Detrás de tanto muro, rejas y alarmas; detrás de tanto guardia privado, serpentinas y cámaras; detrás de cristales blindados, ventanas de protección y cerraduras; detrás de urbanizaciones cerradas, carros cerrados y centros comerciales; detrás de tanto lugar privado, hemos ido desocializándonos a la presencia del otro. Hemos ido alimentando la intolerancia a los que hacen cosas distintas y no actúan como nosotros. Hemos ido encubando y nutriendo al miedo.
La insolidaridad se ha cultivado de forma sistemática desde hace más de tres décadas en Puerto Rico. El énfasis en la competencia, el individualismo empresarial, la acumulación de riqueza como valor supremo, son factores importante en la transformación cultural de nuestras cotidianidades. Si añadimos la continua celebración del más fuerte, el que vence sobre el otro, y del ejército (basta con contar la cantidad de monumentos a los ‘soldados ausentes’, héroes militares, o cualquier tema relacionado a la milicia, para al menos comenzar a tener una pequeña idea de la militarización de nuestros imaginarios), la violencia es literalmente, pan nuestro de cada día. Nos sorprende, pero la hemos cultivado y poco hemos hecho para resistirla, poco para parar al estado y el capital en su reproducción de un sistema que se alimenta de la misma.
Resistamos y transformemos la violencia estructural con organización, actividades, educación, creando realidades democráticas y solidarias, informadas por un ambiente de justicia-paz.