Yo amé a Sarita Montiel y La Saritíssima amó a Puerto Rico

Zona Ambiente
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Sarita Montiel fue sin duda el Icono Gay de mi generación.  Todos quisimos ser como ella, hablar como ella, amar como ella.  ¡Es indudable que La Saritíssima amaba a Puerto Rico!  ¡Qué mejor prueba de ello que escogió temas de Rafael Hernández y Myrta Silva para uno de sus celebrados LP’s y que hizo del Hotel La Concha “a home away from home”!

Nunca olvidaré el día que Sarita Montiel irrumpió en nuestras vidas, para el año 1957. Fue la carátula de un LP lo que motivó el descubrimiento. Allí estaba Saritíssima ofreciéndose al mundo desde El último cuplé… El escote maravilloso de aquel vestido amarillo dejaba ver los espléndidos contornos del pecho que la harían reina de la taquilla. Ella llegó de la mano de mi tío quien promulgaba a los cuatro vientos que los cuplés de Sarita Montiel habían llegado a Puerto Rico mientras agitaba nervioso el LP de marras. A las solicitudes de mi abuela prometí llevarla al cine donde estrenaban la película.

Llegó el día maravilloso: esa mañana mi abuela abrió su maleta hospitalera: lugar en el que guardaba todos los regalos que le hacíamos por si tenían que hospitalizarla y así poder ir “de nuevo”. Escogió todo un ajuar rosado de piezas de ropa interior y marchóse a vestir al baño. De allí salió arropada en perfume Emeraude de Coty y sus mejores galas: tremendo empaque. Y cogimos la guagua que nos conduciría al teatro donde exhibían la película. Al entrar en aquel magno anfiteatro, con sus efluvios salados de pop-corn, orines y sobaco, nos sumamos a la multitud de personas que se congregaban para rendir sus respetos a la Diva de España.

—¡Qué boca, qué dientes, qué ojos! —fueron sus comentarios, que me dejaron aturdido, mientras Sara se pavoneaba carnosa y voluptuosa en las pantallas santurcinas.

Cuando cantó su último cuplé… mi abuela era un mar de lágrimas. Me asustó el dolor y desgarramiento que ponía en sus palabras: “¡No, no… No puede ser!”, mientras que María Luján fallecía. Cuando tomamos la guagua de vuelta dejóme mareado con el vómito de adjetivos que azotaron mi turbación:

—Es una mujer hermosa como pocas. Esos ojazos negros, esos labios hinchados de amor por su amante, el delirio de su voz aterciopelada y esos dientes perfectos, nacarados.

Siempre que llegaba La Montiel a nuestras pantallas, éramos los primeros en las filas del cine. Lo más que me sorprendía era que su reacción a la magia de la Sara nunca mermaba en intensidad para mi abuela. Sus ojitos azules se llenaban de lágrimas de piedad y amor por aquella bella mujer, víctima de sus hombres. Y así empezó un largo periplo que nos llevó, cual abanico de colores, desde Tánger a Buenos Aires, desde Río de Janeiro a Roma, desde Madrid a Barcelona siempre de la mano de La Montiel y sus sones.

Estudié en la Universidad de Puerto Rico cuando reinaba el Don Jaime Benítez. De todo ese marasmo universitario solo puedo destacar el día en que La Montiel se presentó en el Teatro de la Universidad, donde Sutherland, Horne, Domingo y Carreras elevaron sus voces. Un escenario limpio de decorados tradicionales. En el medio La Saritíssima, envuelta en un traje de gasa malva. Llevaba la colección completa de sus esmeraldas. En sus dedos, dos brillantes cual garbanzos enormes. “Fueron de Catalina la Grande,” nos comentó entre boleros y cuplés.

La hermosura de la pantalla se manifestaba en todo su esplendor. Vibraba la Diosa y yo lloraba febrilmente. Sus ojos color de uva resplandecían mientras se entregaba toda a su público. La masa de penitentes deliraba.

