EL SER, AFRICANO

Creativo

El africano vino sin invitación a mi país. En ningún momento se realizó una consulta en el río Congo, en el imperio de Mali, ni los reinos Basotho, Carabalí y tantos otros. Sacaron a las comunidades africanas a la fuerza de su tierra, y a la fuerza las trajeron a la nuestra.

Lo cierto es que la idea de traer gente de África al nuevo mundo tuvo varios referentes fundacionales en la cultura europea. Por un lado, el supuesto de que siempre (en la memoria europea por lo pronto) habían existido pueblos esclavos. Pueblos que por su naturaleza sumisa, podían ser tratados de cualquier forma sin muchas consideraciones humanas.

Por otro lado, la arrogancia política de las comunidades europeas, que partían de la premisa de cierta superioridad respecto a los pueblos africanos, es la razón aparente de su colonización. Los pueblos dominables, con personas que pudieran ser esclavos (desde la mirada arrogante de los europeos) eran, asimismo, capturables. No obstante, la concepción europea hasta el siglo XVI, partía de la premisa que los pueblos esclavizables no eran, necesariamente, de pigmentación negra. Lo cierto es que, a partir de este momento, la esclavitud se asocia con lo negro - y este hecho es, en la memoria colectiva, bastante reciente.

El componente religioso es también decisivo en esta conversación. La iglesia católica, con su lógica purificadora hacia los no conversos, legitimó toda acción social contra personas que no fueran creyentes en el cristianismo. En su versión más intolerante, la iglesia católica del siglo XVI en adelante, realizó lo indecible por justificar que a los no cristianos se les podía tratar de cualquier forma. En la medida que la existencia humana estaba ligada a la religión cristiana, ser cristiano equivalía a ser humano y a gozar de los derechos fundamentales, como el derecho a la vida. Lo africano, por no ser cristiano, no era humano.

Esta experiencia queda guardada en la memoria colectiva de mi país, de modo que ser negro sigue siendo sinónimo de ser esclavo. Pero se trata de un esclavo reciente, sobre el cual se fundó la visión de una civilización, tanto laica como religiosa, donde se entrecruzaron la necesidad de mano de obra gratuita, y el maltrato basado en el hecho de que no se le reconocía a estos pueblos esclavizados humanidad alguna. Su falta de coincidencia con la religión dominante los convertía, inmediatamente, en personas no civilizadas, esclavizables, en fin, sin existencia alguna.

En otras palabras, lo que entró en juego fue el entendimiento de las distintas modernidades en las que se convivía en el mundo desde el siglo XV en adelante. Por un lado, la modernidad de un estado europeo que pensó, desde sus inicios expansivos, que el imperialismo se podía realizar a expensas de pueblos controlados y dominados. Y, por otro lado, la modernidad de los mismos pueblos africanos, en particular aquellos que colaboraron con la trata de esclavos, que vieron en la captura de otros seres negros la oportunidad de ascender económicamente.

Como resultado, la cultura que surge a partir de ese momento es una de múltiples dualidades: de colonialismo y dominación, de poder y contra poder, de lucha y de aceptación. Es una cultura donde, parafraseando a Baudrillard, vivimos en la contra-seña de ser negro aunque blanco; y por el contrario, ser blanco aunque negro. Es decir, estar vivos para morir.