La espiritualidad ignaciana conocida hoy como "ignacianidad" es totalmente laica; pero esta afirmación no excluye la dimensión sacerdotal. Jesús al igual que Ignacio fue laico, pero eso no invalida que la Carta a las y los Hebreos presente a Jesús no sólo como sacerdote, sino como sumo sacerdote y que con él se inicie una nueva concepción del sacerdocio como servicio, no reducido a lo sacro y a lo cultual. Todo jesuita antes de ser sacerdotes es laico como Ignacio pero después pensando en un mejor servicio opta por la vida religiosa y no todos y todas por el hecho de ser laicos y laicas, hemos sido ignacianos. La ignacianidad como espiritualidad es una opción, un estilo de vida y una práctica evangélica, un modo de ser y proceder.
En la historia ha habido y seguirán habiendo congregaciones o institutos laicos o religiosos que se inspiran en la espiritualidad ignaciana, pero no son jesuíticos, como muchos movimientos laicos no son ignacianos aunque nazcan y se desarrollen en el seno de la Compañía de Jesús. En esa deficiencia hay un fallo. No todos los laicos y laicas que trabajan o colaboran con jesuitas son ignacianos o ignacianas en su modo de proceder, aunque teóricamente se identifiquen con nuestra espiritualidad. La ignacianidad no se da por ósmosis. “Los estudios, los compañeros y la oración apostólica lo llevan a descubrir un nuevo camino espiritual, el de contemplativo en la acción”.
Es evidente que no es lo mismo lo ignaciano y lo jesuítico, eso es obvio, pero tampoco se puede insinuar que lo jesuítico le ha robado a lo ignaciano su matriz laica, en Ignacio no es excluyente su ser laico y después su ser presbítero, son realidades unitarias y complementarias en su persona. Los jesuitas no nos hemos apropiado indebidamente la espiritualidad laica, afirmar esto sin más es crear ruptura en la vida de Ignacio de Loyola y en la vida de los primeros compañeros. Ellos, partiendo de la vivencia de los Ejercicios Espirituales y del discernimiento personal y compartido deciden en las deliberaciones presentarse al Papa, si no es posible viajar a la Tierra del Señor, en el plazo de un año. Ellos se pondrán a disposición del Romano Pontífice, en Roma.
Aunque la ignacianidad es totalmente laica por su génesis, no es menos cierto que si no se hubiera institucionalizado y puesto por escrito estaría como muchas espiritualidades en la iglesia, al libre albedrío. Lo jesuítico y lo ignaciano tampoco son opuestos y excluyentes. Lo jesuítico es un modo de vivir lo ignaciano. San Ignacio, por opción y por misión se consagró presbítero junto a los primeros compañeros en Venecia.
En Roma nace la Orden Compañía de Jesús. Lo importante de la ignacianidad no es el debate, si es o no laica, para Ignacio y sus diez compañeros lo fundamental es el modo de vivir el seguimiento de Jesús, por eso pide con insistencia ser aceptado en su compañía, hasta que Dios Padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo aceptan al peregrino la petición que hace a la Virgen María en la Capilla de la Storta, camino a Roma.
Esta espiritualidad laica e ignaciana se pone al servicio de la iglesia (Jerárquica), para el bien de las almas y para la misión, llevar el evangelio, la vida de Jesús, a todas partes del mundo, especialmente a las fronteras no territoriales, sino a aquellas donde se atenta contra la vida, la existencia y la dignidad humana. Estos hombres disponibles, y no siempre entre laicos y laicas podemos encontrar esa disponibilidad, no eran laicos, sino sacerdotes con estudios universitarios enviados a las fronteras para hacer la contrarreforma desde y para la Iglesia universal. La Compañía desde su origen es internacional y universal. Fundamental para el Cuerpo Apostólico es la disponibilidad y la obediencia; una vida sencilla y casta.