un Atlántico citadino) y otra por la calle. Desde el hotel Marriott, al final de la Avenida Condado, hasta la Plaza del Indio al oeste, AZABACHE transita por la arena caliente del Atlántico. De la Plaza del Indio, regresa al Marriott por la Avenida Ashford, entre sombras intermitentes. Una vez en el Marriott, vuelve a transitar por la playa, esta vez hacia la Ventana al Mar, por donde cruza hacia la Ashford, que retoma en dirección a San Juan, hasta que, en breve, dobla a la izquierda en la Calle Barranquitas. Baja hacia la Laguna de Condado. Da la vuelta en U alrededor del agua y en el mejor de los casos, vuelve a la Avenida Condado por la Calle Magdalena.

En la peor de las caminatas, donde gana la tentación de la carne acalorada, vuelve al apartamento por la Avenida Condado después de un chapuzón en la playa del Marriot, con los muslos llenos de sal: quemazón que, desde el ardor, pone fin al resto de la caminata, truncando el segundo tramo de la misma, descrito a continuación.

En la segunda parte del periplo, regresa de la Calle Barranquita a la Avenida Condado por la Calle Magdalena, le pasa por el lado al edificio #75 donde se está quedando (frente al colmado chino) y llega hasta la placita que media entre el hotel Quality Inn y la Escuela Luchetti —la Plaza el Portal—, donde están las esculturas de la mexicana Toni Hambleton, CENTINELAS, y el busto inconspicuo del chileno decimonónico Andrés Bello (puente entre el neoclasicismo y el romanticismo hispanoamericanos).

Un espacio oscuro, donde está el busto de Bello, medio invisible, que marca la frontera, porosa como todas, entre el Caribe turístico de la Ashford y el Caribe santurcino de la dominicanidad puertorriqueñizada a lo largo de la Avenida Ponce de León, cuyo cruce requiere asumir una postura frente a la colonialidad del poder fraguada en el contexto colonial de la isla.

Al sur de la Plaza el Portal, en la intersección de la Roberto H. Todd y la Avenida Ponce de León, AZABACHE dobla hacia la derecha y camina por la Ponce de León hasta el Conservatorio de Música, desde donde regresa por la Calle Hoare en dirección a la Roberto H. Todd por un camino paralelo —¡casi otro mundo!—: la Marginal Baldorioty de Castro. ¡Contrastes, todo contrastes!

De vuelta a la intersección de la Roberto H. Todd y la Ponce de León, dobla ahora a la izquierda y llega hasta el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré, desde el cual regresa empapado en sudor por la misma acera de la Ponce de León, imantado por la presencia art decó del edificio del Telégrafo (1947) a mano izquierda y, en la intersección con la Roberto H. Todd, el restaurante China Sun, que invariablemente le hace pensar, desde el cerdo, en la cubanización del paladar boricua.

Como el que baja hacia el norte, de la Ponce de León al edificio # 75 por la Roberto H. Todd, la cual se convierte en la Avenida Condado, termina una de las versiones —la más canónica— del segundo tramo de la escritura mañanera: una cura, como la de Jerry González en YA YO ME CURÉ (1975), pieza de jazz latino que, como el texto drogado de Rafael Franco Steeves, EL PEOR DE MIS AMIGOS (2007), a pesar del goce, no se entrega de culo a la autodestrucción de la heroína.

En otras versiones de esta segunda parte del periplo mañanero, como si fuera una de las muchas notas al pie de la página tanto de EL PEOR DE MIS AMIGOS como del ensayo de Yván Silén LA POESÍA PIENSA O LA ALEGORÍA DEL NIHILISMO (2010), va sudado de la Marginal Baldorioty de Castro al Restaurante Pelayo —donde golpearon al “exgobermatón” Romero Barceló hace unos años—. En la cafetería de los blanquitos “españoliyanquizados,” pide un café y regresa al apartamento con una libra de pan de agua y el periódico, EL NUEVO DÍA. En la memoria literaria, entra y sale de Pelayo con el libro de historia de Luis Alberto Lugo Amador: RASTROS DE IMPERIO. LOS COMERCIANTES ESPAÑOLES DE SAN JUAN DE PUERTO RICO (1890-1918) (2007).

