Liliana Ramos-Collado [por siempre]

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La verdad que reducir el resumé de Lilliana Ramos-Collado, Ph.D., en unos párrafos es labor titánica pero trataremos…

“Catedrática en teoría arquitectónica/cultura visual en la Escuela de Arquitectura de la UPR. Fue curadora del Museo de Arte Contemporáneo de PR y Directora Ejecutiva del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP). Se doctoró en Literatura y postdoctoró en patrimonio/herencia cultural en Chile. Ha publicado 9 libros sobre arte, múltiples artículos sobre arquitectura y literatura, produce/protagoniza el programa radial Los5sentidos. Codirigió la revista Reintegro de las Artes y la Cultura y Nómada: teoría creación crítica. Colabora con las revistas indexdas/arbitradas in/forma: revista de arquitectura, Visión Doble y Cruce.

En los ‘80s y 90s, Lilliana dirigió la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña, y editó su Revista. Fue editora senior de la revista ArtPremium por varios años. Además, ha publicado artículos de comentario cultural, de crítica y teoría literarias, de fotografía, arte y arquitectura en catálogos, libros colectivos, y en revistas generales y profesionales, la mayoría de los cuales han sido re-publicados en su blog titulado bodegonconteclado.wordpress.com.

Algunos libros y catálogos de Lilliana son Jean-Michel Basquiat: una antología para Puerto Rico (MAPR, 2006), Inés María Mendoza: En sus propias palabras (FLMM, 2008); Arnaldo Roche Rabell: Azul (en colaboración, MAC, 2009), Careos/Relevos: 25 años del Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico (en colaboración MAC, 2010), Largo saber, breve palabra: citas y pensamientos de Inés María Mendoza (en colaboración, FLMM, 2010), NosOtros: David LaChapelle’s Humanity on the Edge (MAC, 2011), una edición crítica y comentada de la novela Garduña, de Manuel Zeno Gandía (EDUPR, 2010), figurasenfuga /richardpagán (MAC, 2012), Puerto Rico: Puerta al Paisaje (MAC, 2016), The Blue of Ruins: Arnaldo Roche Rabell (Syracuse University, 2016) y Caracol Tormenta Ola / The Shell The Storm The Rose: Consuelo Gotay (Museo de Arte Francisco Oller 2016). Prepara para el 2020 la colección de ensayos Patrimonio Urbanismo Arquitectura, para el 2021 prepara el libro Las coartadas del realismo. Hacia una poética de la narrativa galdosiana (Editorial Pliegos, Madrid) y un libro sobre teoría del arte titulado La anunciación de los estilos: La transformación del espacio pictórico entre lo sagrado y lo profano.

Fue reseñista principal de El Nuevo Día, y al presente es colaboradora invitada de las revistas in/forma: revista de arquitectura, Visión Doble, 80 grados y Cruce, todas indexadas/arbitradas. Amante de la radio, desde hace seis años produce y es anfitriona de programas radiales para Radio Universidad de Puerto Rico, el más reciente titulado Los5sentidos que, desde hace casi cinco años, sale al aire todos los jueves a las 3:00 pm.

Conocí a Lilliana por el crisol del noble Armindo Núñez, mi compañero de vida.  Poco a poco y sin nada de alboroto esta genial mujer fue tomando forma en mi vida.  Supe de sus inicios roqueros, de sus delirios de pasión, de su vasta preparación académica, de sus labores en la UPR, de sus gestión frente al Instituto de Cultura Puertorriqueña, de su cátedra de Arquitectura, pero, sobre todo de su maravillosa producción poética que la colocan en un sitial de honor en nuestra literatura1.  Porque Lilliana es sobre todas las cosas POETA; asi, en Mayúsculas.  Mujer de muchas facetas, el descubrir su “Bodegon con teclado” (https://bodegonconteclado.wordpress.com) fue un regalo impactante que me abrió la mente por caminos nunca antes transitados.  Con su verbo preciso y riguroso, que para nada deja de ser poético, ella comenta sobre su particular mirada al mundo.  ¡Hoy les presento dos de sus entradas que me parecen particularmente hermosas, no sin antes confesarles lo ardua de la tarea de escogerlas entre tantas maravillas!

