Carmen Valle: una cajita de madera

Cultura

(San Juan, 10:00 a.m.) Conocí a Carmen Valle una tarde de verano justo en la fila de Shakespeare in the Park. Una tradición nuyorkina es la de sentarse en la grama del Central Park para esperar a que abran la taquilla, a una determinada hora de la tarde, y así obtener los boletos gratuitos de la función de esa misma noche. Ya me había percatado de su trabajo, gracias a la antología de Julio Marzán Inventing a Word: An Anthology of Twentieth-Century Puerto Rican Poetry. Mi recuerdo de ahí en adelante es un collage de imágenes, una onda de sonidos, fragmentos de conversaciones, no necesariamente en orden: un flyer que tapizaba las paredes del Spanish Department de NYU, anunciando una lectura de tres poetas puertorriqueños que se llevaría a cabo en CUNY. A saber: Iván Silén, Carmen Valle y Manuel Ramos Otero. Un grupo de nosotros, los de NYU, decidimos acudir a la invitación. En lo personal, me parecía inexplicable que hubiese un evento en donde se convocaran dos figuras provocadoras: ambas participantes de ese evento, mucho más cuando la polémica entre Iván y Manuel estaba servida. Había que acudir.

            Una decena de flyers tapizaban las paredes sirviendo de guía al salón de la lectura. El silencio del recinto a las seis de la tarde impactaba, considerando que a esa misma hora NYU era un hormiguero de gente. Carmen estaba sentada en el centro de la mesa e Iván y Manuel a cada lado. La poeta irradiaba una paz tan extraordinaria que levantó aún más mi interés. Ya era ella conocida por su formidable colección de pulseras de plata, tantas como cupiesen en sus brazos; o fue la energía de la plata que de alguna forma tocó a aquellos dos o fue precisamente el aura de Carmen. En fin, la lectura estuvo gloriosa.

            El NY de los años setenta y ochenta era un caos que podía ser fatal. El graffiti se había apoderado de toda su superficie y el crack inundaba el territorio. En las aceras y los parques de ciertos barrios la parafernalia de drogas era la protagonista. Por ejemplo, el Bryant Park (que constituye parte de los sótanos llenos de anaqueles de NYPL) era una basurero abandonado a los vagabundos de la ciudad y el Bronx daba la impresión de haber sobrevivido unas cuantas guerras. A consecuencia de todo el mal manejo de los políticos en Manhattan las rentas estaban bajísimas, lo que significaba que cualquiera de nosotros podía alquilar un apartamento decente en lo que era nuestro centro: El Village (West Village) hasta la calle 14, la calle 8, el Upper West Side, Spring Street.

            De otra parte, para los latinos (leáse puertorriqueños, españoles y algunos cubanos), era un momento efervescente. Unos cuantos de nosotros tuvimos la oportunidad de estudiar en NY con buenísimos profesores. Si el barrio, estaba inundado de puertorriqueños, me parece que los españoles le seguían en grupo y la calle 14 era un ejemplo. Colmada de restaurantes y tiendas españolas se conocía como Little Spain. Creo que la pequeña España se extendía desde la calle 14 hasta alguna parte del Lower East. La calle 14 era también donde se concentraban las grandes librerías en español, en donde convergían los dueños cubanos: Lectorum y Librería Las Américas; la enorme librería de libros en francés y español y Macondo que era de un colombiano. No olvidar el gran almacén de libros del puertorriqueño Eliseo Colón en el Bronx. Todos centros de convergencia de los poetas e intelectuales puertorriqueños.

            Por ahí nos veíamos la Carmen y yo buscando libros, comiendo paellas o sardinas asadas con pan, comprando joyería de plata y ropa en las múltiples boutiques de ropa de la India en el village, conversando sobre poesía, la vida, poesía y más vida. Parando en cualquier restaurante o café a tomar vinos.Todo este conversatorio nuestro se extendió hasta nuestros apartamentos. Me sumergo ahora en mi sala, o su sala, o la sala de un tercero junto a Pedro, Alfredo, David, Iván, Manuel y muchos otros. Mucha conversadera, mucho vino o cerveza: demasiada. Tanta que a veces precisábamos dormir en esa sala y salir al amanecer para nuestro apartamento.