En vez de lúdica, enérgica y lúcida, como la de AZABACHE, la mañana de Sergio, en EL PEOR DE MIS AMIGOS, tendía a ser profundamente silenciosa: “Ya. Todas esas cosas acababan en el instante de amnesia consuetudinaria que experimentaba cada día al levantarse por primera vez. Era el mejor momento del día para Sergio. Un momento minuciosamente Mágico. Un puro arranque metafísico. Aunque sólo duraba unos segundos y siempre lo dejaba con las ganas de una mayor satisfacción –quizás hasta prefiriendo en secreto que nunca se acabara, esa amnesia local, selectiva y matutina que sufría cuando despertaba.”

En LA POESIA PIENSA O LA ALEGORIA DEL NIHILISMO, esa dejadez matutina de Sergio, metonimia de la piltrafa que era como personaje —“hasta que metanovelizó la tragedia” (el subrayado es nuestro)—, es emblemática de una generación de escritores, indiferentes, según el antiensayo de Silén, a la política colonial, la cual evitan como si la literatura se pudiera dar el lujo de externalizar la colonia. Por eso, ante una propuesta como la de Noel Luna, “Poesía es escuchar / lo que se ve,” la prosa de LA POESIA PIENSA O LA ALEGORIA DEL NIHILISMO dice: Poesía es la “libertá.”

FRAGMENTOS A SU IMAN

Su casa era el espacio de la mañana…

JOSE LEZAMA LIMA

Nuevas señales de humo, esta vez desde la calle y la playa, donde duermen los homeless que el Estado Libre Asociado, neoreaganista, deja en pelotas.

Como en una novela que resalta su textualidad con un prólogo, antes de llegar al primer tramo serio de la caminata a lo largo de las arenas del Marriott, hay que narrar el trecho que va del edificio #75 a la playa del Marriott. Una caminata corta, de menos de cinco minutos, que, al cruzar la Calle Magdalena, se sobrecarga de fragmentos en tensión, potencialmente literarios, o incluso, a pesar de lo pedestre, poéticos.

Partículas de alta tensión, como las pulsiones de género que se sienten entre el principio y el final de la Avenida Condado. Un comienzo que empieza, como el Big Bang, en la Plaza el Portal, ubicada al costado izquierdo del condominio #75, donde la feminidad de la plazoleta se desborda, tocada como está por la mano política de la exgobernadora Sila María Calderón, responsable de que la pieza de Toni Hambleton, CENTINELAS, vele el espacio movedizo de la plaza.

Feminidad ostensible, abocada, sin embargo, a la masculinidad de los taxistas dominicanos, congregados como un teorema al final de la Avenida Condado, a lo largo de la acera del Marriott, justo antes de llegar la playa. Tensión de género y por supuesto, de clase y de etnicidad, claramente delineada por la colonialidad del poder; la cual, se retorcía, envenenada de racismo, en la misma esquina de la Ashford y la Avenida Condado, donde una pareja de vagabundos amulatados jóvenes pedía dinero (“trabajaba”) en la acera de Walgreens, frente al Marriott.

Tensión de género entre los CENTINELAS y los taxistas, a la que, la presencia habitual del BUDA CRIOLLO, un hombre sentado en la esquina de la Plaza el Portal frente a la Calle Luisa, añadía complejidad y textura. Como personaje, el buda criollo amanecía sentado en su trono neobarroco, en pose de meditación y penitencia, todas la mañanas, como si estuviera renunciando públicamente al machismo que lo marcaba como animal caribeño. Obnubilado, otro, ido, permanecía relativamente inmóvil de sol a sol, mirando el mundo que lo veía estar en silencio, sin hablar y sin pedir, sentado en su masculinidad asexuada y en su misticismo pagano, matizando la feminidad establecida por la mano política de la exgobernadora que comisionó existencia de CENTINELAS