Estar y no estar, pero ser. Un testimonio sobre “Cachaperismos” I y II

Ésa es la tragedia del español, su especificidad. Y su ventaja. En español, una puede puede estar o no estar y, además, ser o no ser. Para Hamlet todo fue mucho más fácil con su simple “to be or not to be”, pero en esta famosa frase se mezclaron, más allá de lo razonable, la esencia y la estancia. En español abortamos la ambigüedad en aras de la especificidad. Me conviene la especificidad. Soy poeta lesbiana pero no estuve en Cachaperismos I (2010). Aunque en el idioma de Shakespeare, hubiera gozado de haber sido y estado en tersa ambigüedad. En aquel entonces fui y no estuve, y ahora soy y estoy.

Para mí no es un mero juego de palabras. Me hubiera gustado estar en Cachaperismos I, pero entendí perfectamente que se trataba de la voz de un nuevo grupo de mujeres poetas que se afirmaba con bríos un paso más allá que mi grupo, que cobró forma en las manos de la amiga y poeta Áurea María Sotomayor, quien publicó nuestra bitácora literaria en 1987 en su De lengua, razón y cuerpo, bajo el sello de la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Allí incluyó Áurea ensayos individuales sobre mis colegas poetas, e incluyó una jugosa antología, igualmente individual, que daba muestra de nuestra poesía, que además sumaba una “generación literaria” que más parecía algo así como la obra del “linaje de las mujeres”, como hubiera dicho, desde su peculiar misoginia, Hesíodo, al hablar de la progenie de Pandora. El trabajo de Áurea buscó configurar el espacio de la mujer puertorriqueña en las letras de avanzada (circa 1987), y enfocó los rasgos que se consideraban “feministas”. Lo queer, aún no configurado como recurso de clasificación literaria, quedó, pues, subsumido en la literatura “de mujeres”. El ala lésbica, aún no totalmente emplumada, apenas comenzaba a agitarse en la poesía estallante de Nemir Matos Cintrón —en su Las mujeres no hablan así—, y en la mía, mucho más modesta y más preocupada por explorar y expresar un compromiso político genérico.

Mucho ha andado la literatura lésbica puertorriqueña desde allí, como lo demostró en 2010 Cachaperismos I, tomo editado por Yolanda Arroyo Pizarro para Publicaciones Boreales, con un elenco de 14 poetazas dedicadas a explorar, en verso y en prosa, un erotismo que sí se atrevió a decir su nombre. El impulso general de ese primer Cachaperismos fue palmario, comenzando por la “Apología de la vagina”, de Amárilis Pagán, pasando por el “Cyberskin” de C. Cheryl Roster-Gómez, la “Seducción” de Marlyn Cruz Centeno, el “Hambre” de Muna, el gesto incendiario de Aixa Ardín, los grajeos de Zulma Oliveras, los mares menores de Karen Sevilla, las orugas de Mayda Colón, hasta llegar a las puertas del cielo de Yolanda Arroyo. Este tomo se movió de boca en boca, de arriba abajo y de cuerpo en cuerpo para configurar una serie de lugares comunes, en el sentido en que “como perejil de tiesto” o “zumba la manigueta” lo son. Sin lugares comunes no hay un lenguaje compartido, y sin lenguaje compartido no hay comunidad, no, al menos, una comunidad de hablantes. Y ese primer tomo de Cachaperismos tuvo el efecto inmediato de afincar unos modos de decir, de hacer referencia, y de, literalmente, fundar lengua y darnos de lengua: una lengua lésbica ardiente y batiente, ágil y fuerte, rica y dulce, agria y zafia.