Luego del intermedio se presentó vestida de chulapa como la violetera de España. Bajó del escenario a regalar sus violetas. De momento la tuve al frente. Clavó su mirada en mí, extendiéndome un ramillete de violetas

Llegó el día tan esperado en mis sueños:  al montarme en el ascensor del hotel La Concha, donde trabajaba, que me llevaría a supervisar el montaje del Salón de Actos, observé una etérea sombra verde que también entraba al mismo. “Es Ella”.  Cubierta con un sari verde y dorado estaba la Gran Diva. De primera instancia quedéme mudo y sin idea. No podía emitir sonido alguno. La lengua se me enredó y se me nubló el entendimiento. ¿Qué hago, Señor, qué hago? Tan cerca y tan lejos. Pero como si me enterraran un alfiler en una nalga, me revolqué en mi propia tumba. Procedí a tocar con dedos temblorosos todos los botones de piso para obligar al ascensor a parar en cada uno, repiré hondo, y me abalancé a su lado.

—Eres la Gran Sara de España, el amor de mis amores — fue lo primero que se me ocurrió decir. Su risa cristalina abarcó todo el espacio y puso fin a mi apuro.

—Acabo de llegar de una presentación en televisión. Siempre me hospedo en este hotel donde me quieren mucho.

 Me sorprendió reconocer que era una mujer pequeña con una gracia y un salero maravilloso.

—Sara, ¡hace años que soñé con este momento de hablarte cara a cara!

Y ella, dulcemente me abrazó y besó en el cachete. Abrió la puerta del ascensor y salió, envuelta en verde y cubierta de oro, sus maravillosos ojos verde-aceituna brillaron mientras me tiraba otro beso desde la puerta. Esa tarde no pude salir de mi oficina. Estuve flotando en éxtasis por varios días.

Una querida amiga llegó un día a comentarme: “Efectivamente, fue a mediados de en los años 80 que los conocí en una islita cerca de Palominos donde fuimos con un amigo y cliente de mi esposo quien tenía una lancha muy grande y anclamos allí. Sara y su Pepe Tous estaban de visita en San Juan y se quedaban en un apartamento en el Condado. Mi amigo los invitó a su casa una noche y nosotros nos ofrecimos a recogerlos, pues me quedaba cerca. Muy simpáticos ambos y Pepe muy conversador. Pasamos una velada muy agradable en Torrimar en la casa de los González y después los trajimos de vuelta al Condado donde se quedaban. Recuerdo que hablé bastante con ella, pues coincidimos que ambas éramos piscianas y nos hizo gracia. Ese fue nuestro encuentro con Sara Montiel y Pepe Tous. Espero no haberte aburrido, pero para mí fue una agradable experiencia. ¡Besos!”

La historia de Sara con Puerto Rico no termina ahí sino con mi amigo Saritíssimo Daniel Torres, quien intervino en la última tournée de Sara por Estado Unidos. La aplaudió a rabiar en la Universidad de Cincinnati como se puede escuchar en este vídeo de YouTube:https://www.youtube.com/watch?v=PKQKCWQoWkE, y ayudó a coordinar un simposio junto a otro Saritíssimo, el profesor chileno Enrique Giordano, quien concibió la visita de Sara a esa ciudad del Midwest americano para participar en un simposio titulado “Sara Montiel como icono gay en el mundo hispánico”. Ahí Daniel presentó una ponencia sobre cómo ella fue motivo de inspiración literaria, le dedicó su draga Aurelia, La Gran Madama del Dulce de Coco, de su novela Conversaciones con Aurelia (2007) y tuvo el privilegio de regalarle un ejemplar a la Diva.  Esta última visita de Sara a los Estados Unidos, país donde inició su carrera cinematográfica en Hollywood junto a grandes estrellas del cine, culminó con varias presentaciones en el Instituto Cervantes de Chicago.  Exactamente un año después falleció esta gran artista en Madrid y fue ovacionada por su público por las calles de la ciudad quien le gritaba: ¡guapa! ¡guapa! ¡guapa!, mientras bañaban de flores su ferétro en ofrenda de admiración y respeto.  Era como si Madrid se hiciera eco de aquel poema de Nezahualcóyotl: “la amistad es lluvia de flores preciosas”.