Desde la pareja de vagabundos que, al final de la Avenida Condado, pedía dinero en la esquina de Walgreens, y que además dormía en la acera de la otra esquina diagonal, la del Marriott —una presencia con una constancia parecida, pero nunca igual a la del buda criollo—, la concentración de masculinidad de los taxistas dominicanos no se desbordó nunca, amortiguada como estaba, además de por la pareja de indigentes ensuciados por la colonialidad, por la presencia del turismo gay de la zona, conocida en los apuntes preliminares de este ensayo como ZONA MANUEL RAMOS OTERO.

Masculinidad —la de los boricuas— que, en otro contexto, estalló trágicamente durante el transcurso del mes de julio (2010), cuando un taxista dominicano que trabajaba en el Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín, hastiado del acoso del taxista puertorriqueño que lo fustigaba a diario por su dominicanidad, le pegó un tiro al boricua, provocando que a un libro como CARIBE TWO WAYS: CULTURA DE LA MIGRACION EN EL CARIBE INSULAR HISPANICO (2003) de Yolanda Martínez-San Miguel, le chillaran los oídos.

De esa manera, entre la feminidad artística al comienzo de la Avenida Condado y la masculinidad laboral al final, la caminata del edificio # 75 a la playa del Marriot se exponía a una suerte de influencias y espejismos de espesa textualidad. Trecho corto, pero boteresco. Tramo que, a partir del Restaurante Buenos Ayres —una institución en la esquina de la Avenida Condado y la Calle Magdalena— remitía a la proximidad libresca entre lo argentino y lo asiático, emblemática de FACUNDO: CIVILIZACION Y BARBARIE (1845), el mejor libro argentino, según el filósofoliterato José Pablo Feinman.

Cercanía con lo asiático que Domingo Faustino Sarmiento, autor de FACUNDO, lamentaba en su ensayo decimonónico y que la Avenida Condado, mediante la suma del colmado chino frente al edificio #75 y los dos restaurantes asiáticos que precedían el restaurante Buenos Ayres, auspiciaba desde una posmodernidad coyuntural. Orientalismo que veneran los amantes del sushi (¿lo probó Victoria Ocampo?), al cual los fanáticos del bife de chorizo (de Leopoldo Marechal a Julio Cortázar) ¿se opondrían?

La literatura, EL PEOR DE MIS AMIGOS, interseca la realidad literaturizada de este trecho nórdico y orientalizado de la Avenida Condado, desplazándola con un salto narrativo que catapulta la escritura desde Puerto Rico al estado de Colorado: “Borracho como casi nunca, Sergio regresó al ‘SoulMarket Caffe,’ en el extremo norte de la calle Blake, una semana después de la nefasta noche que le había arrancado la vida a Clay poco a poco.”

Vértigo; Sergio, el escritor tecato, “Siguió la misma ruta de siempre: el bus 15 lo llevó de Downing a Broadway, donde se montó en un ‘shuttle’ que lo escupió en la esquina con Larimer, podía haberlo seguido hasta la misma Blake, pero por alguna razón encontró esencial recostarse de la costumbre. Bajó la calle para cruzar por detrás del bar donde había trabajado y atravesó el estacionamiento que desemboca en el callejón, para penetrar por fin en el ‘Caffe’ por la puerta trasera.”

Para el escritor esquizo que, en LA POESIA PIENSA O LA ALEGORIA DEL NIHILISMO, entra al ensayo por la puerta de la imaginación —“la poesía piensa” y “el pensamiento canta”—, las rutas (y también las ratas) están marcadas por lo biográfico. Destino que, ante la excepcionalidad fortuita con la que tiene que vivir como conocedor del secreto y de los fantasmas, el Poeta no puede recostarse en nada que no sea la Poesía: “¡poesío, luego existo!”

[Nota del autor: Primera parte: “Ensayo a pie (fragmento)” (2018), http://elpostantillano.net/pagina-0/316-resena/21639-francisco-cabanillas.html]