Explorar sexualidades aviesas, aventureras y venturosas fue el gesto común en esta primera entrega, dar lengua, presencia en la página y, por consecuencia, en nuestra historia literaria, tan renuente a estas “diversiones” o ambulaciones fuera de la ruta heteronormativa. De una política de los partidos políticos, y de un mundo dividido entre derechas e izquierdas, de pronto los cuerpos se rebelaron y emprendieron su cháchara desde la necesidad de una libertad distinta: la del cuerpo mismo, que reclamaba, como es natural, otro corpus para contenerla y lanzarla.

Cachaperismos II (2012) amplió su red y dio paso a una benigna arqueología. A algunos de los talentos del primer volumen se sumó la “vieja guardia” a la que pertenecemos Nemir Matos Cintrón y yo. Estar entre las voces nuevas sin duda me ha dado nuevo aliento, si bien —a gran distancia de los poemas de mi reróticas (1998)— ahora, además de vivir, repaso lo vivido. Aunque me hubiera gustado compartir la página con escritoras de la audacia de C. Cheryl Roster-Gómez, Mayda Colón y Marlyn Cruz Centeno, me siento retada por Charlene González y Raquel Salas Rivera —quienes entran por primera vez a Cachaperismos—, mientras me siento en terreno familiar con Karen Sevilla, Mercedes Garriga, Zulma Oliveras y Yolanda Arroyo Pizarro.

He leído detenidamente ambos tomos y siento que no sólo se ha ampliado el registro mismo de la sexualidad, sino que a la sexualidad raw del primer tomo se le ha unido un tono reflexivo que distingue este volumen del anterior, que fue más gozoso de los cuerpos que del corpus. Pienso, no obstante, que el nuevo gesto reflexivo en tanto movimiento “del hecho al dicho” estuvo representado en Cachaperismos I en la selección de Aixa Ardín (desde su matérico “Apenas un sorbo” hasta su político “Préndeme”), en Mercedes Garriga (entre su filosófica “Mujer en el espejo” y su exaltada “Diosa clandestina”), entre el “First Love” de Zulma Oliveras y su rica “Guanábana”, entre la extranjería lateral de Karen Sevilla y su “Naranja”, en los recuerdos desfondantes de Mayda Colón y en los recuerdos de mermelada de Yolanda Arroyo. En el nuevo Cachaperimos, la sexualidad regresa, en mi caso, como un erotismo del olvido liberador, en los juegos redivivos de Charlene González, en las preguntas insidiosas de la mujer de Karen Sevilla, en las ofrendas de Amárilis Pagán, en los cuerpos ampulosos que manosea Nemir Matos, en los besos hurtados de Raquel Salas-Rivera, en los actos de provocación de Carmiña Pasos, en el Global Warming de Zulma Oliveras y en los Flashbacks de Yolanda Arroyo. Podemos decir que en ambos Cachaperismos se oscila entre el “soy, luego pienso” y el “pienso, luego soy”.

Estar y no estar. Ser y… seguir siendo parece ser la consigna de éste y de los próximos Cachaperismos que de seguro vendrán y siempre bajo la sabia vigilancia editorial de Yolanda Arroyo Pizarro. Gente irá saliendo, otras voces y otros tonos entrarán, con nuevos temas y nuevos puntos de vista de una experiencia —la experiencia lésbica— que es tan compleja como cualquier experiencia vital, y que siempre y necesariamente oscilará entre la carne y el espíritu por ser, en una sociedad con frecuencia hostil, un lugar común para nosotras: no un refugio, sino una plataforma de lanzamiento.

Yo, feliz de estar entre cachaperas, me conformo con seguir siendo… esté o no esté.

