Las voces y recuerdos de los baños de la UPR

Zona Ambiente
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

El otro día me vi obligado a visitar a mi dentista en Rio Piedras, a pesar de la Pandemia.  Las mujeres se quejan del “dolor de ija”: para mí un dolor de muelas es su casi, casi su equivalente.  Entre inyecciones orales se quejaba mi dentista de que tenia que cerrar la oficina a las 5PM pues luego de esa hora, el sector alrededor de su oficina se ponía caliente.  ¿Caliente? le pregunté.  Es que a esa hora comienza el trafico de carne gay, me contesta el, que es muy entendido.  Yo recordaba en mis años mozos que alrededor de la Plaza había tomate pero parece ser que eso ha cambiado.  Ay, las lokas no entendemos de distanciamiento social ni de Pandemias!  Pasara lo mismo en la Fernandez Juncos, cerca de la parada 15?  Alguien que me diga, pues no pienso ir a averiguar.
 
Regrese a casa y me puse a recordar mis años mozos universitarios en la UPR y me vino a la mente las historias que se contaba en aquellos tiempos antidiluvianos y que un amigo se atrevió a plasmar por escrito. Espero que a él no le dé un yeyo pues se lo comparto:
 
“Si las paredes hablaran dirían miles de cosas, especialmente si son las paredes del baño de la Biblioteca José M. Lázaro, de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
 
Había escuchado rumores de que en la Biblioteca Lázaro ocurrían cosas raras.  Los rumores son que si entras al baño podrás ver hombres pagando por favores sexuales.  ¿Hay una red de prostitución masculina dentro de la Universidad?
 
Después de pensarlo mucho, decidí investigar.  Era martes, 7 de marzo de 2000.  Apenas, las cuatro de la tarde.  Estaba ubicado en la Lázaro. Observé a tres hombres que vigilaban la puerta y los alrededores del baño.  Entraban y salían y me pareció que ninguno estudiaba ni trabajaba en el recinto.  Los tres seguían actuando de manera sospechosa y no pude aguantar la curiosidad.  Me sentí bajo presión. 
 
Fui donde uno de los hombres que estaba en la entrada del baño y le pregunté: ¿Que tanto movimiento y nebuleo tienen ustedes tres dentro del baño?  Uno me respondió: “Pues imagínate, ¿que es lo que hace un hombre allí?  Es más, ¿por qué no entras y le preguntas a ellos?” me dijo Tito,  como lo apodé para esta crónica. 
 
Sus palabras retumbaron en mi mente.  Entré al baño y allí me encontré con un estudiante del recinto, al cual apodé Cheo.  Le pregunté qué se hacía allí. “Pues ya tu sabes, imagínate.  Uno viene aquí y observa, “ contestó.
 
-¿Desde cuando esto pasa?
 
-Uf, mijo, toda la vida, estamos en la UPR, imagínate.  Pero hoy hay señores feos y después que uno mira, pues, se excita.  Y también le dan ganas de hacerlo.  Pero solo miras y si te gusta alguno te vas con él y pasa de todo, concluyó Cheo.
 
De pronto, entró un muchacho y me quedé mirando desde el espejo hacia los urinales.  Allí Cheo lo empezó a masturbar y luego se fueron juntos.  Había varios hombres en los urinales mastubándose.
 
Vi hombres de todo tipo y de todas clases.  Vi caras reconocidas, de empleados de la biblioteca y, estoy casi seguro, de profesores.  Estos intercambios sexuales masculinos dentro de los baños se dan a todas horas, desde que abre la biblioteca hasta que se cierra, me comentó una fuente.
 
Regresé al baño y vi a cuatro hombres en los urinales mirándose unos a los otros y masturbándose.  Uno de ellos se movió frente a mi, se bajo los pantalones y comenzó a masturbarse.
 
No podía creer lo que había visto y para tratar de calmarme salí de la Lázaro.  Eran como las ocho de la noche y decidí caminar hacia el Centro de Estudiantes.  Entré al baño y un hombre me siguió y se paró a mi lado, pero un conserje entró y aprovecha la oportunidad para irme.  Fui a la Facultad de Pedagogía y entré al baño.  Hasta allí me siguió aquel hombre de edad madura.  Se empezó a masturbar a mi lado y no me quería dejar salir del baño.  De verdad, todavía no sé como logre evadirlo. 
 
Por última vez regresé a la Lázaro; ya casi eran los diez de la noche.  Fui a una computadora a chequear mi e-mail.  Esta vez pensé mucho antes de entrar al baño, pero lo hice.  Pude observar a varios hombres en los urinales con los pantalones abajo, masturbándose.
 
Un señor mayor estaba en uno de los inodoros y dejó la puerta abierta.  Me guiñó el ojo.  Se masturbaba mientras que con su otra mano sacó un billete de $100 del bolsillo.  Me llamó con el dedo índice, pero no le hice caso.  Después logré ver por las rendijas de la puerta cerrada del cubículo a un señor mayor sentado en el inodoro, teniendo sexo oral con un joven.  Me paré frente al espejo nuevamente.  Todavía seguían los movimientos raros.  El señor mayor de pelo y barba blanca que estaba cabeceando se enjuagó la boca y se marchó del lugar.  Antes de irme, di la última ronda por los cubículos.  Sus paredes tienen agujeros por donde se puede observar al vecino de baño…”
 
Estas eran las leyendas urbanas: ¡sean ustedes los jueces!