            ¡Cómo no olvidar las veladas en la casa de la poeta colombiana Agueda Pizarro, esposa del gran artista Omar Rayo! Juntos se inventaron las Ediciones Embalaje, a maquinilla y con cubiertas de cartón (lo que hoy llaman cartoneras). Exclusiva para mujeres poetas de América Latina y hechas en el Museo de Omar Rayo en Roldanillo, Colombia. ¡Qué regalo el haber sido parte de esa colección! La Carmen también fue parte de esa colección.

            A partir de los noventa me vienen a la memoria las reuniones, una vez al mes, del grupo de mujeres escritoras del Pen American Center, así como en las actividades del Poetry Project, del Teachers and Writers Collaborative, del Hostos College, (gracias a Rosa Velázquez, profesora y emprendedora cultural) y del Boricua College organizadas por la escritora y profesora Myrna Nieves. En general terminaban tardísimo estos eventos y de ahí salíamos: la Carmen y yo, o un grupo de nosotros para buscar algún lugar en donde tomarnos un té o vino antes de despedirnos. Me vienen a la memoria dos eventos que organicé: una serie de poesía en la galería de The Gathering of the Tribes en el Lower East Side y la conferencia sobre puertorriqueños en Nueva York en el Instituto Cervantes. En ambos eventos la Carmen participó.

            Rememoro ahora la serie de conferencias sobre escritoras del Caribe hispano organizadas en York College, la serie de conferencias del Latino Artists Roundtable, la serie de poesía en St. John’s University y los inicios de los eventos de poesía en el King Juan Carlos (NYU) organizados por la poeta Lila Zemborain. Allí nos dimos cita María Negroni, Cecilia Vicuña, Rosa Alcalá, Mariela Dreyfus, Silvia Molloy, Alejandro Varderi, Miguel Perdomo, Pedro López Adorno, Eduardo Mitre y la Carmen, entre otros.  De allí salimos tantas veces al Caffe Pane e Cioccolato a tomarnos una copa de vino o al Cedar Tavern a invocar a los beat poets que una vez se reunieron allí. Aquí me detengo.

            La última vez que nos vimos la Carmen y yo, sería en el 2007. Fue para la invitación de la gran Miriam Colón en el primer festival de poesía escrita por mujeres puertorriqueñas en el Teatro de Miriam en Broadway: The Latina Poets Festival- uno de los eventos de celebración del 40 aniversario del teatro. En la pequeña salita del segundo o tercer piso del teatro, Miriam convocó una primera reunión de poetas puertorriqueñas junto a un grupo de actrices para discutir esta aventura, entre ellas Soledad Romero y Jazmín Caratini. En esa salita veo también a Myrna Nieves, a la Carmen y a Sandra María Esteves. El festival fue sublime. La última noche nos despedimos con una botella de champán que se abrió en el pequeño pasillo-tradición de teatro.

            Organizando la bibliografía de Carmen para efectos de este homenaje, revisando algunos de sus libros en mi biblioteca y desde la perspectiva de los años, descubro que Carmen nos ha dejado una obra peculiar, casi privada, como escondida en una cajita de madera repleta de sorpresas y en donde se confunden los géneros a manera de un juego casi inofensivo. Una cajita para desempolvar y descubrir unos textos inofensivos al inicio de su carrera con unos textos paradójicos al final. Ese contrasentido, el de alterar la propia lógica de lo escrito para transformarlo en otro, demostrando una autoconciencia dentro de su propia linealidad y una libertad del lenguaje muchas veces denunciante, creo es uno de sus mayores logros. ¿Habrá dejado algún inédito?        

            ¡Te queremos Carmen!

[Nota de la autora: Este artículo es parte del número especial de la revista Letras Salvajes #24, dedicado a Carmen Valle.]