La belleza arde: “Elegía franca” de Rafael Acevedo

Nos dice Ítalo Calvino que un clásico es un libro que nunca acaba de decir lo que tiene que decir. Esos libros antiguos que rara vez manoseamos en la librería, están disueltos y aún presentes en nuestras formas de leer y de escribir. Aunque están —según nosotros— cerca del origen, allá, perdidos en el pasado, producen una interpelación nunca clausurada. Nos siguen recibiendo entre sus páginas, como obras para siempre abiertas.

Lector, si le das una oportunidad al clásico, verás como ante ti ese clásico se esponja, se expande, pierde sus bordes, abole las definiciones duras, cancela todo intento de constitución cierta del autor como conciencia determinante y nos permite reposicionarlo ad infinitum. Por eso es fácil decir que el clásico es un texto en constante renovación: siempre insólito e inédito; siempre original, originario, originante. Y hoy confirmo esto de nuevo mientras mis ojos gozan devorando las páginas del más reciente poemario de Rafael Acevedo: Elegía franca.

Este poemario es, deliberada y abiertamente, un libro sobre la belleza:

La belleza arde.
El amor es la belleza.
Quema.

Este sentimiento, que pulula siempre rondando el presente, que, de hecho, funda un presente de intimidad e inmediatez entre cuerpos, que vive del tacto, del aliento compartido, de las puras ganas de quemarse, es, aquí, una “elegía”.

Me detengo ante el primer poema y mis ojos arden. Pero regreso a la portada y leo Elegía franca. No es cualquier título ni cualquier nombre de forma poética. Una elegía es un treno, un poema mortuorio, una invitación a recordar lo pasado ya sepulto e inaccesible. No es nuevo toparse con la fuerza vibrante que en la poesía cobra el amor recordado. Safo, Corina, Catulo, Tibulo, Propercio y el extraordinario Ovidio dieron forma a un poema de amor perdido que vino a llamarse “elegía erótica latina.” Más cerca de nosotros Garcilaso, Shakespeare, Donne, Wordsworth, Villaurrutia, Neruda, José María Lima (entre otros muchos), abrazaron esta elegía erótica oscilante entre el recuerdo y el deseo.

¿Eros pasado? Acevedo lo toma con cierta amargura feliz —perdóneseme la paradoja— y lo sabemos porque, en la contraportada de este librillo diminuto, está, sola y en el centro, la mancha del fondo de una taza de café sobre una superficie blanca. En la noche del presente, vapuleado por la cafeína, el poeta Rafael Acevedo recuerda. Y el recuerdo quema, como si aún ese amor estuviera presente, como si el recuerdo fundara un nuevo hoy:

Recuerdo amarte
de la misma forma que los soldados ante sus carros
uncieron sus caballos y la paz era tu boca
cerrada como un palacio en la madrugada.
Miraba con ojos incrédulos
y mi deseo quiso ser tus veloces corceles.

La pregunta quema: Eros pasado, ¿es Eros feliz? Acevedo transita los parajes poéticos de la poesía antigua grecolatina como por su casa, excava sus motivos, exhuma sus presupuestos, abraza sus estigmas, consume su hiel memoriosa. Para ser feliz, ese Eros siemprevivo necesita la carencia, el desencuentro, la pérdida. Hijo de Poros (la riqueza) y de Penia (la pobreza), Eros halla en su carencia su abundancia. Para Eros, el tener mata el deseo. En la pobreza, florece.

Cada poema de este libro conversa con los clásicos: a los ya mencionados, añado a Píndaro, a Homero, y todas esas viejas voces quedan conflagradas en la memoria del fuego que fue (y entonces es) Eros: este fuego que es memoria como una ausencia que aviva al poeta y le “hace sentir en casa y lejano al mismo tiempo.”

Lector@s querid@s, este pequeño libro guarda una belleza que nuestra poesía reciente ha soslayado. Regresa a la memoria incendiada del amor, y nos recuerda que el sufrimiento de lo perdido rinde una poética que, por fuerza de la circunstancia, nos hace desear perder para poder desear. Y vale decir que, a fin de cuentas, leer sobre el deseo da deseos de leer…